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Tribuna
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El fuego

Cuentan que Jean Cocteau, a la salida de un famoso museo, fue abordado por un periodista con ganas de preguntar. "Señor Cocteau, en caso de incendio, ¿qué salvaría usted de este museo?". Y el dramaturgo respondió tras una pausa: "Salvaría el fuego". Cocteau razonaba que el fuego era probablemente uno de los descubrimientos más decisivos del hombre. Si nuestros ancestros no hubieran gastado su vida durante generaciones para conservar una pequeña llama en un cuenco de barro, probablemente no hubiera habido ni arte, ni museos, ni descubrimientos. Prometeo trajo el fuego de los dioses al hombre, y cada vez que el hombre cree convertirse en dios ese fuego le destruye. En Sevilla ha ardido una parte del progreso del hombre, pero al mismo tiempo ha nacido un enigma: el de saber cómo era lo que ya nunca veremos. Como nunca vimos los jardines colgantes de Babilonia, ni el coloso de Rodas, ni la nariz de Cleopatra, y, sin embargo, son maravillas de la razón. Este pabellón nunca visto ya forma parte de la leyenda ígnea que marca el gozne de la decadencia y el progreso: Pompeya, Roma, San Francisco, el Reichstag, el Chiado. El fuego se lleva lo mejor de nosotros, pero nos deja a cambio una propina de humildad. Pretendíamos hacer un escaparate efimero de lo eterno y los elementos nos han recordado que las vanidades nacionales siempre son inflamables.Pero tras el fuego llegan las palabras. Y ésas nunca son de agua. ¿Por qué un incendio en Osaka es un desgraciado accidente y un incendio en Sevilla ha de ser la norma nacional? Creímos tener un mundo perfecto en una isla y nos olvidamos del mundo imperfecto que intentaba sobrevivir fuera de ella. En esa metáfora de la colonización, la memoria del fuego nos ha recordado nuestra condición de lentos y doloridos descubridores de a pie, cuando para avanzar era imprescindible quemar algunas naves.

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