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Tribuna:EL FUTURO DE UN PARTIDO
Tribuna
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La aporía del CDS

Una serie de hechos, entre otros la dimisión y alejamiento temporal de Adolfo Suárez, errores de estrategia y de táctica, confusión en la identidad de partido, con cambios no bien explicados, ambigüedad en los posicionamientos políticos y, como consecuencia de esto, los fracasos electorales, sitúan al CDS en una encrucijada y ante un reto dificil. Este congreso extraordinario, que se celebrará los días 28 y 29 de este mes, tiene así por necesidad política ineludible el intentar resolver esta grave crisis, si es posible, y, en este supuesto, renovarse y reactivarse.Ante todo, una cuestión previa: ¿es viable el CDS? Dicho en otras palabras, ¿responde el CDS a una demanda real de la sociedad política española o es una construcción artificiosa, personalista o coyuntural? En caso afirmativo, que es conveniente y necesario el CDS para evitar hegemonías y bipartidismos, ¿por qué el electorado no le vota y, según las encuestas, tiene paradójicamente escaso rechazo? Sin duda, la personalización política -que se ha dado inequívocamente en el CDS- en situaciones fundacionales es un hecho normal: ocurre en el CDS como ocurrió y pasa en todos los partidos. Sólo cuando la democracia lleva tiempo, los carismas personales se diluyen y la política transcurre por senderos menos personalizados, salvo que surjan situaciones excepcionales. Nuestra democracia., que con todos los defectos, y defectos graves, está consolidada como sistema, y, sobre todo, nuestros partidos son todavía jóvenes, y, aun así, esta tendencia de despersonalización y horizontalidad comienza a perfilarse. El CDS es así un empeño personal, pero no exclusivamente personal, es decir, objetiviza una demanda y una exigencia políticas: la personalización respondía a esta necesidad y no a la inversa. Quiero decir que existen en nuestra sociedad civil, compleja ideológica, sociológica y territorialmente, unos amplios estratos sociales, urbanos y rurales, y más urbanos, que representan nuevas clases sociales, burguesía ilustrada, proletariado cualificado y ascendente, profesionales, funcionarios y universitarios, que ideológicamente se sitúan en el marco de un liberalismo progresista y radical y que no se identifican ni con el PSOE ni con el PP: ni quieren ser derecha conservadora ni izquierda mistificada. Es, por otra parte, un electorado crítico, no mayoritario, pero que, como en otros países, en contra de hegemonías y mayorías absolutas que anulan la democracia participativa, es clave para la gobernabilidad y para limitar y denunciar al poder.

La penalización electoral al CDS por este electorado tiene, a mi juicio, un sentido claro y didáctico: castigar no para que se disuelva y sí para que rectifique, clarifique y cambie, que se haga coherente. Es, pues, una penalización de aviso, pero de aviso urgente y a plazo Fijo: o que cambie o que se disuelva. La viabilidad sociológica remite a la instrumentación política: son los militantes, cuadros y dirigentes los que tienen esta responsabilidad de renovar para dar sentido operativo a este proyecto político. Por ello, si el CDS no existiera o se desnaturalizase, habría que inventar otra cosa: la abstención, que ha sido mayoritariamente la actitud-castigo del electorado del CDS, no puede ni debe institucionalizarse.

Supuestos renovadores

Cuatro son los grandes supuestos renovadores que, como unidad global, configuran la teoría y práctica del cambio que debe asumir la nueva etapa del CDS a partir de octubre: asentar una identidad nítida de partido, modificar sustancialmente el funcionamiento interno, presentar un proyecto imaginativo y operativo, y, last but not least, clarificar la posición de Adolfo Suárez.

Primero. El partido, el CDS, debe responder a una identidad ideológica lo más homogénea y coherente posible. Es cierto que la devaluación ideológica es general, que la confusión y la mistificación campean por doquier, pero, con honestidad, no debemos escudarnos en este hecho ajeno: tenemos que reconocer nuestros errores, y uno de ellos ha sido el que no hemos sabido, o no hemos podido, transmitir con credibilidad que el CDS es un partido liberal-progresista y radical, es decir, defensor beligerante de todas las libertades públicas, que entiende la solidaridad en su sentido social y territorial: un partido estatal, defensor de la unidad nacional y de los derechos de nuestras comunidades un partido que se opone al Estado-mínimo, defendido por los conservadores, pero que rechaza el Estado-máximo y apoya la revisión necesaria para deslizar el Estado-nacional hacia una comunidad europea transnacional. El CDS, si así lo entendemos, no es, ni puede ser, una UCD renovada: son otros tiempos y otras situaciones. La UCD desempeñó un papel muy positivo en la transición, pero como partido fue un antimodelo de organización política. Ni puede ser tampoco un PSP devaluado: son también otros tiempos con otras demandas menos utópicas.

Segundo. El sistema presidencialista, dimitido el fundador, Adolfo Suárez, no tiene sentido. Con Adolfo Suárez era indispensable, por su talante y por la propia necesidad fundacional. Sin él, la colegiación de iniciativas y decisiones se impone. La articulación de un sistema abierto, transparente, dinámico, sin voluntarismos mágicos ni obsesiones tecnocráticas, lleva inevitablemente a un cambio radical: poder presidencial moderador, poderes ejecutivos nacionales y territoriales imaginativos y eficaces. Salir de la adolescencia, que no de la orfandad, y entrar en la madurez exige una nueva lógica: la lógica de la racionalidad aplicada con tolerancia. Si conseguimos vertebrar una organización de esta naturaleza, el congreso no sólo será el congreso de la renovación, sino también el congreso de puertas abiertas.

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Tercero. El congreso no es sólo, y ya es bastante, un acontecimiento excepcional para que el partido sobreviva, acuñando y reforzando nuestras señas de identidad, sino también el primer acto preelectoral: programa e imagen de un partido que quiere reactivarse ante la opinión pública, ante nuestro electorado que nos penalizó y nuevo electorado que espera opciones distintas, pero que para ello necesitamos ofrecer una unidad, una integración o una concentración: situaciones excepcionales como ésta exigen soluciones excepcionales y no formalistas y excluyentes. Si lo logramos, y esto depende de la responsabilidad y acierto de los compromisarios, por las condiciones internas e internacionales, el CDS puede constituirse en una opción fuerte entre el PP y el PSOE: ni satelizaciones ni querenclas solapadas.

Cuarto. No se nos puede ocultar que una pregunta cotidianamente planteada es qué hace o qué va a hacer Adolfo Suárez. Suárez, formal o informalmente, es Y seguira siendo fundador presidente de esta aventura política: referencia democrática para todos los españoles, orientador consejero nato del nuevo CDS, sin funciones ejecutivas, y, dentro de esta distancia, es indudable -al menos para mí, y creo que recojo una opinión extensa- que será el próximo candidato que el partido presentará para las elecciones de 1992 o 1993.

Con algunos matices, ocultos o explícitos, pienso que estos supuestos son dominantes en la mayoría (le la militancia del CDS. La cuestión política se reduce, si no hay enfrentamiento grande sobre los mismos, a nombres: quiénes van a llevar el peso de reactivar esta nueva etapa. Es aquí donde la lógica de la racionalidad -sin Integración, unidad o concentración no hay viabilidad real de partido- debe imponerse sobre la lógica del agustinismo, del blanco o negro. Todos, y más, somos necesarios y nadie ya es imprescindible. Estamos casi ante una aporía política: entre un estado de incertidumbre, que dicen los académicos, y un camino sin salida, como lo entendía Zenón el infortunado. Consigamos resolver el problema: que Aquiles-congreso alcance la tortuga y la salida se convierta en solución.

Raúl Morodo es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Complutense de Madrid y eurodiputado por el Centro Democrático y Social.

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