El Barça jugo con miedo en Rotterdam
E. PÉREZ DE ROZAS No fue "la hostia", como pedía Núñez. Se rompió el hechizo, se rompió el encanto, se rompió el espejo. Núñez quiso conocer la respuesta del cristalito en Rotterdam y su reflejo le dijo que el más guapo era el Manchester United. "Tenemos más calidad que ellos", había comentado que Koeman el día antes. "Sólo tenemos que luchar como ellos para ganar". No sólo no fue así, sino que el Barcelona, que trató de defender su suerte como pudo, estuvo tan apagado como su afición en un partido que se resolvió con dos goles típicamente británicos. El primero nació en una jugada a balón parado, el segundo en un fulminante contragolpe.
Lo dicho por Cruyff en Cádiz sirve para Rotterdam. Aquel "no ,somos tan buenos como para ganar jugando a medio gas" se tradujo sobre el césped holandés en ian quiero y no puedo, en un fútbol ¿lemasiado parsimonioso, que sólo se animó cuando los ingleses cobraron definitiva ventaja y cuando Koeman, al que Cruyff había pedido que se incorporara al ataque -para eso le cubrió finalmente las espaldas con Alexanco, disparó al menos 10 veces, pues dos o tres de ellas, pensaba el técnico holandés, entrarían. Nada de lo programado ayer por Cruyff dio resultado, pues tampoco quería que sus jugadores cometieran faltas, y el primer gol llegó en la número 15. Demasiadas como para que los británicos no las aprovechasen.
Los dos equipos se plantaron sobre el irregular terreno del estadio De Kuip con similares características aunque, como era de presagiar, con intenciones muy distintas. Los dos emplearon unas defensas muy adelantadas, lo que reducía de forma impresionante, y visualmente muy curiosa, la franja central del campo. En esos 40 metros se fraguaba todo y discurría el mayor número de minutos. Los dos conjuntos, además, estaban dispuestos a mantener valientemente sus defensas cuanto más arriba mejor, jugándose el tipo al originar continuos fuera de juego con el riesgo de que cualquier linier se equivocase y cayera el título del lado contrario.
Ni Cruyff ni Fergusson decidieron marcajes personales, aunque Ferrer se encargó casi siempre de Hughes, al que llegó a amargar, no sólo por su magnetismo, sino fundamentalmente por su valentía y contundencia a la hora de jugarse el tipo y lo que hiciera falta por impedirle avanzar un solo metro. Si el Chapi era el baluarte de la defensa, Bakero soportaba sobre sus dos piernas, auténticas columnas, todo el peso del equipo. ¿Por qué? Porque Koeman estaba neutralizado, oculto, taponado por una perfecta labor de relevos entre Ince y McCIair, y porque, como siempre que el rival enseña los tacos, ni Begiristain ni Laudrup quisieron invertir en este partido.
Estando colocados de idéntica forma, la ideología futbolística, como se presumía, era muy opuesta. Pese a que los dos conjuntos corrían un enorme peligro en el momento de perder el balón, pues a sus espaldas tenían metros y metros, lo cierto es que la transición defensa-ataque y, por tanto, el tiempo de ejecución del contragolpe eran diametralmente opuestos. El Manchester tardaba segundos, tres pasos, un suspiro en intentar el asalto del portal de un Busquets que siempre dio la impresión de estar tranquilo e incluso de esperar su momento. El Barga, por el contrario y como había ordenado Cruyff, manoseaba la pelota, triangulaba sin demasiada verticalidad y, pese a intentar aprovechar la velocidad de Goiko -rápidamente cambiado de banda por Cruyff, de la izquierda a la derecha- y la habilidad de Julio Salinas, nadie pensó que lo mejor era darle el balón a Koeman para que intentase buscarle las espaldas a la zaga rival.
Pero el Barcelona, contrariamente al criterio de su entrenador y a lo reflejado en la inmensa mayoría de los partidos de esta temporada, no estaba ayer por las labores atacantes y dio la impresión, incluso en el inicio del segundo periodo, de buscar un golpe de suerte, una habilidad de cualquiera de sus genios -llámese Goiko o Julio Salinas- o la potencia -como sucedió a falta de 16 minutos- de Koeman desde fuera del área para intentar primero cobrar ventaja y luego neutralizar la del rival.
No le pidas a un equipo británico otra cosa que mantener un resultado favorable a falta de cinco minutos porque sus torres, su mayor fuerza física, su contundencia, su tradicional patada a seguir y, sobre: todo, el empuje y la fuerza de reserva que le llegan desde las gradas harán casi imposible el erripate. Lo desdichadamente malo, lo triste para el banquillo azulgrana, es que los 10 últimos minutos, en los que el Barça jugó desesperadamente al ataque, demostraron que los ingleses también, ese a sus torres y a su portero titular, tenían el techo de cristal, y suerte, tuvieron de que Blackmore estuviera ante la línea de gol, solo, cuando Laudrup, a falta de dos minutos, pudo empatar el. partido.
Alguien tendrá que ir a por las banderas de la plaza de Sant Jaume y recuperarlas hasta el próximo mes. Por si se utilizan en la Copa del Rey.
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