España pasó muchos apuros ante Islandía
Islandia sembró de espino su área y el maná le llegó a España del cielo. No puede entenderse de otra manera que Butragueño, rodeado de fornidas y rubias atalayas, abriera el marcador de severo testarazo. Luego con Carlos, no hizo falta inspiración divina, pero después del error de Sanchís y Zubizarreta que propició el 2-1, más de uno se encomendó al Altísimo. Al fin y al cabo fueron simples anécdotas, porque los hombres de Luis Suárez ganaron en su debú en la fase clasificatoria de la Eurocopa 92, que era lo que importaba. Pero sudaron, y padecieron, y acabaron el partido con la boca un tanto torcida, enviado balones a Zubizarreta y reclamando la hora al árbitro.Islandia, consciente de sus posibilidades, puede que aproveche sus partidos para hace turismo -llegó a Sevilla con una semana de antelación pero dos horas antes del encuentro, sus hombres se untan de linimento, afilan tacos y extienden la alambrada.
Islandia debe sonar más bacalao que al fútbol en el ánimo de la afición y en la mente de Suárez y sus jugadores. Sólo así puede comprenderse el ambiente de goleada con que la hinchada acudió al Benito Villamarín, fiel e incansable como siempre, y la relajación mostrada por la selección tras el 2-0, reflejada en el garrafal error que costó el 2-1.
Había, sin embargo referencias, y muy buenas, sobre lo que ocultaban los islandeses. La selección jamás ha conseguido vencerles por más de un gol, al igual que Francia y Checoslovaquia en los partidos previos del grupo de España.
Suárez, fiel a los resultados, armó el mismo equipo que había derrotado a Brasil en Gijón con la única diferencia de que Martín Vázquez ocupó la plaza dejada por Roberto. El resultado fue muy distinto. La selección jugó a borbotones, pero sin continuidad, lo propio en un equipo dotado de excelentes individualidades, capaces de lo mejor y lo peor, pero poco dotado para el sacrificio. España, como causa de lo anterior, acusa la falta de un centro del campo rígido, presionante, lo que facilita la empresa al contrario. Así, el juego de la selección ofrece tantos destellos como lunares y no acaba por imponerse a un rival teóricamente inferior que, por el contrario, sí lleva puesto el mono de trabajo.
Islandia lo tuvo claro desde el principio. Colocó a cuatro defensas en línea, cerró las bandas y se dedicó a esperar.
Tras el descanso, Beguiristáin ocupó el lugar de Rafa Paz. El tanto de Carlos, bonito por el riesgo que este jugador ofrece en cada una de sus acciones, pareció haber sentenciado el encuentro. No fue así. El error de Zubizarreta y Sanchís, aprovechado por Sigurdur Jonsson, calentó el partido y fundió más de un plomo en el equipo español.
Cómo debió de acabar aquello, que incluso el Benito Villamarín abroncó a los hombres de Suárez por evacuar balones y mirar continuamente el cronómetro. No hubo goleada, tampoco buen juego -España, acusó muchísimo el tono irregular de Michel- y a orillas del Guadalquivir había feista, por lo que la parroquia no estaba para sacrificios extras.
España consiguió su objetivo y se igualó con Francia y Checoslovaquia en la lucha para el único puesto para Suecia-92. Sin embargo, el retorno a la competición oficial del combinado de Suárez fue deficiente, ya que sigue sin haber un patrón de juego definido. El balance final fue positivo, por la victoria, pero ni Suárez ni Butragueño pueden esperar siempre que el maná llegue del cielo.
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