Viaje a la gloria
Cuentan de Doug Moe, entrenador de los Denver Nuggets, que un día ordenó a su ayudante que fuera a espiar a un rival. El ayudante fue a ver el partido y volvió con el bloc totalmente en blanco. No había anotado ni siquiera los nombres de los adversarios y, mucho menos, los sistemas de juego. Nada más llegar a Denver, Moe pidió el informe de su colega, que, abriendo los brazos y poniendo cara de póquer, le dijo: "Mire, jefe, si no podemos ganar a esos tipos, no debemos estar en este negocio".Esa debió ser la reflexión de la afición blaugrana cuando decidió apoyar incondicionalmente a su equipo en la final copera. Esa gente estaba sedienta de triunfos, ansiosa por pasear una copa, ilusionada con derrotar al gran campeón, al que habitualmente se le atragantan los colores azulgrana.
La gent blaugrana confiaba ciegamente en su equipo, por eso no dudó en meterse en autocares, coches y trenes y acudir a la gran cita, donde le esperaba el equipo más galardonado de España.
Esa gente iluminó el cielo valenciano de fuego amarillo cuando Amor cabeceó el gol del triunfo en el minuto 67 de juego, mientras más de medio estadio quedaba herméticamente cerrado. Silencioso. Esa gente tenía el cuerpo inundado de esperanza y la cabeza caliente.
Necesidad de victoria
Eran menos, muchos menos, que los del otro lado. También más agresivos, más duros. Sobraban más de 5.000 blancos para que la contienda estuviera igualada en las gradas. Pero la gent blaugrana tenía mayor necesidad de victoria. Más ganas de soñar. Mayor ansiedad de triunfo.
En estas cuestiones, los culés tienen una larga experien.cia de sufrimiento y esperanza. Viven al borde del abismo, entre la frustración y el deseo incontenible de ganar, y más aún al Real Madrid.
Y eso se notaba en el campo. Tanto sobre el terreno de juego, donde un Real Madrid endiosado creyó tener el partido ganado desde el primer minuto, como en la grada, donde la afición blanca -menos necesitada de la victoria y saciada de triunfos, aunque, eso sí, mucho más correctano supo levantar a su equipo ni sustituir con su aliento, con sus gritos, a Fernando Hierro, expulsado a los 48 minutos de juego.
Tal vez esa gente no está tan acostumbrada a sufrir como los barcelonistas. Se diría que lo han tenido demasiado fácil, se diría que tenían bastante con enarbolar la Liga, el título eternamente ansiado por sus eternos rivales.
Fue la gent blaugrana, con sus cánticos más organizados, quien ganó anoche la Copa. Esa gente confió ciegamente en su equipo. Creyó en él. Y nunca lo dejó solo.
Esa gente está hecha del material con el que se hacen los sueños.
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