Los 'beatniks'
Hay unas breves secuencias en Generación perdida en las que una pareja americana modélica visita la casa de Carolyn y contempla con alucinación y sorpresa su modo de vida y el de sus compañeros. En esa curiosidad malsana de la pareja quiso reflejar Byrum la idea que el americano medio, el integrado en ese sueño de progreso y bienestar de la década de los cincuenta, tenía sobre la beat generation.La miseria intelectual del establishment y la atmósfera optimista de posguerra no satisfacía las necesidades vitales de quienes rechazaban esas normas sociales y buscaban la creación de un orden nuevo. La beat generation -literalmente generación golpeada-, inicio y cuna de la búsqueda de la otra felicidad, la que proporciona el viaje, el alcohol, la marihuana y el amor libre, es el tema que propone John Byrum en su segunda película. Ya en la primera, Inserts (1975), Byrum fascinó a ciertos sectores de la crítica y cinéfilos por su forma personal de abordar el cine y por la temática que elegía.
El guión de Generación perdida lo basó en las rnemorias de Carolyn Cassady, esposa de Neal Cassady, ambos amigos de Jack Kerouac. Neal Cassady y Carolyn eran por otra parte aquellos enloquecidos personajes y compañeros de aventuras que Jack Kerouac retrataba en su novela semíautobriográfica titulada En el camino, novela que probablemente leyeron casi todos los jóvenes en los 60-70.
Los tres son los protagonistas de la película. Byrum, al elegir el material de Carolyn, convirtió a Neal en el personaje sobre el que gravita el peso ideológico del filme. La elección no es gratuita. Mientras Kerouac se dejó seducir por la gloria y la fama de escritor, Neal fue fiel al incorformismo y al rechazo social durante toda su vida. También aparece en la película A. Ginsberg, el poeta -interpretado por Ray Sharkey-, otra voz alentadora y consecuente de la época.
Byrum consiguió un espléndido documental sobre los años cincuenta y los orígenes de la generación beat, sobre las formas de vida que surgían como alternativa a la aleneación, reflejando fielmente las premisas del posterior movimiento hippy. Aunque junto a hechos reales haya introducido escenas ficticias, la película respira autenticidad y retrata esa cara oculta de una América que se negaba a tener hijos rebeldes. El tema, además del atractivo cultural y mítico, tiene el aliciente de la extraordinaria fotografía de Laszlo Kovacs.
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