EL ESTE CAMBIA

Los hábitos de los jerarcas, escenificados

Este Vestidos con adustos trajes grises de tallas desproporcionadas, blancas camisas de cuello tieso y sobrias corbatas pasadas de moda, un nutrido grupo de manifestantes paseaba por los aledaños de la Alexanderplatz portando en sus manos mustios ramos de flores marchitas, que se entregaban los unos a los otros tras el consabido abrazo aderezado con el triple beso alternado en una y otra mejilla.A su alrededor la gente se tronchaba de risa. Eran mieinbros del grupo opositor Nuevo Foro que escenifican una canicatura de los hábitos de los Jerarcas del régirnen cuando asisten a inauauraciones, pr...

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Este Vestidos con adustos trajes grises de tallas desproporcionadas, blancas camisas de cuello tieso y sobrias corbatas pasadas de moda, un nutrido grupo de manifestantes paseaba por los aledaños de la Alexanderplatz portando en sus manos mustios ramos de flores marchitas, que se entregaban los unos a los otros tras el consabido abrazo aderezado con el triple beso alternado en una y otra mejilla.A su alrededor la gente se tronchaba de risa. Eran mieinbros del grupo opositor Nuevo Foro que escenifican una canicatura de los hábitos de los Jerarcas del régirnen cuando asisten a inauauraciones, presiden manifestaciones de adhesión o se otorgan medallas.

Fue la de ayer una jornada de fiesta, en la que, pese a la magnitud del acontecimiento, ni siquiera se produjeron empujones. El orden prevaleció. El sentido de la organización, algo natural en el pueblo alemán, también.

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Para escuchar con más precisión a los oradores, cuyos discursos salían por los altavoces colocados en las farolas y reverberaban en la inmensidad de la plaza, grupos de manifestantes se concentraban en torno a una persona provista de un aparato de radio y auriculares, que repetía en voz alta y clara lo que se decía desde el estrado.

La policía había cortado el tráfico en todo el centro de la vieja ciudad de Berlín y cerrado el acceso a la puerta de Brandenburgo, el lugar desde el que es más fácil comunicarse con el otro lado del muro. Las calles, vacías de vehículos, se fueron llenando de pancartas en las que los ciudadanos aguzaban su imaginación para encontrar la frase más ingeniosa contra el Gobierno.

Estos objetos no perdieron su utilidad una vez acabada la manifestación. Frente al Palacio de la República, en la sede del poder, los manifestantes fueron depositando sus pancartas, por miles, en las escalinatas de la puerta de la Cámara del Pueblo, donde también ardían centenares de ciños en recuerdo de aquellos que todavía siguen en prisión.

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