Pequeño gran Ford

Mucho cine hoy en televisión, muchísimo, como ya es costumbre en los fines de semana. Las pasiones, qué duda cabe, orientan la brújula hacia Ford, hacia el maestro John Ford, aunque en ningún momento haya que despreciar un melodrama mudo de alta temperatura como es El demonio y la carne, donde el simple hecho de ver a Greta Garbo en su salsa, y verla al lado de su mítico pretendiente el actor John Gilbert, ya desata en nosotros un saludable fuego y un cosquilleo romántico. El demonio y la carne, al margen de las consideraciones mitómanas, está espléndidamente dirigida por Clarence Brown.Televisión Española emite también otro melodrama de la Metro, éste ya sonoro, titulado Esos tres y que está interpretado por Miriam Hopkins, Joel McCrea, Merle Oberon y Walter Brennan. El filme, cuyo guión escribió Lillian Hellman a partir de su célebre novela The children hour, es digno de verse, aunque no sea de las mejores películas de William Wyler -que volvería a adaptar la obra 25 años más tarde-, de quien, sin ir más lejos, hemos visto recientemente Horizontes de grandeza y Cumbres borrascosas.

Interés ofrece asimismo el filme Las gallinas de Cervantes, por cuanto se trata de una obra no estrenada de Alfredo Castellón, basada en un texto de Ramón J. Sender, y cuenta en su reparto con los excelentes Miguel Ángel Rellán y Marta Fernández- Muro. Por lo que hace a El ojo del huracán, de José María Forqué, es una coproducción hispanoitaliana con todo el erotismo que en 1971 se podía introducir aquí en un filme y mucha chica guapa. Para muchos, no es Fort Apache de lo mejor de John Ford. Con La legión invencible y Río Grande forma lo que se ha dado en calificar la trilogía de la caballería, siendo el título que hoy vamos a ver el más castigado de los tres. Con todo, esta historia inspirada en el Little Big Hom de Custer y Toro Sentado es muy fordiana de todas todas, es decir, espléndida.

Sin recargar en ningún momento las escenas de batalla, muy, bien realizadas, por otro lado, Ford se emplea a fondo en los problemas sentimentales de la tropa y de la hija de un estirado, inflexible y pasablemente- odioso coronel, en la oposición de éste con un capitán aparentemente más humano y, como siempre, en las pequeñas humoradas que brotan del fondo de la imagen, ahí donde siempre hay un Victor McLaglen -escanciando versículos de la Biblia, en escena memorable-, un War Bond o un Jack Pennick conectando con las siluetas rocosas de Monument Valley y convirtiendo el cine del maestro en poesía y épica cinematográficas inigualables.