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GRUPO IMPAR

Estudiantes ganó jugando en su cuarta dimensión

Luis Gómez

Después de 30 minutos de andar buscando la solución a sus problemas, el Estudiantes halló la luz. Luz de sótano. Porque si el Estudiantes se siente incapacitado para solventar la cuestión según los cánones, si no tiene tiradores de media distancia ni hombres de superior altura cerca de la canasta, si todos son más bajos que su rival y medios certeros en el tiro, halla respuesta. Y la respuesta no está en la Biblia. El Estudiantes se inventa una cuarta dimensión, juega donde nadie juega, en el sótano del Magariños, entre balones rebotados, pases sutterráneos y rebotes perdidos. Por eso muchos entrenadores se echan las manos a la cabeza cuando caen derrotados ante Estudiantes. Han aplicado las normas de rigor, pero han perdido. He ahí la cuestión.Porque el CAI Zaragoza hizo todas las cosas razonables para ganarle al Estudiantes salvo una: darle más asistencias a Piculín Ortiz. El CAI defendió con garra, con ayudas entre los hombres de la primera línea, llevaba mejores porcentajes de tiro de media distancia y contaba con superioridad física para el rebote. De hecho, llevó el partido controlado hasta el minuto 30, con distancias cortas, pero dando la impresión de crear enormes dificultades al rival.

A Vicente Gil se le fueron cerrando puertas paulatinamente. Primero, pudo observar que Pinone se veía obligado a lanzamientos muy forzados ante el marcaje de Lampley y, claro está, fallaba casi todo. Luego, Montes, no encontraba ni un sólo hueco para meterse en la zona, ante las ayudas constantes entre Díaz y Arcega II y Capablo y Ruiz después. Posteriormente, Russell se encontraba con dificultades para recibir el pase y, cuando lo tenía en su poder, estaba lejos del aro y ante tres hombres de más de dos metros a quienes debía superar en un salto acrobático. Después de una derrota parcial en el descanso (42-46), Russell se tuvo que sentar al cometer su cuarta personal. El Estudiantes estaba maduro.

Salió Coll a defender lo indefendible y Hernangómez a pegarse con Ortiz, pero Gil no veía un hueco donde meter una asistencia potable. Alguna que otra vez, bien es cierto, trató de romper el muro defensivo del CAI Zaragoza estrellándose contra él, táctica que el Estudiantes nunca ha despreciado. A fuerza de darse algunos golpazos metió algunos puntos, pero, desde luego, no era una estrategia consistente.

Así que el Estudiantes resolvió a su manera. Primero, buscó el inicio de su ataque en la propia defensa: apretaron los dientes, se encararon con sus pares y, tate, un balón robado; carrera frenétrica en pos del aro y canasta. Segunda jugada: Gil, en primera línea, mira al base de turno; detrás suyo, puede escuchar el fragor de la batalla, hay de todo, pero, he aquí, el balón vuelve a ser robado; nueva canasta.

Cuando el Estudiantes se encontraba en la llamada situación de ataque estático, la cosa no funcionaba, pero, a fuerza de estrellarse, encontraban su dimensión: una pelota que rebota en la espinilla de alguien, queda suelta, llega una mano redentora, la levanta y canasta. Otra pelota queda en el aire, a la altura del bajo vientre, los jugadores caen a su alrededor, pero ella sigue ingrávida: -la mano redentora la rescata de su etérea situación y la introduce dentro del aro. Así, en cuatro jugadas de este cuño, el Estudiantes deshizo la igualada a falta de tres minutos.

Esa es su cuarta dimensión, la de los balones ingrávidos, los pases a ras de parqué, la defensa felina, el ataque a la carga, la incursión suicida. Es sabido por medio mundo que este equipo juega así a veces.

El otro medio trata de buscarle solución a este aparente caos triunfante. Y el CAI la tenía ayer en sus, manos, porque para eso cuenta con Piculín, pero el puertorriqueño es, en demasiadas ocasiones, espectador de lo que hacen sus compañeros. Y un jugador de tan alto porcentaje cuando tiene la posesión de la pelota, merece mejor atención. No la tuvo y el CAI perdió. Por eso y por otra cosa, ya se sabe.

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