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BALONCESTO / GRECIA 87

España arriesgó ante el equipo yugoslavo y sufrió una abultada derrota

Luis Gómez

LUIS GÓMEZENVIADO ESPECIAL Yugoslavia debió poner a España en su sitio a la vista del resultado, en lo que podría denominarse una cruenta escalada disuasoria de las grandes potencias europeas. Ahora bien, en realidad ¿la diferencia es tan abismal? Todo lo bien que España jugó contra Grecia se convirtió en una catástrofe 24 horas después, pero el delito estuvo en un planteamiento algo arriesgado que se mostró deficiente, en un exceso de sensibilidad ante determinadas decisiones arbitrales y en una pérdida absoluta del dominio del tiempo de juego.

De los datos del encuentro se desprende igualdad reboteadora (35 a 37 para España), porcentaje total parejo en los lanzamientos (44% a 45% para Yugoslavia) y casi igual número de faltas personales cometidas (20 para España por 22 de su rival). La diferencia primordial estribó en que Yugoslavia consiguió 12 triples por seis de España; los colegas de Petrovic tiraron 21 lanzamientos más que los españoles y perdieron seis balones menos. Ya en el descanso se había establecido semejante diferencia (36-54), por lo que los yugoslavos controlaron cómodamente en la reanudación, mientras debían sentirse sorprendidos por la falta de reacción del juego español que, por característica fundamental, tuvo la pertinacia en el error.

Y es que no es lo mismo defender a Gallis, que casi nunca tira desde lejos y necesita de una mínima penetración a la zona, que hacerlo ante Yugoslavia que dispone de más recursos y, desde luego, de un tiro exterior lejano. Si los yugoslavos se lo proponen, son capaces de tirar siempre desde la línea de 6,25. Así, abundar en algunas ayudas defensivas o disponer a los jugadores en misiones dobles, puede significar la ocasión de oro para que un balón entre a la zona y/o salga de ella raudo en busca de unas manos ansiosas de triples y/o busque el juego de los pívots. La primera faceta resultó más demoledora que la segunda.

Todo ello sin negar que Yugoslavia, por vez primera, atendió el partido con seriedad. Cosic dispuso de su cinco de gala y dio órdenes a sus pívots, Vrankovic y Radovanovic, de que jugaran con dureza. Así lo hicieron, pero sin consecuencias tan terribles como podía imaginarse. Lo que hizo España fue permitir a los aleros rivales sembrar con sus pívots y luego, en ataque, disponerse de forma tan estática que diera la impresión de que los yugoslavos sabían defender. España jugó conindeseable lentitud y añadió ventaja a su rival. Así, éste terminó encontrándose con un partido comodo, muy cómodo.

España perdió toda perspectiva al final del primer período, a falta de cinco minutos, cuando dejó que el contrario avasallara sin cuento. A falta de algo más de seis minutos se estaba en empate a 27, pero Yugoslavia dobló su marcador hasta 54, mientras que España sólo lo incrementó en nueve tantos (5436) en el descanso. No hubo casi cambios acertados (Montero debió jugar más) y no hubo cambio de ritmo. En algunas situaciones de uno contra uno, los jugadores yugoslavos resultaban más flexibles y, sobre todo, sabían aplicar la filosofía de juego. Los españoles, no: tiraban, se enviaban mensajes (o pases) desoladores, con interrogantes, o cifrados, o con señales de humo para añadir más lentitud a sus acciones.

Lo peor de todo fue la imagen de inferioridad ofrecida, irreal a la vista de la categoría de ambos contendientes. España, por su trayectoria, no puede faltarse al respeto con un juego tan pobre. Porque Yugoslavia no jugó bien, ni bordó sus acciones, ni usufructuó una actuación extraordinaria de su gran estrella. La derrota ha sido dolorosa por doble motivo. El partido registró un ritmo monocorde y aburrido, en una sola dirección y con soluciones muy simples: mover al marcador, pasar al pívot, que busca un pase a otro compañero alejado en el lado débil (donde hay menos defensores que atacantes), quien, casi solo, tira desde la línea de 6,25. Yugoslavia lanzó 27 veces desde fuera, y 25 lo fueron desde esa fatídica línea.

Debieron agradecer tanta ventaja quizá inesperada. Claro está que si el alero encontraba alguna dificultad reingresaba el pase al pívot que, entonces, encontraba más facilidad para moverse. De alguna forma, los yugoslavos jugaron al pimpón con la defensa española. Lo malo es que ellos tenían las dos raquetas.

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