Magia y placer visual

Las últimas películas de Cecil B. de Mille son fiel testimonio de un carácter cinematográfico sin igual, una manera de concebir el arte de la pantalla en función de faraónicas propuestas temáticas y visuales. Se trataba de una auténtica leyenda viviente del séptimo arte. Había creado fastos incomparables en el cine mudo y seguían vigentes todas y cada una de sus concepciones. Su segunda versión de Los diez mandamientos, en 1956, será la suma total de 40 años de épica en cartón piedra a través de casi cuatro horas de grandilocuencia en tecnicolor hoy más allá del bien y del mal.Cuatro años antes, su penúltima película y más o menos lo mismo. El mayor espectáculo del mundo lleva la sinceridad del cine desde su mismo título. Se referirá, claro está, al mundo del circo, pero ese espectáculo mayor no es otra cosa que el cinematográfico. Espectáculo de raíces primitivas, de digestión inmediata y sustrato infantil, que no quiere decir tocado de ingenuidad ni exento de interés para el público adulto.

El mayor espectáculo del mundo probablemente la hayamos visto ya 100 veces, y a cada nueva versión nos sorprende su capacidad de emocionarnos otra vez, con, naturalmente, las más convencionales premisas temáticas: hermoso trapecista que en la escena de mayor impacto se pegará de morros contra la circunferencia; hermosa trapecista enamorada del macho Heston; dificultades para levantar el circo y asunto oficial de fondo con James Stewart escondido tras la nariz de payaso.

Qué extraña magia marca el proceso que lleva de lo convencional a la fascinación pura y simple, poco importa. La magia está ahí y acaricia a todo aquel que aún crea en la desmesura como fuente de placer visual y como generador de sentimientos más grandes que la vida. En otra cosa no, pero en eso Cecil B. de Mille fue un maestro.

El mayor espectáculo del mundo se emite hoy, por TVE-1, a las 22.35.