Truffaut y el buen salvaje
Las diferencias entre el espectador de cine de nuestros días y el de hace 15 ó 20 años, o incluso 10, van inevitablemente a favor del segundo. Por una sencilla razón: la inquietud, hoy trocada en calma, por ir al cine sin conciencia, engulliendo y digeriendo con la misma devoción, y prescindiendo de paladar y estómago, piensos compuestos, salsas etruscas y caviares de Oriente. Sin querer caer en la glorificación de un pasado generacional reconocible, hay que convenir en que saborear un plato de tan novísimas especies como el de Crónica de Ana Magdalena Bach, de Straub, hoy, en el reinado fílmico de Mozart, no sería posible precisamente por esa falta de inquietud. Cocinar esos guisos no tendría ya ni sentido: hay que ir directamente a la hamburguesa, con guarnición y disimulándola si es preciso, pero siempre con la carne bien triturada para unos años en que masticar debe ser poco menos que una tortura.No todo era perfecto antes, por descontado: el mismo rigor en la selección provocaba cierta intolerancia y el rechazo de unos ojos, espabilados, sí, pero tendentes a la anteojera. Si se elegía blanco, negro significaba pecado. Ahí vamos: si se babeaba con el clavelín del mencionado Bach de Straub no se podía admitir -aunque en el interior de sus grutas el espectador sentía un cosquilleo incitándole a la duda- la sencillez insultante con que Truffaut resolvía El pequeño salvaje; rodada en 1969, ¿qué placeres podía hallar el espectador del entonces bullicioso Barrio Latino, parisino con una película tan pacífica como ésta? Pero como los justos y los buenos están condenados a conquistar el cielo, y Truffaut era justo y bueno, hoy El pequeño salvaje se ve como la obra maestra que ya entonces era.
Sin metafísica
El tema de la película, basado en un hecho real, es, como se sabe, el de la educación e iniciación social por el doctor Itard -que encarna el propio Truffaut- de un niño hallado en estado salvaje en el bosque. Este tema Truffaut lo aborda poniendo la directa y sin detenerse por el camino en divagaciones.
Truffaut, claro está, no es un metafísico: aquí no hay Kaspar Hauser, ni Greystoke ni los ricitos rubicundos del niño Boorman, sacarina pura. Hay, eso sí, algo de Rousseau, quizá sin pretenderse. Algo de esa inocencia natural y original del ser primitivo que sin duda nuestro niño-lobo es. Tan natural y primitivo, precisamente, como el cine de Truffaut en esta obra, que él rueda en blanco y negro -Néstor Almendros está detrás, trabajándose el puesto de uno de los mejores operadores del cine moderno- con un leve, pero de hechura perfecta, lirismo y una construcción de imágenes y elipsis dignas del mejor Griffith, el de Lirios rotos por poner una preferencia.
Es ésta, por tanto, una película emotiva: las imágenes no son sígnicas sino sensoriales; no pretenden conquistar el ojo avizor sino el corazón abierto y vivo: deténgase en la primera palabra que el niño llega a pronunciar, lait -esta palabra es heroica: se resistió al doblaje-, y contemplen ahí lo que es un brillante ejercicio de sensibilidad. La naturalidad del niño entrando, sin siquiera saberlo, en las reglas de la sociedad -esa misma sociedad que veía en él un espectáculo de circo-, y el gesto amoroso y satisfecho de Truffaut. Es una escena admirable y, para más inri, para sonrojo de sus detractores, hay en esa escena y en toda la película un volcán en erupción que es el sentido total del conocimiento del hombre.
El cine ha recogido en más de una ocasión el mito o la realidad del salvaje que aparece o retorna a la llamada civilización. El ejemplo más popular es Tarzán, hijo de la aristocracia que termina sus días más cómodo entre parajes africanos que en la selva neoyorkina, metáfora fácil de sus creadores que introducen una hipócrita añoranza sobre paisajes preindustriales. Herzog fue más cauto con su Kaspar Hauser, donde no se polemiza tanto sobre el valor de los dos mundos enfrentados como sobre los procesos pedagógicos.
En el caso de Truffaut, su pequeño salvaje es una manera límite de contar la historia de otro salvaje muy querido por el cineasta, la del crío de los 400 golpes. La filmografía sobre el tema podría ampliarse indefinidamente según la amplitud de criterios que se manejen. En el fondo, la grosera broma a costa del pueblerino llegado a la ciudad es una variante poco disfrazada de este mismo asunto.
El pequeño salvaje se emite hoy a las 21.35 horas por la primera cadena.
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