Centrar la democracia
En Alicante, en el Club de Encuentros, tuve ocasión de presentar unas reflexiones sobre la conexión entre democracia representativa y sistema de partidos. En el transcurso de un coloquio posterior se plantearon muchas cuestiones, tomando como base o pretexto la conferencia, y en estas notas voy a intentar resumir algunos de los temas centrales que afectan muy directamente, a la consolidación dinámica de nuestra sociedad civil, y que, ante unas elecciones generales, en este año o en el próximo, adquieren mayor actualidad. Es decir, la función de los partidos políticos en nuestra joven democracia.En primer lugar, la cuestión es si realmente hay un bipartidismo en nuestro país, aun denominado, sutilmente, imperfecto. No creo que haya, en un sentido estricto, un bipartidismo dominante; sólo en apariencia, forzada, puede decirse que Coalición Popular sea una alternativa al PSOE. Ni Coalición Popular, como indica su nombre, es un partido, ni, como reiteran los sondeos, tiene la posibilidad de ser alternativa. Lo que sí existe es un monopartidismo con y dentro de un sistema democrático. Me permitiría añadir algo más: afortunadamente, no hay bipartidismo. Un sistema bipartidista, dada nuestra tradición histórica, que no es la británica, radicalizaría y polarizaría de tal modo nuestra sociedad que correríamos el peligro de relanzar los tiempos viejos de buenos y malos, del agustinismo político y de las confrontaciones prebélicas.
Herencia de la transición
Mi idea básica es que el actual sistema de partidos, presupuesto esencial de una democracia representativa y no de una democracia rusoniana, en nuestro país no está todavía articulado operativamente. Hay un seudobipartidismo y un ineficaz pluripartidismo. Asentar la democracia es revisar y corregir este fallo, sin duda debido al peculiar proceso de transición política, incluyendo aquí la política del consenso. Su resultado fue positivo, pero desnaturalizó algunos de los partidos protagonistas y alteró el sistema general de partidos. Este hecho, sin duda, explica nuestra ambigua situación, pero ya no la legitima. Más aún, si por comodidad o por interés, por falta de análisis o por inercia, que de todo hay, se pretendiese institucionalizar este marco atípico, la democracia podría perder o devaluar el presupuesto fundamental que debe definirla: una continua participación cívica con opciones diversificadas y viables, que sean alternativas o limiten el poder. Todo poder quiere ser alternativa de si mismo, y ningún poder se autolimita. Esta función corresponde a los demás partidos y fuerzas sociales. Una democracia sin opciones alternativas, sin instrumentos políticos de limitación, puede provocar apatía y desánimo y, en algunas ocasiones, temores por una hegemonía presentida y estabilizada.
En segundo lugar, aceptar, en su caso, la idea de que las distintas opciones no deben ser creaciones artificiales, mediante satelizaciones domesticadas, sino expresión de una sociedad compleja y diversificada, con una incidencia autonómica acentuada, dinámica e imaginativa, como es ya nuestra sociedad civil. Los partidos, en definitiva, deben canalizar -junto con otros sectores sociales- con programas y acciones la opinión pública para insertarla en el proceso de decisiones políticas. Adecuar los partidos con las demandas sociales es, así, una exigencia de una democracia viva y no de una democracia bloqueada o democracia reducida. Nos sucede con frecuencia que nuestra sociedad va por delante de los poderes institucionales. Ocurrió en tiempos pasados y se repite ahora.
En tercer lugar, constatar que profundizar hoy en la democracia, como técnica organizativa para realizar proyectos, es reflexionar sobre el sistema de partidos y su revalorización como. instituciones claves de la vida pública; es decir, la función crítica y creadora, participativa y limitadora, que todos los partidos realizan -o deben realizar- para dinamizar el sistema democrático. Está ocurriendo, por ejemplo, que los medios de información, en muchos casos, hacen funciones partisanas, no tanto por un expansionismo voluntario, sino por incapacidad de los propios partidos.
Reajustar anomalías
En cuarto lugar, centrar la democracia es equilibrar y reajustar las anomalías de nuestro sistema de partidos. Con excepción del PSOE, las restantes fuerzas políticas necesitan una reestructuración y una adecuación a nuestra realidad social. La actual hegemonía del PSOE no hay que verla como una tentación / pretensión autoritaria, sino como un resultado legítimo de unas elecciones, con una estrategia bien diseñada, de ampliar desmesuradamente su espectro social y político a su derecha y a su izquierda. El PSOE ocupa el espacio que los demás partidos han abandonado o que no saben ocupar.
La cuestión previa está en desmitificar el voluntarismo de la bipolaridad. La sociedad española, en su mayoría, ha optado y sigue optando por un cambio gradual, por la modernización y la secularización, por la resolución de los graves problemas sociales y económicos. Y volverá a optar, de igual modo, a pesar de errores y desenfoques, si la bipolaridad frontal se repite, es decir, si se plantean las elecciones en términos de bloque: derecha-izquierda. Una confrontación PSOE/ antiPSOE dará el mismo resultado de 1982. O, dicho más claramente: el PSOE no tiene, hoy por hoy, alternativa de sustitución, pero sí puede tener alternativas de limitación. Esta es, a mi juicio, la función global rectificadora de los partidos y de las fuerzas cívicas, en esta coyuntura, con el fin de centrar la democracia.
Ahora bien, ¿cómo limitar a un partido como el PSOE, con una mayoría absoluta muy cualificada, con un sistema electoral que penaliza el pluripartidismo, con unos costes financieros desorbitantes para las campañas electorales, con un clima general de desideologización y privatización, y que, a pesar de rectificaciones y cambios, según las encuestas, mantiene casi invariable, aunque con críticas, un electorado interclasista a su derecha y a su izquierda?
Limitar al PSOE es, en realidad, centrar al PSOE en su espacio real y mayoritario, aunque no necesariamente con mayoría absoluta. Las mayorías absolutas reiteradas, en nuestro actual proceso de reinstalación de la democracia, no son positivas para hacer viable una convivencia social integradora y participativa. Pueden provocar absentismo y despolitización en unos, prepotencia en otros, y, lo que sería más grave, involución por frustración. Una democracia dinámica exige participación constante y perspectivas reales de participación o coparticipación en el poder. Ampliar las opciones es también reasegurar la función integradora de los partidos y, a través de ellos, de la opinión pública.
En quinto lugar, hay que aceptar que no basta limitar a un partido si no va unido el supuesto de la reconstrucción de los demás; es decir, reajustar o resolver las anomalías que rigen hoy en nuestro sistema de partidos. Así, parece conveniente reconstruir una izquierda social y política, más allá del PSOE, que indudablemente tiene que ser el PCE, como opción estimulante. En todos los países de Europa, y sobre todo mediterráneos, los partidos comunistas desempeñan esta función de revulsivo social y de crítica política. El gran acierto, salvo excepciones, de los partidos comunistas europeos es haber asumido este papel de control y estímulo, y no de alternativa. De igual modo, es necesario que se consolide una derecha moderna y europea, en su versión liberal o democristiana, formalizada en partido estable y no en organismo coyuntural, que provoca confusionismo. Y, finalmente, que se avance en la 'reestructuración de un centro progresista -yo añadiría azañista- a nivel del Estado que coadyuve a la modernización y al desarrollo social.
Este indicativo modelo cuatripartito, integrando incluso una extrema derecha constitucional, podría ayudar a clarificar nuestra democracia representativa. Marco organizativo que podría impulsar, con imaginación y proyectos críticos, una mayor participación - ciudadana. Reestructurar el sistema de partidos es, así, centrar la democracia.
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