Editorial:

Un nuevo Premio Cervantes

EL PREMIO Cervantes fue otorgado ayer a un escritor excepcional, ejemplo vivo de la capacidad de compromiso de los grandes intelectuales con los problemas y los dramas de su época. El argentino Ernesto Sábato, una de las voces más personales de la literatura latinoamericana contemporánea, merecía sobradamente el galardón por su obra narrativa (El túnel, Sobre héroes y tumbas, Abbadón el exterminador) y por su prosa ensayística, centrada en las cuestiones cruciales de la creación literaria, la historia y el pensamiento. Pero este gran novelista, cuya pasión literaria ha marchado en paral...

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EL PREMIO Cervantes fue otorgado ayer a un escritor excepcional, ejemplo vivo de la capacidad de compromiso de los grandes intelectuales con los problemas y los dramas de su época. El argentino Ernesto Sábato, una de las voces más personales de la literatura latinoamericana contemporánea, merecía sobradamente el galardón por su obra narrativa (El túnel, Sobre héroes y tumbas, Abbadón el exterminador) y por su prosa ensayística, centrada en las cuestiones cruciales de la creación literaria, la historia y el pensamiento. Pero este gran novelista, cuya pasión literaria ha marchado en paralelo con la afición por la pintura y el interés por los estudios científicos, ha querido, además, estar a la altura de su tiempo, haciendo suya esa noble tradición de la cultura occidental que Jean-Paul Sartre y Albert Camus ilustraron hasta su muerte. La ética política, en la que se dan cita la moral de las convicciones personales y el deber de participación en la vida pública, impulsó recientemente a Ernesto Sábato a aceptar la solicitud de Raúl Alfonsín de presidir una comisión encargada de investigar los miles de asesinatos, secuestros, desapariciones y torturas perpetrados por la dictadura militar argentina entre 1976 y 1983, que alcanzaron "la tenebrosa categoría de los crímenes de lesa humanidad".En medio de las más profundas tensiones, Ernesto Sábato cumplió sin desmayo, pero "con tristeza y con dolor", la penosa tarea de recomponer el "tenebroso rompecabezas" de los desaparecidos y pudo entregar finalmente al presidente Alfonsín su dramático informe, inventario escueto y pormenorizado de unos crímenes de Estado perpetrados -con "tecnología del infierno"- de forma orgánica, planificada, sistemática y "demencialmente generalizada". Al igual que los testimonios sobre la barbarie nazi recopilados por los aliados, el trabajo de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (Conadep), que investigó los casos de 8.961 personas asesinadas por las fuerzas armadas en el poder sin dejar rastro, se justifica no sólo por exigencias "de verdad y de justicia", sino también por la creencia en que el desenterramiento de los horrores del pasado impide o dificulta su repetición en el futuro. "Las grandes calamidades", ha escrito Ernesto Sábato en el prólogo al informe, "son siempre aleccionadoras, y, sin duda, el más terrible drama que en toda su historia sufrió la nación durante el período que duró la dictadura militar, iniciada en marzo de 1976, servirá para hacernos comprender que únicamente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, que sólo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana".

Pero el recuerdo de este gesto ético no era necesario para que Ernesto Sábato ingresara en la escogida lista del Premio Cervantes, en la que figuran ya los nombres de Jorge Guillén, Alejo Carpentier, Dámaso Alonso, Jorge Luis Borges, Gerardo Diego, Juan Carlos Onetti, Octavio Paz, Luis Rosales y Rafael Alberti. No hace mucho tiempo, Ernesto Sábato declaró que la literatura en castellano es la más importante del mundo en este momento. El debate del jurado para decidir el nombre del escritor premiado en esta convocatoria no hace sino confirmar esa impresión. Porque el otro firme candidato -galardonado la pasada semana con el Premio Nacional de Literatura- al reconocimiento público era Camilo José Cela, que hubiera podido recibir el Premio Cervantes -en cuya nómina figurará antes o después- en esta o en anteriores convocatorias, y cuya obra se inscribe ya de manera indiscutible entre las grandes creaciones de las letras castellanas. Pero la vitalidad de la literatura escrita en español, a uno y otro lado del, Atlántico, no radica sólo en la lista -nada corta- de excelentes candidatos al Premio Cervantes, sino también en el hecho de que Ernesto Sábato y Camilo José Cela no se hayan permitido la tentación del retiro.

El Premio Cervantes de 1984 rinde homenaje directamente a Ernesto Sábato, pero puede servir también de ocasión para subrayar el destacado lugar que ocupa la literatura argentina de nuestro siglo dentro de las letras españolas. Aunque sean Jorge Luis Borges (premiado ya con el Cervantes y acreedor perpetuo de ese Premio Nobel que sólo el sectarismo y la ruindad le han negado), Ernesto Sábato y Julio Cortázar (fallecido antes de que le llegaran los honores académicos) los nombres que más fácilmente vengan a la memoria, la obra de Ricardo Guiraldes, Leopoldo Lugones, Ezequiel Martínez Estrada, Roberto Artl, Eduardo Mallea, Leopoldo Marechal, Manuel Múgica Laínez o Adolfo Bioy Casares pueden servir -sin que esta apresurada selección agote la relación de- los buenos escritores argentinos de este siglo- para ilustrar la fecundidad y elevada exigencia de una literatura que ha logrado superar las persecuciones y los arrinconamientos a los que los enemigos de la libertad someten siempre a la cultura.

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