Sólo le faltó morir en el ruedo
Desde los años diez, para muchos aficionados y estudiosos taurinos la figura cumbre del toreo es Juan Belmonte. Para otros tantos, lo es Joselito el Gallo, Gallito, en los carteles de la época. Pasión y matices aparte, la polémica se entablaba en estos dos frentes: según los gallistas, Joselito podía con los toros buenos y malos, mientras Belmonte únicamente podía con los buenos; según los belmontistas, la genialidad de Belmonte con los toros buenos no la alcanzaba Joselito nunca, ni con los buenos ni con los malos. En 1920 murió Joselito de cornada, y desde entonces ya no hay discusión: él es el torero de leyenda. Para igualarle a Belmonte sólo le faltó morir también en el ruedo.Se lo dijo una vez Valle-Inclán: "A usted, torero excepcional, lo único que le falta es morir en el ruedo". Belmonte le respondió: "Se hará lo que se pueda, don Ramón". Antonio Gala lo recordó el jueves, en una espléndida, profunda, biografía de Belmonte, dentro del programa de RTVE Paisaje configuras.
Hubo un pasaje documental que no recogía lo más granado del toreo de Belmonte, pero sí era suficientemente esclarecedor para apreciar la pérdida de riqueza artística que ha sufrido la fiesta: en su muleteo de recurso a un toro terciado y manso se sucedían multitud de suertes. Durante los escasos segundos que duró en pantalla el trasteo, Belmonte dio más cantidad de pases diferentes que los que se ven en toda una feria de San Isidro.
"Se hará lo que se pueda". A los públicos de la época les parecía que, en efecto, Belmonte hacía lo que podía para morir en el ruedo, porque el claroscuro de su figura mal conformada frente al torazo, que obligaba a embestir ceñido, literalmente pisándole su terreno, recreaba la lidia en una versión patética.
Fue el asombro , fue El Pasmo de Triana, y los intelectuales de entonces quisieron conocer, luego frecuentar, interpretar al cabo, a aquel hombre cuya fealdad se transfiguraba en hermosura de héroe cuando, torero de luces, fundía toro y suerte y provocaba en los tendidos un alarido de angustia.
Estampa y patetismo
Para tratadistas del toreo, sin embargo, estampa y patetismo no eran más que valores tangenciales de una creatividad que hizo de inmediato escuela y produjo la gran revolución en el arte de torear. El mismo Joselito procuró asimilar la técnica de Belmonte, y desde entonces es dogma. El dominio del toro, que desde Cúchares y demás padres de la tauromaquia era ejercicio movido, atlético, esforzado y acaso violento también, lo convirtió Belmonte en quieto, dramáticamente próximo al peligro, estético. Y para ejecutar el canon de los tres tiempos según demandaba la nueva liturgia, depuró el sentido del temple hasta elevarlo a categoría fundamental del toreo.
No fue un toro en la arena el que le dio muerte: él mismo fue, colmado de popularidad y riqueza, cuando, habiéndolo recibido todo de la vida, tuvo que aceptar también la siniestra dádiva de la enfermedad, el desengaño y la depresión. Sobrevivir en la lidia le ha impedido la entrada en la galería de los toreros de leyenda. Pero acaso sea fortuna para su biografía y para la fiesta misma, porque alcanzó la inmortalidad, cimero entre los más importantes diestros de la historia de la tauromaquia.
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