Coll, escapado durante 165 kilómetros, llegó el último
Antonio Coll, del equipo Teka, obligó a los especialistas a repasar, el jueves, la historia ciclista porque convirtió en posibilidad la ilusión de ganar una etapa después de 165 kilómetros de escapada en solitario Pero ciertas osadías se pagan a alto precio y, aunque resultara el héroe indudable de la jornada, la realidad es que llegó a la meta en un momento de confusión, pues el público había invadido la calzada. La organización tardó en darse cuenta de que aún faltaba un corredor, el último, que era precisamente Coll, quien llegó cuando nadie le esperaba, cinco minutos después del ganador. Van Calster fue el vencedor de la etapa al sprint. Moser sigue de líder.Coll recibió a la llegada a meta una paliza que contribuyó a hacer más penosa su situación, la de alguien que ya no cuenta porque su esfuerzo quizá le impida recuperarse en futuras etapas. Tras ser uno de los presuntos jefes de fila, se ha autoliquidado en 1,65 kilómetros para convertirse, a todos los efectos, en un gregario del que se duda pueda llegar a Madrid. Y lo cierto es que su pretensión de escapada fue tan ilusoria que nadie llegó a creérsela nunca. Sin embargo, cuando pareció existir, al menos, una posibilidad, la conclusión no dejó de ser decepcionante porque las hazañas infructuosas son ya de otra época. Los héroes o los líderes que cuentan ahora han de llegar a la meta con ventaja.
Coll, además, forzó el capítulo de especulaciones. En el kilómetro 17, la noticia de que este corredor había saltado del pelotón no sirvió para otra interrogante que la relacionada con el parentesco: ¿será de Nerja?, ¿tendrá familia allí? Porque en Nerja, a 47 kilómetros de la salida, estaba instalada la primera meta volante. No parecía tener otra finalidad. Y eso que, en todo caso, el favorito para este tipo de acciones era López Cerrón (Zor), a quien en la noche del miércoles le había llegado la buena nueva de que había sido padre. Pasada esta localidad, la diferencia sobre el pelotón alcanzó los 9.09 minutos, lo que a nadie preocupaba.
En Motril, a los 112 kilómetros, ya se había producido un despliegue especial del director del Teka, Linares, que cogió el coche y se marchó hasta Antonio Coll para insistirle en que detuviera la marcha. Siendo uno de los puntales del equipo, se estaba desangrando por nada. Lo suyo, con 18 etapas por delante, equivalía a un suicidio. Coll disimuló bien y se aprovechó de la tranquilidad del pelotón para disminuir sólo aparentemente distancias. Se llegó a los cuatro minutos de diferencia cuando quedaban 60 kilómetros, pero, a 50 de la meta, la diferencia comenzó a ampliarse. Era de 4.25. A Linares le faltó bajarse del coche para detener al corredor, pero el hecho de que, a falta de 30 kilómetros, llevara algo más de 3.30 hizo concebir la esperanza.
Golpes y empujones
Pero el pelotón no le cazó, sino que pasó fugazmente a su lado para dejarlo descolgado. Ellos iban a más de 50 kilómetros por hora y Coll apenas podía mantenerse en los 40. En la meta, todos los periodistas le buscaron, pero nadie le encontró porque había llegado descolgado. El efímero protagonismo quele recibió, entre golpes y empujones, quedará hoy en el olvido. Su escapada de 165 kilómetros será sólo un dato más de esta Vuelta. Coll, cabizbajo, se quejó de la mala señalización de la carrera. "Creía que era una etapa llana, pero no hacía más que subir cuestas. Si lo llego a saber antes, no lo intento. Es inadmisible". Era el penúltimo toque a una organización que alardea de récord presupuestario y de participación, pero que demuestra, cada día y en cada meta, su escasa preparación para empeños más importantes. El jueves no pasó nada en la llegada, pero entre los corredores cunde el pánico ante los finales de etapa.
Y eso que ya había quedado en el olvido que, a la salida, se había dispuesto un sprint especial a cinco kilómetros de la bajada de bandera. Los corredores salieron, pues, al sprint. Aquello pudo terminar en tragedia. El riesgo de un choque masivo fue evidente.
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