_
_
_
_
Entrevista:Mis queridos monstruos

José María de Areilza

Areilza, José María de Areilza se sabe, naturalmente, el libro de Rosier, y los de Maquiavelo, y hasta el de Vera y Zúñiga, pero se ha hecho la figura que es a sí mismo, que eso no se saca de los libros, o se saca, pero hay que hacer, luego, de la prosa diplomática, otra cosa, como hubiera dicho Machado. Y esto es Areilza: otra cosa. "Sí, Umbral, he leído toda la serie que vienes haciendo. Me gusta mucho. En mi casa tuvimos también a Proust de libro de cabecera: te lo digo por lo que cuentas de Escobar. En seguida, yo empecé a publicar artículos infectos y brevísimos en algún periódico de Bilbao, sólo por el placer de ver mi nombre debajo. Me atraía la literatura, sí, y me atrae, soy un frustrado literario, o un frustrado a medias, sabía que me lo ibas a preguntar, claro que no estuve en la famosa tertulia bilbaína que dices, la de Quadra-Salcedo, Iturrino y todos aquéllos, porque comprenderás que entonces tenía yo unos quince años". Ha comprendido en seguida de qué va el rollo y me facilita una octavilla verbal con su prehistoria. Como siempre, ya varias veces hemos almorzado juntos, el jaleo de lentes y cartas de restaurante, la conversación a la que no renuncia, "soy campeón de España de regatas o algo así", su continuo homenaje al comensal, que rebasa la discreción y llega hasta la comprensión e incluso la identificación con los gustos de uno. Richelieus pálidos, cardenales borrados y borrosos, diplomáticos y vénetos en el rostro de un solo color, alargado, solemne y sereno: todas las manchas, pecas y lunares al lado derecho de la cara.A Verdes le parece un patricio romano y a mí un patricio sin Romas ni siquiera Bilbaos, ya. Peor para Bilbao y para Roma. Tapices que descienden a su rostro, donde la historia empalidece, la penetración acuosa de los ojos vagamente claros y la sonrisa sarcastizada por la participación de la nariz, como en todos los hombres de nariz larga. "He vivido muchas épocas, sí, pero mi época fue el final de los veinte, concretamente, los años 29 y 30. Ya sabes que el crac del 29 tardó más de medio año en llegar a España. Fue un tiempo en que lo esperábamos todo y no nos enterábamos de nada. Había cierta paz, cierto bienestar, el mundo parecía que hubiese tomado un buen rumbo, soleado y cierto, y luego, ya ves".

Yo había pedido un consomé, pero él me ha impuesto, sin enterarse, unas verduras. Areilza come con vino tinto, saluda, abrazándose a sí mismo, remotos embajadores que se alejan por un espejo hacia misiones especialísimas; es, desde aquí, como uno de los padres primeros de la diplomacia, dispersando a sus hijos por el mundo.

-Nadie te conoce, José María, nadie te conoce. Tú te has velado al mundo. Eres una gran figura pública, pero sobre ti no corren chismes y uno vive del chisme, uno es una chismosa, José María, una chismosa quizá con "castellano egregio", cómo dices de mí en tu último y bellísimo escrito, y he aquí que yo tampoco te conozco, José María, no te conozco.

-Eso está bien. Tienes mucha razón.

-¿Te has velado por razones profesioriales o personales?

-Quizá, ni profesionales ni personales. Quizá por razones de pueblo: el pueblo vasco es así, vela su intimidad. Después de unas Mernorias políticas que cubren cierto tranco de mi vida, voy a inteiltar unas Memorias de juventud, Umbral, y ahí espero confesarme más y confío en que eso te guste.

-Mientras llegan esas Memorias, yo voy a entrar un poco a saco en el hombre, hasta que nos traigan el otro plato.

-Pregunta.

Y parece que le diverte el juego, lo que es anuncio de que va a seguir ocultándose.

-José María, llevas una camisa exacta a la que llevaba la otra mañana Luis Escobar, cuando almorcé con él. Camisa de rayas azules y anchas. Estoy empezando a pensar si todos mis entrevistados har. decidido uniformarse, pasarse la camisa, hasta marearme, hasta hacerme creer que estoy hablando siempre con el mismo señor, cuando yo busco señores tan dispares.

-Es una camisa clásica a mi edad y en mi clase. Y digo esto sin clasismos,claro. Es una camisa de elite (también lo digo sin elitismos), que los hombres de cierta edad nos ponemos porque nos parece que queda elegante. Los hombres de cierta edad tenemos conciencia de que hay que remediar la decadencia del cuerpo con el cuidado de la indumentaria.

-Pero llevas el prendedor de la corbata muy bajo, y eso, para mí, es síntoma de depresión.

-Yo jamás he tenido una depresión.

-Ya esa afirmación es sospechosa.

-Hombre, he tenido momentos malos, disgustos, fracasos, cosas que han durado meses, y he resuelto esas depresiones, si quieres llamarlo así, alejándome de los demás. Siguiendo con la ropa o la elegancia, me parece que su raíz última es el erotismo, y uno no puede ni debe renunciar al comporiente erótico de su imagen, porque eso tiene fuerza y es importante, queramos o no, para el mundo y para nosotros.

-La solapa de tu chaqueta es demasiado ancha.

-Bueno, es que cuido mucho la ropa. Este traje tiene ocho años, aquí donde lo ves, y claro, hay que aprovecharlo, aunque se haya pasado un poco de moda.

-¿Por qué llevas el pantalón tan alto? ?¿Se te enfría el vientre?

-No, qué va. Es que he adelgazado 15 kilos, cosa que siempre viene bien a cierta edad. Y como ya te digo que el traje es antiguo...

Las manos son como la estilización de unas manos vascas. Unas manos de leñador esbelto pasadas por la diplomacia. El mucho vello permite ver debajo las pecas -ay- de la edad, como las setas entre la hierba.

-Unamuno.

-Don Miguel echaba una vez un discurso en S alamanca, desde un balcón de la Plaza Mayor. De pronto nos vio, a un grupo de bilbaínos que habíamos ido a oírle, e interrumpió el discurso para gritarnos: "¡Espérenme un poco, que ahora bajo con ustedes a dar vueltas!".

-Maeztu.

-Maeztu, ya sabes, tenía algo de clérigo protestante.

(Uno siempre ha pensado que Maeztu, exteriormente -y quizá interiormente- es como una síntesis de Mortadelo y Filemón, pero no se lo digo a Areilza.)

-Maeztu -prosigue- me decía de Unamuno: "No es un pensador; es un retórico".

Qué cosas hay que oír en ciertos trancos de la Historia.

-Basterra.

-Yo creo que nadie hizo como él el paisajismo vasco en verso. Los caseríos y todo eso. Pero luchaba mucho con el castellano. Le costaba, se ve que le costaba. Yo, una vez, le encontré en un pesebre en desuso, naturalmente, con el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Se metía allí todas las mañanas a aprender palabras. Pastaba el castellano.

-¿Es cierta la leyenda de que los vascos escribís mal la lengua de Castilla?

-Lo que es cierto es que tenemos poco vocabulario castellano. Claro que la venganza de todo eso es Unamuno, creador constante de neologismos, o Sánchez-Mazas, o Mourlane, a quienes tú tanto has leído.

-Eguillor.

-Una figura local, un hombre grandilocuente y sabio que no hizo otra cosa en su vida que presidir una tertulia.

-Zunzunegui.

-A mí me enseñó los primeros rudimentos literarios: cómo se hace un artículo, por ejemplo.

-¿Cuántos años has vivido en el extranjero?

Andamos por el segundo plato. Ha venido un fotógrafo. Luego ha venido Verdes, que ya ha almorzado y va a tomar café con nosotros. José María se preocupa mucho de si estos hombres están en el bar -se ha preocupado, quiero decir-, preguntando todo el rato, pero yo sé que no es vanidad, que la tiene tan saturada, sino hospitalidad. Hasta en el gran búnker alegre de los espejos quiere ser hospitalario, como en su casa.

-En el extranjero he vivido 15 años, Paco. El Buenos Aires de Perón, que era una cosa pintoresca, sobre todo con Evita. El Washington de Eisenhower, el París de De Gaulle. Washington es una capital comercial que comercia con una sola mercancía: la política. Allí la política se lleva, se trae, se compra, se vende. Se vive para la política. De Gaulle era un hombre que tenía un defecto de visión y, por no ponerse gafas, miraba siempre levantando la cabeza, la cabeza y su inmensa nariz. Así nació el rráto, del nuevo Emperador, que iba a dominar el mundo. Pero no era más que un gesto, y un gesto obligado por una deficiencia visual. Así que ya ves si es importante la imagen.

-Seguimos sin saber quién eres, José María.

Sonríe.

-Pues pregunta, pregunta.

-Parece que te has vaciado en tu vida pública y no se te conoce vida privada. De ti, ya digo, no se cuentan chismes.

-Eso es porque he estado mucho tiempo fuera de España. El chisme fermenta en España. Aquí dentro.

-¿Has sacrificado mucho de ti mismo, como individuo, a la vida pública y la política?

-Mucho. Ya sabes que en Suiza algunos políticos viven en casas sin cortinas, para que todo el mundo pueda ver a cualquier hora lo que hacen. Yo he estado, siempre, un poco como en el escaparate. Y eso me ha obligado a renunciar a muchas cosas.

-¿Cómo lo has compensado para mantener el equilibrio que mantienes?

-Con alguna excursión arqueológica, a modo de escapada.

-Poca escapada me parece. Las mujeres.

-Mi primera y única novia fue y es mi mujer.

Aquí otro tópico sobre el vasco: la castidad. Pero tampoco se lo digo. Seamos un poco maquiavélicos con este Maquiavelo de solapa ancha.

Pasa a la página 14

Viene de la página 13

-Como todo el que se hace una figura, vives preso en ella.

-Es posible.

-Mírate en el espejo de los demás.- ¿Cómo te ven?

-Distante, frío, calculador, correcto, profundamente diplomático, discreto.

-¿Es lo tuyo una simpatía helada?

-No quisera.

Dice Areilza en Los libros de la diplomacia: "El origen de la diplomacia moderna podría explicarse de forma sintética, comentando lo que contienen unos cuantos libros.En ellos se ve nacer el concepto contemporáneo de la función. ( ... )

La diplomacia que hoy conoce mos no procede de los grandes rei nos de la Europa renacentista, sino, paradójicamente, de las pequeñas repúblicas de la Italia del Cuatrocientos".

Aquí está todo. Areilza comprendió en seguida, como hombre, como intelectual, como vasco, como español., como diplomático, que nosotros no éramos -pese a las proclamas imperiales de cuando entonces- un gran reino de la Europa renacentista, sino una pequeña república de derechas, militar y fascista, la de Franco, que tenía que negociar con lo que había o no había en torno. Por eso ha escrito uno tantas veces que Areilza ha sido el mejor vendedor de una España invendible, cuya casi única actividad era la permuta.

Mientras otros se daban grandes bofetadas contra la Historia, vendiendo una España con las suelas de cartón (como las legiones de Mussolini), Areilza fue siempre práctico y concreto, evitó en lo posible aquello que hace unos años se llamaba "triunfalismo". Ha manejado España en el mundo, cuando la ha manejado, con un criterio de república veneciana, en efecto (que quizá es lo que somos), y aquí está el secreto último y primero de todos sus éxitos y su larga carrera.

-Umbral ¿quieres explicarme la guerra que te hacen algunas gentes?

-La misma que te hacen a ti. Digamos que es la guerra sucia.

La educada reyerta de los espejos. Un restaurante como un príncipe. El sitio donde me descubrió Cela y me amenazó Fueyo. Todo como entre Viena y Viana. Como una Viana de domingo, un poco vienesa. Yo es como si me hubiera ido. El Conde de Motrico y Bernardino de Rosier hablan de las viejas artes de la diplomacia véneta.

-José María, tú sabes que se ha hablado de "fascismo y 98".

-Sí.

-Tú sabes que se ha hablado del racismo de Baroja. Mi maestro Yndurain me decía una vez que, en las novelas de Baroja, los vascos siempre son buenos. "Los malos ya empiezan a ser como de La Rioja o por ahí", concluía Yndurain. Y no es más que una apreciación literaria.

-Efectivamente, en Baroja hay racismo. Como en este restaurante hay cocina vasca con ajo riojano. Aquí la mezcla no es mala. En cuanto a Baroja, ya sabes que tiene la virtud de romper con la grandilocuencia del castellano. Su deshacer la escritura es deliberado.

No le digo a Areilza, porque no quiero llevar la conversación a lo puramente literario, que Bareja escribe mal sin remedio y que no se propone nada de eso que él, Areilza, dice, sino hacerlo lo mejor posible, que es bastante peor.

Es la hora de la conversa y el toro de la media tarde se sube por los espejos, con cuernos de oro. Conocí a Areilza, hace muchos años -él no puede acordarse-, en una visita de periodistas al Museo Naval, que entonces llevaba el almirante Guillén. Ya entonces me fijé en que el conde explicaba las cosas marineras mucho mejor que el almirante. Y, por supuesto, era más fino con los periodistas. Siempre me ha gustado la voluntad de estilo de sus artículos, la serenidad de su prosa. Entre sus obras de Memorias parciales, hay alguna obra maestra de rapidez, fluidez y penetración, con visión minutísima para lo intemacional (visión de moderno diplomático veneciano) y visión abarcadora de lo pequeño. Un día le hice una visita en Aravaca para Radio Nacional. Teníamos que hablar mucho de política y sólo hablamos de Josep Plá, que acababa de morir. Por eso la cosa quedó bien.

Almuerzos, presentaciones de libros, recepciones en su jardín de Aravaca. Toda entrevista tiene su inevitable envés, que es la contraentrevista, cuando el personaje comienza a preguntarle cosas a uno, a no ser que se trate de un personaje muy (mal) apersonado, que entonces no pregunta ni por la familia:

-¿Y tú cómo lo ves, Umbral? ¿No ves una derecha que nunca había tomado partido como ahora, tan violentamente, tan claramente? ¿Por qué no se mantienen en sus posiciones realmente liberales y tradicionales? A mí todo esto comienza a resultarme patológico. Yo no sé a ti.

Le doy mis respuestas, que son más prácticas que teóricas. Nos despedimos en nútad de la calle, con sobriedad que corrige las confianzas / confidencias que nos hemos hecho. Como si nada se hubiese hablado entre nosotros. Como debe ser. Areilza ya vivió, y no sólo como testigo, otro desmadre histórico de la derecha / derecha. Le encuentro como serenamente asustado por el desmadre actual. Pero, ya de pie y en la calle, sigue quedando elegante y conde con su traje de ocho años.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_