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VISTO / OÍDO

Los libros la pequeña pantalla

El divorcio entre los libros y TVE es absoluto. Ya no se trata tan sólo de que difícilmente un medio como el de nuestra televisión expulse de su seno cualquier programa que de lejos o de cerca verse sobre el mundo de los libros, sino que, más allá, lo literario brilla siempre por su ausencia en nuestra pequeña pantalla. Como si la guerra entre la galaxia Mac Luhan y la Gutenberg celebrara en Prado del Rey la más destacada y feroz de sus batallas.Todos los programas literarios o sobre temas editoriales que en TVE se han sucedido a lo largo de su corta y malhadada historia han sido convenientemente despreciados, maltratados, y han terminado por lo general de mala manera.

Se suelen emitir en espacios más bien muertos, sin fe ni confianza, se les reduce de improviso el tiempo de emisión, y se les suele cambiar de día y hora sin apenas avisar a sus escasos adictos. Pues de ahí surgen las excusas, de que no han sido programas con excesiva audiencia, y por ello los espectáculos literarios más mimados por nuestra TV han sido Dallas y Hombre rico, hombre pobre. Toda una declaración de principios.

Menos mal que ha venido el cine a entablar determinadas treguas, y que mediante la colaboración entre la grande y la pequeña pantalla hemos podido ver espectáculos de cierta dignidad, como Fortunata y Jacinta o Los gozos y las sombras, y se anuncian La colmena y La plaza del Diamante. Pero ello ha sido gracias al cine, como gracias al teatro se han visto otros espectáculos estimables, aunque con menor frecuencia. Pero, de hecho, hasta Encuentros con las letras y Biblioteca Nacional son recuerdos ennoblecidos por la nostalgia de los intentos desperdiciados.

Tiempo de papel se llama el último avatar de este fenómeno. Se trata de un intento serio y ya injustamente atacado, que acaba de perder a su creador y director, lsaac Montero -recientemente dimitido, apenas un trimestre después de sus inicios- ya trasladado de día y hora en la programación, y que en su filosofía y estructura supone el primer intento medianamente serio de dar por televisión la información literaria y editorial de manera diferente y más televisiva. El intento merece ser duradero, pues sólo su permanencia puede corregir errores, afinar métodos y analizar resultados. Pero ya se sabe que en TVE lo peor es siempre lo más probable.

El miércoles pasado, el espectáculo era insólito. El cuervo Nevermore -lo más aplaudido y criticado del programa, y que para. mí es lo menos esencial- estuvo hasta discreto; se habló de libros; minoritarios y rigurosos como El pulgar del panda o la novela Corrección, de Thomas Bernhard, Saber vivir, de Javier Sádaba; Raúl Guerra Garrido habló de sus cuentos, y Ramiro Pinilla y J. J. Rapha Bilbac, fueron objeto de un insólito reportaje sobre su personal invento editorial de Libropueblo. Ahí es nada: unos escritores ya consagrados, que fabrican libros y los venden sin cobrar un duro, en puestos callejeros del Gran Bilbao y a precios cinco veces inferiores a los habituales del mercado.

Demasiado para TVE, desde luego. Y el programa, ágil, ligero y rítmico -a veces sabía a poco- culminó con la aparición de una de las personalidades más fascinantes y atractivas -y menos conocidas- de¡ mundo literario español. El gran crítico y animador canario Domingo Pérez Minik apareció por vez primera en un programa nacional de televisión.

Pérez Minik es autor de libros inolvidables, crítico de narrativa extranjera en Ínsula durante muchos años, fue uno de los creadores de la mítica revista Gaceta de Arte, superrealista inicial, defensor más tarde de la literatura comprometida -de la buena literatura comprometida- y siempre maestro por libre de muchas generaciones de escritores, críticos y profesores.

A sus cerca de 80 años, Pérez Minik dio una lección de ética crítica, de suavidad y sabiduría expresivas, de concisión divulgadora y rigurosa al mismo tiempo. Reivindicó que su insularidad le concedió universalidad -"soy de un puerto, y por los puertos entran los libros, los vinos y las mujeres"- y cómo la radicalidad facilita el diálogo entre ideologías diferentes. Y, para final, cómo la guerra le descubrió que el arte más exigente nunca puede estar separado de la historia y la política. Fue toda una suave, sutil y elegante lección que casi parecía ficción.

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