Halcones negros
El llamado género negro, que comenzó a cristalizar en cine en los primeros años treinta con una serie iniciada por Underworld, de Joseph von Sternberg, escaló el mundo de las luces procedente de los laberintos y vericuetos del subsuelo de la sociedad norteamericana, convertida aquí en imagen desinhibida y sin matices, con todos sus componentes sombríos y violentos a flor de piel, de la jungla capitalista.La forma inicial del género negro fue el relato literario, a su vez derivado del reportaje periodístico sobre sucesos hampones y sangrientos, de las revistas pulp. La más popular de estas revistas fue Black Mask, y en ella afiló su pluma un ex detective privado, de ideas políticas muy radicales, sujeto de figura escuálida, cabeza aristocrática, perfil agudo de halcón, pelo negro rizado y ojos como ascuas sombrías llamado Dashiell Hammett.
Era este personaje autor de innumerables relatos cortos, cada uno de los cuales fue uña audaz penetración en el impenetrable submundo del hámpa de las grandes ciudades norteamericanas. Heredero natural de una tosca tradición de literatura popular, hasta entonces no cribada de ganga, sobré ella desencadenó Hammett un esfuerzo de purificación estilística sin precedentes, que elevó el zafio género de donde formalmente procedía hasta cimas de elegancia y precisión.
Su primer relato largo se tituló El halcón maltés, una novela deprosa austera y de magistral construcción, con la que el nombre de Hammett obtuvo una resonancia enorme, que no pasó inadvertida a los negociantes del cine, que husmeaban ya en la cantera literaria tras de asuntos negros con los que calmar la demanda surgida del reguero de pólvora generado por Underworld, de Sternberg.
En 1931, un año después de publicada la novela, comenzó a rodarse su primera versión cinematográfica, dirigida por Roy del Ruth; en 1936, el alemán William Dieterle realizó una segunda versión, titulada Satan Met a Lady. Se trata de dos filmes injusta pero inevitablemente condenados al olvido. Ambos entran en el mejor filón del cine negro fundacional, contienen imágenes en las que fantasía y documento estallan en chispas de sombra, y entran en ese ritmo de apisonadora de alta precisión que descubrieron para el cine negro sus inteligentes pioneros.
Pero dos obstáculos mortales acabaron arrinconando a estas dos películas en la polvorienta esquina destinada a las reliquias. El primero es que simplificaron abusivamente el complejo relato de Hammett; y el segundo, que un joven guionista llamado John Huston se atrevió a afrontar la novela sin esquematización alguna, y así, respaldado por una de las mejores adaptaciones de una novela al cine de que hay noticia, lo rodó en 1941. Desde entonces, irremediablemente, ambos filmes no tienen más valor que elde pálidos antecedentes de un filme deslumbrador.
En 1941, Dashiell Hammett ya no era, como 11 años antes, el explosivo creador de una forma y un lenguaje revolucionarios. Una década había hecho de él una especie atípica de clásico viviente de la narrativa contemporánea. En 1941, John Huston ya no era el niño bonito que parasitaba en Hollywood tras de la figura de su padre, Walter Huston, actor y hombre de talento enloquecido y descomunal, sino un joven guionista que, aunque contaba con pocos años de experiencia, era ya autor del guión de Su último refugio, de Raoul Walsh, filme también atípico, pero decisivo en la evolución del cine negro como género. También este singular filme destapó el hasta entonces escondido talento de un actor no menos atípico que los dos personajes anteriores, hasta entonces nada más que un torpe, aunque.eficaz, telonero de estrellas. Se llamaba Humphrey Bogart.
Los tres coincidieron en el rodaje de El halcón maltés en ese peculiar estado de espíritu de quienes, sabiéndose dueños de algo que decir, tienen por primera vez vehículo para decirlo. Hammett, creador de una literatura pletórica de actos y de imágenes, solo había conseguido tibias y amputadas traducciones de su estilo al celuloide.
Por su parte, Huston era la primera vez que, pese a dominar las entretelas del relato fílmico, se ponía detrás de una cámara. Y Bogart, que había despuntado su raro talento en El bosque petrificado y lo había elevado a la primera cumbre en Su último refugio, necesitaba salir de los esquemas, muy similares entre sí, de estos dos filmes, para abrirse hacia personajes más complejos, como el denso, duro e irónico Sam Spade de El halcón maltés.
Así estalló una galería de situaciones funambulescas, de intrincadas relaciones, de irresistibles diálogos, de esperpénticos tipos reales, una abismal incursión en el interior de la inhóspita racionalidad que el crimen adquiere en el reino de la ganancia, una brutal, atestada de humor, enigmática y transparente leyenda de negros halcones de presa y avaricia, que fue haciéndose plano a plano, secuencia a secuencia, hasta dar lugar a un filme que bordea lo insuperable, que divierte y conmueve, que tensa como un arco y relaja como un sueño nuestra imaginación y nuestra memoria.
El halcón maltés se emite hoy a las 21.35 por la primera cadena.
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