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La preciosa historia del fiordo y la rueca

La ópera El holandés errante, conocida también como El buque fantasma, que se emite hoy por la segunda cadena de Televisión Española, cantada por Donald McIntyre y Catarina Ligendza en los principales papeles, es la primera obra de madurez de Richard Wagner y desde su estreno, el 2 de enero de 1843, es una estupenda introducción a su universo.El holandés ha sido condenado a errar hasta que una mujer le prometa fidelidad hasta la muerte. Toca puerto cada siete años impulsado por una esperanza remota: encontrar quien le arranque de un vagar sin fin. Su buque bien merece el calificativo de fantasma, pues a una tripulación obligadamente famélica (y tan harta de viajar como su capitán), se añade una arboladura que evoca la figura de un esqueleto, con dos únicos lametones de color, si atendemos la descripción del libreto de Wagner: "velas rojo sangre y mástiles negros".

Senta es una muchacha nórdica con la mirada fija en un retrato. Mientras las chicas de su edad esperan, hilando a la rueca, el regreso de sus novios que pescan en la mar, cazan en el bosque o copian legajos en el ayuntamiento, ella, Senta, mira ensimismada la figura del cuadro, "un hombre pálido, de barba negra y oscura vestimenta", deseando que cruce el umbral de su casa un caballero semejante.

Aunque el errante oficial, por decirlo así, sea el holandés, también Senta vagaba. El marinero, envuelto en el aroma de una leyenda de perdición, se consuela ásperamente con una imaginería muy visual: oleajes prolongados, cielos opacos, horas de duermevela en el camarote fabulando el diseño de unas trenzas rubias, gestos de orgullo o altivez en el puente o, si el tiempo lo permite, la cofa, desafiando la lluvia, el viento y la maldición con la cabellera greñuda y un titilar de emoción en la pupila amarillenta; no hay nada peor para el cristalino que atravesar a la intemperie, durante siglos, los siete mares.

La muchacha, mientras tanto, vagaba en el escenario de una ruta doméstica, sin que por ello deba renunciar al adjetivo de errante. Senta, errante, recorre la ruta que une la cocina (es hora de cortar el pan) con el sillón frailuno donde se sumerge a contemplar el cuadro; se desplaza, errante, desde la chimenea hasta la leñera; surca, errante, el océano del comedor para depositar, en un cesto alfombrado con servilleta de hilo, las rebanadas para la comida o cena.

El encuentro

El holandés errante y la hilandera errante se encuentran, se reconocen y se entregan. El holandés se pone contentísimo: "¡He hallado mi salvación, habrá de ceder lo que me la negaba.". Senta comprende que su viaje ha terminado: "¡Permite que participe de tu destino aquella que puede oponerse a su marcha.'", y -la acotación de Wagner lo explica de maravilla- "se arroja al mar: En el mismo instante naufraga el barco del holandés y desaparece rápidamente con todos sus restos. A lo lejos se elevan el holandés y Senta, transfigurados, por encima de las aguas; él la sostiene abrazada". En el punto final sobrevuela una pregunta (¿también la tripulación se redime?) y un suspiro de alivio (la pareja errante ha dejado de errar).Los dos temblores de la partitura son la impaciencia y el resorte que tiende a ampliar la luz de los protagonistas a los demás, al coro, pueblos marineros. El abrazo de los enamorados impacientes por abandonar la dilatada espera, ¿alcanzará al grupo? Así parece creerlo Karl Böhm (un disco reciente, editado por Deutsche Grammophon, recuperaba la versión de Bayreuth de 1971), que dirige la ópera, asegurando firmemente que todos erramos en un buque fantasma o sobre el cajón de un aparador, esperando que el acantilado se trague miserias y certezas, para, tal vez, empezar a vivir.

El holandés errante se emite hoy, a las 21.20, por la segunda cadena.

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