El espectador taurino
Está empezando la temporada y se van preparando los tres protagonistas de la fiesta: el toro, el torero y el espectador, llamado también con el nombre colectivo de público. Lo que se llama calor de la masa es necesario en cualquier espectáculo, pero dudo de que la colaboración del único inactivo mientras se agitan los otros sea nunca tan importante como en el caso del espectador taurino.Ir a los toros constituye una fiesta social, a lo que ayuda muchísimo la forma de la plaza. No es lo mismo tener que adelantar el busto para ver a la gente situada unos metros más allá de la misma hilera, como ocurre en el fútbol, a dejar deslizar la mirada por la curva que forman los cuerpos humanos, deteniéndose morosamente en la cara, en la ropa y el aire de amigos y de desconocidos.
Ese espacio cóncavo en que destacar lo conocen muy bien las mujeres, que desde hace muchos años "han realzado" -como decían los viejos cronistas de sociedad- "la fiesta de los toros con su presencia", mientras su incorporación al fútbol ha sido mucho más tardía. (Esa es la razón también de que el lenguaje de las corridas haya sido siempre más refinado.)
Da gusto ver al espectador de pie en su sitio, imagen del optimismo y del buen humor. Ha conseguido llegar a tiempo a pesar del tráfico, ha encontrado su localidad y ahora se prepara a ver "la mejor corrida de la temporada" (¿por qué no?, alguna tiene que ser la mejor). Es feliz y le gusta compartir con los demás su felicidad, ver y ser visto. Por eso cuando reconoce a alguien que está un poco lejos hace intentos desmesurados para que le vea a él. Y como los que le rodean gozan también de ese espíritu gozoso que precede a la fiesta, hacen lo imposible para que esa relación se efectúe rápidamente. En un intento de colaboración que casi nunca se da en España -país de hoscas individualidades-, todos los vecinos de fila forman una cadena de simpatía para hacer llegar al aludido -¿ése?, ¡ése!- el mensaje que le está mandando el otro. Por fin, "le llaman desde aquel tendido", el aludido mira donde le indican: "¡Hombre!", -¡hola, hola!-, contesta el primero, alborozado. Y los veinte que han formado parte de la cadena sonríen, complacidos de haber contribuido a estrechar lazos entre gente tan simpática.
Esa atmósfera de simpatía y colaboración afectuosa se termina abruptamente cuando suena el primer clarín y sale el primer toro. El "¿cómo estás?, luego te veo", da paso a unos tajantes "¡sentarse!"; la idea anterior de que todos los que le rodean era gente güena que iban como él a pasarlo en grande, desaparece, y el espectador de toros -me refiero al español, claro, no al turista- empieza a descubrir algo que ya sospechaba y de lo que se había olvidado temporalmente. Que allí nadie entiende de toros más que él.
Y esa seguridad se nota sobre todo cuando cerca de su persona, a veces detrás, y clavándole, para más inri, las rodillas en los riñones, está un individuo que se permite hablar mal de mi torero para elogiar a su torero, cuando su torero no sirve para calzar las zapatillas a mi torero. Esa disparidad de criterios en cualquier bar o reunión social se trata y se discute cara a cara, pero en la corrida de toros es distinto. La originalidad de las corridas de toros estriba en que el diálogo no es entre sordos, sino entre ciegos, diálogo rarísimo entre dos personas que oficialmente han decidido ignorarse y por ello no se miran..., pero que se hablan continuamente uno a otro, a veces a través del motivo de la discordia, es decir, del torero.
Por ejemplo, el espectador A es de Paquirri, y el B es de Manzanares..., como han mostrado en el momento del paseíllo. Pues bien. Se abre de capa Paquirri y, antes de que se arranque el toro, A dirá: "¡Olé la planta de los buenos toreros!", mientras B asegurará enfáticamente: "¡Con borregos así, ya puedes!". A partir de ahí, cualquier lance de ese torero será acogido con entusiasmo por parte de A y con sorna por parte de B, y cuando sea Manzanares el que está actuando se cambiarán las tornas. Durante su turno, A no dejará de decir: "¡Y hay quien dice que: eres malo!", dirigido al vecino, aunque sea sin volver la cabeza, y éste contestará con un "hay gente que de toros no sabe nada y quiere saberlo todo", entendiendo por gente al caballero que está a su vera.
El partidario ve los valores positivos en su torero y los negativos en el torero rival, pero en el público, además, hay también alguien que, aun sumergido en la masa, acostumbra a sentirse superior a ella y se niega a aceptar el veredicto democrático de una plaza puesta en pie; ese tipo de espectador aislado y desdeñoso, encaramado en su saber taurino, es el que a la salida de la corrida, cuando un matador ha conseguido las dos orejas y el rabo en el primero de sus toros, y en el segundo ha,visto su faena recibida con silencio y algunos pitos, enfría el entusiaismo de sus compañeros con una frase corta y sabia que les deja boquiabiertos: "Pues a mí me ha gustado más en el segundo". Es el mismo que cuando el torero triunfante pasa con un ramo en la mano, devolviendo sombreros y sonrisas, se pone de pie como sus compañeros de tendido, pero, en lugar de juntar las manos en el aplauso, exitiende sólo una con el dedo índice levantado y lo mueve lenta, pero firmemente, de un lado a otro. "No, no y no". Traducción: "Yo no soy tan fácil como esa gente, a mí no me engañas". He notado que, en general, esa actitud aislada impresiona y que, en lugar de reaccionar airadamente contra él, los que le rodean le miran con cierto respeto. ¿Qué habrá visto ese hombre con la faena que se nos ha escapado a los demás?".
Un autor antitaurino fue el que escribió la novela de toros que más propaganda ha hecho por la fiesta. Al final de Sangre y arena, dice Blasco Ibáñez, refiriéndose al público: "Rugía la fiera, la verdadera, la única". Esto no es cierto. El hombre-masa (y la especial configuración de la plaza de toros le hace más homogéneo, bloque único de personas distintas) es infantilmente bueno; rechaza la violencia inútil del picador, el desgarrón tras el puyazo, y sólo es cruel cuando quiere ser caritativo, es decir, cuando se coloca infantilmente al lado del pobre: silba a los pobres peones que intentan sujetarle y aplaude al presunto suicida y posible cómplice de cogidas...
... me refiero al espontáneo.
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