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Televisión altera las bandas originales de las películas

La costumbre de alterar las películas de cine, que constituyen una de las bases fundamentales de la programación de Televisión Española, llega incluso a manipular y reconstruir las bandas sonoras originales. Televisión emite películas, por una parte, con graves cortes que varían sus intenciones, como sucedió con Esplendor en la yerba (Elia Kazan, 1961), que se pasó tan cortada como en el momento de su estreno, a pesar de haberse repuesto la versión íntegra hace años.A unos doblajes apresurados hechos con las mismas, falsas y estereotipadas voces que copan el terreno como si fueran miembros de una pequeña mafia, Televisión añade en sus emisiones unas defectuosas bandas de efectos donde han desaparecido muchos ruidos y los que subsisten suenan todos igual. Hay que sumar, por otra parte, la falta de respeto a los formatos originales, como los scopes y, lo que es más grave, una música que muy poco tiene que ver con la banda original de la obra.

Esto ha sucedido al menos con dos buenas películas de dos realizadores importantes: El cuarto mandamiento y Secreto tras la puerta, con una banda sonora distorsionada. La primera está realizada en 1942, es la segunda producción de Orson Welles y cuenta con una excelente música de Bernard Hermarin. La segunda está hecha en 1947 por el alemán Fritz Lang y tiene música del gran especialista húngaro Miklós Rozsa. Una y otra fueron sustituídas por una innoble mezcolanza que destrozaba el sentido de ambas películas.

Este problema se plantea, por regla general, en algunas películas anteriores a los años 50, de las cuales no se dispone en el momento del doblaje del sound-track original, la banda sonora sin diálogo, y en lugar de buscar su música en las fonotecas se recurre a la primera que se encuentra. Así, Wagner aparece en los momentos románticos; Strawinsky, en los emocionantes; Brahms, en los dramáticos, y restos del original en los fragmentos sin diálogo. De esta forma, la película en cuestión se convierte en algo muy distinto de lo que sus creadores lograron que fuera.

Aunque Quincy Jones, Lalo Schiffrin, John Wiliams, Burt Bacharach o Jerry Goldsmith nada significan para la inmensa mayoría del público, tienen un indudable peso sobre los medios de comunicación de masas. Son algunos de los autores más conocidos de las bandas sonoras de las películas norteamericanas más comerciales de los últimos años, con lo que supone de influencia sobre la música para cine o televisión que se hace en el resto del mundo.

Con la aparición del cine sonoro a finales de los años 20 se incorpora a la producción la figura del anónimo pianista que desde un rincón acompaña con cualquier música las imágenes que desfilan por las pantallas de las grandes salas. Y el trabajo del músico adquiere gran importancia dentro del cine tanto en los musicales, donde su trabajo es básico para el desarrollo de la obra, como en la más simple historia, donde una melodía puede subrayar o variar el significado de las imágenes.

Dentro del terreno de la música cinematográfica hay grandes personalidades que hoy se consideran clásicas y sin cuyo trabajo sería inimaginable el período de oro del cine norteamericano. Desde un músico del prestigio de Erich Wolfgang Korngold hasta nombres de la categoría de Víctor Young, Alfred Newman, Alex North, Miklós Rozsa, Max Steiner o Bernard Herrnann, unidos a determinadas productoras, películas inolvidables o ilustres realizadores. Actualmente se siguen haciendo ediciones especiales de sus composiciones, ediciones que pueden adquirirse en todas partes, incluso dentro de un mercado tan pobre en este terreno como el nuestro.

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