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La selección húngara vapuleó a la española en Mestalla

El triunfo de Wembley fue un espejismo. España volvió sobre sus pasos en Mestalla. Ante la selección húngara, que se limitó a ser un equipo ordenado y compacto, la hispana, excesivamente cerebral en el primer tiempo y embarullada en el segundo, no pudo recuperar el terreno perdido a la media hora de juego, e incomprensiblemente acabó vapuleada. Los tres goles húngaros fueron precedidos de fallos en los defensas españoles.La única alegría del primer tiempo la tuvo el público a través de los altavoces, que anunciaron el triunfo logrado por los B en Flungría. Fue la única alegría de la noche, porque el encuentro finalizó de manera decepcionante.

Juanito se situó en una posición cómoda y sin apenas marcaje, pero falló en lo que puede ser prodigioso: el pase. El otro artista del equipo, Solsona, durante un buen rato me hizo recordar a los clásicos del periodismo deportivo, que solían apostillar que un jugador era brillante en su equipo, pero no valía para la selección cuando en ésta realmente no acababa de triunfar. Solsona, que jugaba a favor de obra, estuvo anodino durante muchos minutos. Se tapó con un túnel magnífico y un par de recortes en un palmo de terreno, el primero de los cuales le permitió descolocar a su marcador y disparar con cierta potencia. Desafortunadamente para la selección española, el meta húngaro, en un alarde de reflejos, envió el balón hacia arriba y el larguero lo despidió fuera del campo.

Junto a este momento, los españoles solamente se anotaron en el haber, en el primer período, una embarullada jugada en la que Satrústegui lastimosamente no remató con acierto. Lo más vibrante tuvo como protagonistas a Juanito y Gordillo. Ambos soltaron el balón con vivacidad y realizaron un avance que bien pudo haber sido un grato recuerdo. La pared entre Juanito y Gordillo mereció ser gol, pero hubo dos circunstancias que lo imposibilitaron. La primera, el fuera de juego en el que incurrió el defensa bético, y la segunda, que tuvo que disparar con la pierna izquierda, que es la buena, pero en posición tan forzada que dirigió el balón fuera del marco. Gordillo ni siquiera en una clara ocasión de gol se atreve a manejar el pie derecho. Su desventaja en este sentido, en ocasiones, resulta excesivamente sensible.

Hungría montó un partido con más alegría de lo que suele ser el fútbol actual. Hizo un estricto 4-4-3. El juego húngaro no pivotó exclusivamente en Niylasi, que es una de las figuras más sobresalientes de su selección. En el centro del terreno hubo un amplio reparto de papeles, en el que tanto Mueller como Mucha participaron constantemente. Hungría se cerró bien atrás y España le facilitó la labor defensiva al elevar la pelota excesivamente. Lo que no despejaron Balint y Garaba por el centro, lo resolvió el gigantón Katzirz, que a veces ni siquiera necesita saltar para detener la pelota.

España se encontró con un gol en contra a la media hora de juego, a causa de una indecisión de Maceda, que se repitió al final, y esa adversidad no supo eliminarla rápidamente, porque le sobró frialdad en los minutos posteriores y le faltó imaginación y fuerza durante gran parte del encuentro.

En la zona media, Víctor se limitó a perseguir a Niylasi, y esa labor efectiva en Weinbley ante Keegan, anoche, en Valencia, no fue suficiente. Al equipo español le faltó un auténtico director de juego, y esto no es bueno, y también ese jugador brioso y corajudo capaz de calentar a los demás. Faltó incluso capacidad de marcaje. Los húngaros llegaron a moverse con excesiva libertad.

Las sustituciones las impusieron las circunstancias, y con ellas el conjunto nacional cobró más ímpetu. Pero, por contra, también posibilitó que el contraataque húngaro se colocara en situación de gol más veces de las que se tradujeron en el marcador.

El despertar español tuvo más de efectista que de efectivo. Ni siquiera la gran ocasión del empate, la que dispuso López Ufarte, se pudo aprovechar. Se quedó solo ante Katzirz y remató con fuerza y precisión, pero el meta húngaro volvió a mostrarse poco menos que imbatible.

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