El Madrid ganó los puntos pero aburrió a la parroquía
Sólo diez minutos de aceptable fútbol -los cinco primeros y los cinco últimos del partido- dejó ver el Madrid el domingo. El resto fue de juego monótono y aburrido, sin más chispazos que las intervenciones del extremo burgalés López, y las detenciones de los penalties protagonizadas por ambos metas. El Madrid se quedó con los puntos, pero resta la duda de saber si lo habría conseguido caso de que el Burgos hubiese apretado más.Fueron vistosos los primeros minutos. El Burgos no acertaba en los marcajes, se despistaba frecuentemente, y el Madrid sabía buscar el hueco. A los pocos minutos había anotado un gol Juanito, Stielike había estrellado un fortísimo disparo en el larguero, Gorospe había entrado en calor y el público se aprestaba a disfrutar una buena tarde. Pero todo fue un espejismo. El Burgos se afirmó atrás, a base, naturalmente, de meterse más y más en su área, cediendo metros en la media para crear una gran densidad de hombres cerca de Gorospe.
El Madrid ya no supo abrir huecos nunca. Si marcó un segundo gol fue gracias a un destello de talento de Juanito, que robó un balón para colocárselo a Santillana en bandeja. El Burgos, por su parte, no demostró mucha inquietud por marcar, ni después de encajar su primer gol, ni después de encajar el segundo. Todas sus ansias de contraataque se reducían a pelotazos largos para ese extraordinario extremo que es López. Cada vez que éste cogía el balón ponía en serios apuros a Camacho; pero como no contaba con más apoyo que el de Báez -y en el segundo tiempo con el de Pascual, que sustituyó a aquél-, poco pudo hacer, porque el Madrid tuvo la precaución de hacer bajar hombres cada vez que el balón llegaba al hábil y rápido extremo.
Los minutos fueron transcurriendo con un fútbol monótono. El público, aburrido, sólo encontró distracción a ratos metiéndose con Del Bosque, cuyos movimientos pausados despertaban protestas en las gradas, donde se echaba en falta eljuego más alegre de García Hernández, devuelto por Boskov al banquillo una vez que Del Bosque cumplió la sanción de dos partidos. Aunque Cunningham arrancaba de cuando en cuando aplausos por alguna acción espectacular, nunca se traducían sus jugadas en situaciones de peligro. Poco a poco, el Madrid fue reduciendo su fórmula de ataque a los intentos de paredes rápidas por el centro del área. Eso lo hacían muy bien Di Stéfano y Puskas veinte años atrás, pero el domingo no estuvieron ellos sobre el césped, sino Juanito, Stielike y Santillana, y no les salía nunca.
El aburrimiento dio paso a la inquietud cuando, avanzado el segundo tiempo, Sabido convirtió uno de tantos lanzamientos de la media del Burgos a uno de sus pases de gol, y el punta correspondiente -Pascual- lo transformaba cómodamente en el dos a uno. Con el pobre juego que exhibía el Madrid esa renta de un solo gol parecía frágil. El Burgos no buscaba la puerta de García Remón, pero podía encontrarla, aunque fuera por casualidad. No había que olvidar que a poco de empezar el segundo tiempo García Remón había tenido que detener un penalti tontorro cometido por Pirri, y que Sabido o cualquiera podía hacer otro agujero que sirviera el empate. Sabido, de hecho, repitió la pifia, idéntica a la anterior, en la otra banda, pero esta vez Pascual no tuvo tanta suerte, pues le cerró el paso Pirri.
En los últimos minutos, Boskov hizo comparecer, entre aplausos, a García Hernández, que ocupó el puesto de Angel, tan desentonado como todos. La entrada del fino interior alegró aquello y permitió disfrutar de cinco últimos minutos vistosos, que borraron levemente el mal sabor de boca del resto del partido, Gorospe le detuvo a Cunningham un penalti -que estropeó así un tanto la buena imagen que estaba dejando- y la reacción no dio goles, pero la entrada en juego de García Hernández vino a confirmar un viejo principio comercial: el cliente siempre tiene razón.
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