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Reportaje:El liderazgo turístico de España / 4

Las deficiencias urbanísticas y de servicios caracterizan las villas costeras

Lo que generalmente se denomina calidad de vida es ciertamente un concepto ambiguo y difícil de acotar. Sin embargo, parece admitido que se trata de un elemento plenamente incorporado a la realidad de los países desarrollados, precisamente como aspiración permanentemente perfectible y factor de diferenciación para determinar el grado de desarrollo de una comunidad. Dentro de este concepto cabe incluir casi todo aquello que se relaciona con el urbanismo, el habitat, la ecología y, en definitiva, el conjunto de servicios que el individuo recibe de la comunidad. También cabe considerar en el ámbito de la calidad de vida el acceso al disfrute de unas vacaciones; en definitiva, el turismo como fenómeno social de masas.La masificación del fenómeno turístico es un hecho reciente. Coincide con el período de máximo esplendor económico de la posguerra y es típico de los países más ricos del Occidente industrializado. El turista no es ya, por tanto, un ser privilegiado, al que necesariamente se deben ofrecer sofisticados atractivos. Pero tampoco puede hallar en sus vacaciones un grado de calidad de vida excesivamente distinto y distante del que incluye su entorno habitual el resto del año.

Paranoia especulativa

Las peculiariedades del modelo desarrollista español, instaurado en la década de los sesenta por el franquismo, no incluyen precisamente una consideración excesiva hacía el cuidado del habitat, ya sea rural o urbano. Las grandes concentraciones urbanas españolas no son un modelo de racionalidad ni presentan un superávit de servicios; antes bien, todo lo contrario. El medio rural, por su parte, padece las consecuencias de un progresivo abandono, causa y efecto al mismo tiempo de los importantes movimientos migratorios de los últimos veinte años. En este contexto surge el desarrollo de un nuevo medio -el turístico-, caracterizado por la improvisación y la paranoia especulativa.

La mayor parte de los núcleos turísticos españoles importantes tienen una vida inferior a los quince años. Surgieron, por lo general, en base a pequeñas villas de pescadores o a reducidas colonias estivales de la alta burguesía ciudadana. Una desaforada ansia especulativa, profusamente animada por el triunfalismo oficial, fue el motor esencial del rápido surgir de grandes moles de cemento y hierro, sin el más leve control oficial ni por parte de los entes locales ni por el poder central. Pequeños y depauperados ayuntamientos costeros vieron crecer de repente en torno a ellos grandes monstruos urbanos, capaces de albergar a cientos de miles de personas. Nadie pensó entonces en la necesidad de proveer servicios para atender a esas concentraciones urbanas. O, si lo pensó, no hizo nada por remediarlo.

El resultado de la imprevisión y el desorden es manifiesto: el paisaje resulta prácticamente irreconocible, las condiciones de habitabilidad de las villas turísticas son muy deficientes, cuando no se llega a la carencia de los más elementales servicios. Es todavía reciente la falta de agua padecida por Benidorm o los problemas de alcantarillado de otras localidades de primera línea. A fin de cuentas, las poblaciones eminentemente turísticas asemejan grandes con centraciones urbanas, situadas al borde del mar y sin ninguna dotación para resolver los problemas o atender los servicios más elementales.

Pero si la racionalización, el urbanismo y los servicios brillan por su ausencia, mucho más grave es la falta de calidad mínima en las propias construcciones. El boom de la edificación en las zonas turísticas pilló a contrapié al sector de la construcción -escasamente desarrollado-, propiciando la aparición de múltiples empresas cuyo único fin era la especulación coyuntural, carentes de la más elemental base técnica. Al mismo tiempo, el lema capital del inversor turístico -mínima inversión y máximo beneficio- coadyuvó al bajísimo-grado de calidad de las construcciones en las zonas turísticas de la costa.

La concepción misma de los núcleos turísticos como simples almacenes de visitantes junto al mar ha privado también a las principales localidades costeras de una serie de elementos sustanciales para concurrir con garantías de éxito al mercado. Así, muchas localidades han crecido de modo tan irracional que hoy les resulta imposible aco meter la construcción de un puerto deportivo, unas instalaciones de recreo, un campo de golf o simplemente un mercado para abastecer a la población de productos alimenticios. Y nadie puede dudar que todos estos elementos forman parte del grado de calidad de vida exigible en un período de vacaciones.

Resulta difícilmente permisible que el turista -sea nacional o extranjero- vea sensiblemente deteriorado su habitual nivel de vida durante el período de vacaciones. Es cierto que sus necesidades no van a ser exactamente las mismas, pero muchas de ellas son similares y deben ser tenidas en cuenta. Para ello, no cabe duda que carece de sentido plantear homogéneamente las necesidades de un visitante.

Cada núcleo, precisamente en función del tipo de oferta que haya querido incorporar al mercado, deberá plantearse un cúmulo de dotaciones diferente. Otra cuestión es que casi ningún elemento promotor de una determinada localidad haya escogido un determinado segmento de la demanda para concentrar su acción. Lo habitual ha sido querer estar en todo, sin acertar a estar en nada, complicando todavía más el tema.

Falta de control oficial

En todo este desmadre, la principal responsabilidad corresponde sin duda al promotor privado, pero los estamentos oficiales no han ido a la zaga. La acción tutelar de la Administración ha sido, y en cierto modo sigue siendo, nula. Unos y otros han propiciado la existencia de aberraciones tan espectaculares como saturar de puertos deportivos una zona plagada de campings y apartamentos y, al tiempo, concentrar hoteles de cinco estrellas en lugares inhábiles para este tipo de instalaciones.

Haber improvisado una infraestructura turística que se sitúa ya en cabeza del litoral mediterráneo, en poco más de quince años, tiene indudablemente un mérito que no sería justo silenciar. Pero ello no impide constatar los graves defectos de estructura que padece el conjunto de localidades turísticas españolas. Defectos que, en la mayor parte de los casos, son de difícil solución, pero que deberían servir de claro ejemplo para cuantos proyectos futuros se aborden en este país para promocionar nuevas zonas de atracción turística. Otros, sí pueden y deben ser subsanados prioritaria,inente.

De alguna manera, este país basó en el pasado -y aun en el presente- su desarrollo turístico en la proliferación de almacenes de visitantes junto al mar, a los que ofertaba exclusivamente una cama, una playa más o menos contaminada y un poco de sol. Además de ello, el consabido folklore barato (por calidad, que no por precio), y algún amago de tipismo, en el peor sentido del término, pretendían concitar las apetencias de treinta millones de visitantes todos los años, a los que simplemente era necesario abrir la puerta. Si el propósito de mantener la actual participación en el mercado turístico no se abandona -lo que no parece aconsejable-, el planteamiento deberá cambiar. Y no sólo en esto, sino en muchas otras cosas.

Mañana, un quinto capitulo, dedicado a las perspectivas futuras, pondrá fin a la serie.

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