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El señor Hondt y las elecciones

La historia ofrece escasa ejemplaridad para los españoles. Ni los grandes acontecimientos ni los pequeños les suelen servir de fuente de reflexión o de escarmiento. Es más: este tropezar una y otra vez en la misma piedra incluso ha sido elevado a la categoría de virtud de la raza, y la tozudez se santifica con el célebre dicho: «Mantenella y no enmendalla.»Aplicando este empecinamiento a las contiendas electorales, vemos que hoy como ayer -o hace año y medio, que para el caso es lo mismo- los distintos partidos políticos siguen «manteniéndola» y se muestran reacios a las alianzas De poco ha servido, sin duda, cl vulgarizar las triquiñuelas matemáticas con las que el señor Hondt, gran protector de los grandes partidos, nos asombró el 15 de junio último. Siguen los fraccionamientos, los personalismos y las escisiones, y puesto que en la izquierda ha habido pocos escarmentados, casi todos los avisados se van a encontrar en el centro, recibiendo con escasísimo trabajo gran parte de los escaños que los socialistas, con sus divisiones, les van a servir en bandeja. Para eso, UCD, dueña de la guitarra, como quien dice, puso sus dedos en los trastes que le vinieron en gana y fabricó una ley electoral cuyos sones eran los más apropiados para sus oídos, y que ventaja tras ventaja le proporcionó una superioridad capaz de conformar el mapa político de las Cortes. Cada una de ellas por separado no era relevante, pero todas juntas cumplieron su objetivo, en especial dos: el sistema Hondt de adjudicación de escaños y su reducido número.

Se ha esgrimido con aparente razón que el sistema Hondt era muy útil por estos lares, pues al penalizar duramente a los partidos pequeños corregía nuestra endémica tendencia al individualismo, pero también es cierto que UCD sabía perfectamente que este vicio electoral se da mucho más en la izquierda que en la derecha. Es verdad que las ventajas que el sistema Hondt otorga a los partidos fuertes se atenúan si las circunscripciones son muy amplias o si hay un elevado número de escaños, mas por tal causa, sin duda, se ha dotado previsoramente a nuestro Congreso de tan reducido número de diputados -350-, que no guarda ninguna proporcion ni con las Cortes anteriores a éstas ni con los demás países europeos. En 1902 tenía 368 escaños, y 484, en la II República. La Cámara inglesa de los Comunes posee 630 representantes, Francia, 487, y Suiza, tan pequeña, 194. Para encontrar un Parlamento con el mismo número de escaños que el nuestro tenemos que recurrir a Suecia, que tiene la cuarta parte de nuestra población.

No vamos a echarle toda la culpa a UCD. Como en la guerra, y, en el amor, también en la política debe estar todo permitido. Si el centro utilizó los recursos estratégicos que más podían favorecerle, la izquierda hubiera podido responder con una unión socialista tanto o más fuerte, que sólo se logró a medias, tarde y a trompicones, y así salió ella. Si el 15 de junio de 1977 se hubiera ya consumado la actual fusión del PSOE y el PSP y, a su vez, se hubieran integrado en la misma los socialisrilos regionalistas que formaron parte de la extinta Federación de Partidos Socialistas esta izquierda hubiera obtenido en las elecciones unos diez escaños más de los que logró y es muy posible que esta pequeña ventaja hubiera tenido consecuencias más importanfes de lo que se cree.

No es que sea muy fácil lograr un sistema justo de adjudicación de escaños, pero es indudable que existen procedimientos que distorsionan menos la realidad política que el Hondt. El sistema Lagüe, sin ir más lejos, y aun tratándose de un Hondt con correcciones, ha conseguido en los países escandinavos afirmar tanto a los grandes partidos como a los medianos. «Ha reforzado los partidos medios no socialistas -dice Stein Rokkan-, reducien do la sobre representación de los socialdemócratas y ha desanimado a los partidos minúsculos y nuevos» (1). En general, parece incontrovertible que el sistema proporcional en cualquiera de sus formas sea el más correcto. Dentro de esta modalidad, el procedimiento de los «restos mayores», utilizado en Italia, Israel, Luxemburgo y, parcialmente, en Francia y Dinamarca, es altamente fiel a la realidad electoral. Consiste en dividir el número total de votos emitidos por el de escaños, esto da una «cuota» de sufragios necesarios para obtener cada uno de éstos. Se da a cada partido tantos escaños como «cuotas» se contengan en su número de votos y los sobrantes se adjudican según los restos mayores. Esto evita que como ocurrió en nuestras pasadas elecciones, los votos de los partidos que no obtuvieron escaños en una provincia se fueron, de la mano del señor Hondt, al cesto de los papeles. Piénsese, por ejemplo, que el Partido Comunista obtuvo sus diputados en sólo doce provincias. Todos los votos de las 38 restantes se perdieron.

Ya la suerte está echada. tanto respecto a sistemas a aplicar como a coaliciones electorales. De todos modos, parece altamente instructivo que se sepa en qué forma tan distinta se hubiera configurado el mapa político de las Cortes si en las elecciones últimas se llega a adoptar el sistema de «restos mayores» o se hubiera duplicado el número de escaños, elevándolo a los setecientos que deberíamos tener de acuerdo con nuestra población.

Esto quiere decir que, si UCD alcanzó en las elecciones el 46.57% de los escaños, con el sistema de los «restos más fuertes» sólo hubiera obtenido el 37,71 % , y con Parlamento de setecientos escaños, el 35,43%.

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Ya sabemos que estos cálculos, de imposible acción retroactiva sobre los hechos, no pasan de ser un mero divertimento matemático, pero, aparte de que puedan ser ilustrativos en un futuro próximo, queden como permanente ejercicio de humildad para nuestro «centro» político. Su pasada victoria electoral ni fue tan sólida como los números pudieron hacer creer ni se debió tan sólo al señor Suárez, sino también, y en gran parte, al señor Hondt.

¡Sic transit gloria mundi!

( 1) Stein Rokkan, Electoral Systems.

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