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Reportaje:Tauromaquía 1978 / y 3

Uniformidad en el toreo de muleta, que sólo rompen la habilidad y el gusto

Del primer tercio, la tauromaquia 1978 pasa al último. El segundo, apenas ni existe: jamás hubo tan malos banderilleros entre los matadores. Sólo los subalternos se salvan, y no todos. El tercio de banderillas, normalmente, es una pena. Pero a él nos habremos de referir en otro momento.He aquí que los diestros se reservan (o eso dicen) para el último tercio, que es (también lo dicen) el bueno, el mollar, el chanchi. Y así ocurre que la mayor parte de los que componen el escalafón son todos buenos con la muleta. Son todos buenos o todos iguales. Aquí, salvo excepciones, han conseguido el milagro de la uniformidad.

Esta uniformidad la trajo el que inventó el toreo de costadillo. Es fama que Manolete aportó la novedad de hacerles faena a todos los toros o a un porcentaje altísimo de ellos, y esto obligó a sus coetáneos y posteriores generaciones (hasta la de 1978) a embarcarse en la aventura de la regularidad; de la cotidianidad del triunfo. Ole.

Un coletudo clásico (anterior a Manolete) juraría por todo lo jurable que no ya a todos los toros, sino ni a la cuarta parte de ellos, se les podía hacer faena. Sin embargo, si alguien le hubiera dicho que el público iba a admitir el toreo de costadillo no ya como recurso, sino como norma en todas las ocasiones y con todos los toros, seguramente habría modificado sustancialmente su criterio.

Porque no es lo mismo aquello de citar medio de frente, parar, templar y mandar (va implícito lo de cargar la suerte, ¡faltaría más!), que ponerse de perfil, paso atrás, y jugar al pasa-toro, sin obligarle para nada en el viaje. Con la técnica primera, que es la que mandan los cánones, la exposición es máxima en cada muletazo y el toro sólo admite un corto número de pases de cada marca. Es preciso emplear el repertorio. Con la segunda técnica, prácticamente quedan eliminadas estas limitaciones, pues disminuye el peligro, el repertorio a veces ni hace falta y se pueden dar medio centenar de pases de una misma modalidad, frecuentemente sin problemas.

Esta segunda técnica es la que, desde Manolete, cada vez con más asiduidad, emplean los matadores, con excepciones muy raras. Y, por ahí, se igualan todos. No es el arte y la maestría lo que les diferencia, sino la habilidad y el gusto. Por, ejemplo, Dámaso González es hábil como ninguno: «es capaz de sacarle pases a un borracho atado a una farola» -dicen algunos taurinos- Manzanares-es el paradigma del buen gusto. Uno y otro son absolutamente contrapuestos y por ello nos vienen muy bien como puntos de referencia. Porque esta es otra realidad: si se profundiza un poco, se puede apreciar que, en cuanto a técnica, ambos hacen exactamente el mismo toreo: el cite de perfil, la pierna contraria retrasada; se encorvan hasta el disparate para sacar al toro de jurisdicción, en el remate.

Es figura. Niño de la Capea, que ha hecho oficio de la tosquedad: su muleteo transcurre en un puro franelazo. Es figura Paquirri, cuya capacidad para encadenar derechazos no conoce límites. Es figura Angel Teruel, que ha patentado la faena de los unipases, donde la ligazón no existe. Estos, y casi todos los demás espadas del escalafón, hacen el toreo de costadillo, más o menos disimulado.

Hasta El Viti, después de que rompió el anonimato y se hizo figura, tomó el vicio de dejar la pierna contraria retrasada. Pero este es torero de otras calidades: muletero de excepción, dominador y profundo, ha dejado en numerosas actuaciones el recuerdo de un toreo de pura antología. En su línea, con más repertorio -y juventud- tenemos a Julio Robles; Niño de Aranjuez, aspira con fundamento a mejores puestos, pues hace asimismo un toreo clásico; los aragoneses Aranda y Benítez están en esa misma escuela, aunque quizá las oportunidades ya les han rebasado; Bernadó continúa con la regularidad de su pulcro oficio; Andrés Vázquez es, con la muleta, el maestro que ya ponderábamos al hablar de la técnica de lidiar, y posee el más amplio repertorio entre cuantos se visten de luces.

Hay, por supuesto, más toreros de esta línea en la lista -aunque algunos, como El Inclusero, actúan muy poco, por manifiesta injusticia-, pero no podemos dejar de mencionar los «caprichos» de Despeñaperros p'abajo, Curro Romero y Rafael de Paula, los cuales son algo más que leyenda. Puesto que cuando dicen «allá voy» son capaces de fundir técnica con sentimiento y convertir en exquisitez y embrujo todas las suertes del toreo de muleta.

El volapié y la suerte de recibir son, como las banderillas y el toreo de capa, las expresiones más patentes de la crisis de los capítulos fundamentales de la tauromaquia. La facilidad con que los presidentes conceden trofeos, y con que los pide el público, ha restado la importancia debida a la suerte suprema. Su recuperación se producirá cuando se establezca la norma de no conceder ni una sola oreja si la estocada ha sido defectuosa.

Espigando de aquí y de allá, aún se encuentran buenos ejemplos para reconstruir la tauromaquia, por lo menos en lo que concierne al toreo de muleta, y esta es una esti mable esperanza, pues los novilleros, aunque se les dan muy pocas oportunidades, traen la novedad de haber asimilado estas enseñanzas fraccionadas. La tauromaquia 1979 podría mejorar si se les da paso y hacen el relevo del escalafón superior, que desde hace años es un estamento monolítico y anticuado.

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