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El mayor peligro para un Gobierno socialista sería la incomprensión de sus bases

Preparar al partido para asumir la responsabilidad de gobernar después de las elecciones generales, e impedir la disociación entre la base y la dirección en la realización de dicho objetivo, constituyen los puntos fundamentales de un informe elaborado por el secretario general del PSOE, Felipe González, y distribuido a las organizaciones del partido. El informe consta de 43 folios, y está encabezado por el titulo «El PSOE y el proceso democrático.»

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El documento analiza el primer año de transición a la democracia, y dice, entre otras cosas, que la política de consenso no ha sido un capricho ni un producto de la habilidad del Gobierno, sino «una imposición de las circunstancias, inteligentemente asumidas por todos». Continúa diciendo que esta política ha puesto de manifiesto algunos rasgos en el comportamiento de los partidos que es necesario tener en cuenta, y asegura que el PSOE «se ha visto con frecuencia, por no decir siempre, emparedado entre las alternativas ofrecidas por el Gobierno y la incondicionalidad con que los comunistas le han prestado su apoyo en toda la negociación política y económica, con objeto de restar espacio y disminuir el protagonismo de los socialistas».Hacia el Gobierno socialista

«En la situación presente -prosigue el informe- el partido vive el fenómeno de la confrontación entre la acumulación ideológica producida por años de lucha contra la dictadura (y por la incorporación de algunos furiosos conversos) y la necesidad de realizar una práctica política que tenga en cuenta todas las circunstancias anteriormente esbozadas.»

«La primera interrogante a resolver -prosigue-, aunque parezca una pregunta relativamente simplista, es la de si el partido está dispuesto o no a gobernar.»

Critica después a los sectores de la militancia socialista que afirman que la autenticidad del PSOE está en proporción inversa al número de diputados conseguido el 15 de junio, y establece la necesidad de una simbiosis entre la oferta electoral del PSOE y el mandato popular que recibe. Y a partir de ahí, el secretario general del PSOE establece la siguiente afirmación:

«Creo que para que el Partido Socialista pueda gobernar en este período, es necesario sobre todo asumir unas responsabilidades históricas un tanto lejanas de los esquemas formulados a través de la acumulación ideológica, aunque imprescindibles para avanzar por el camino del socialismo.»

«Socialista, hemos dicho con frecuencia, es un concepto sinónimo de profundización de la democracia en todas las direcciones posibles. Pero para profundizar la democracia es necesario como requisito imprescindible ir afianzando el sistema democrático. Teniendo en cuenta nuestra experiencia histórica pasada y reciente, esto significa continuar el desmontaje de las instituciones de la dictadura, democratizar el aparato del Estado, conducir el proceso de descentralización del poder y de desarrollo autonómico, manteniendo la necesaria solidaridad interregional, y realizar un plan de austeridad capaz de superar la crisis económica en el esquema actual.»

Asegura el secretario general del PSOE que este esbozo programático conecta con las más claras aspiraciones populares, y rechaza las acusaciones de electoralismo por el hecho de buscar más votos en competencia con UCD, «porque cualquiera que aspira a gobernar en democracia necesita el apoyo mayoritario del electorado», y porque «ese electorado, que efectivamente votó a UCD el pasado 15 de junio, y que nos falta para completar la mayoría, está compuesto por lo que en las técnicas sociológicas se conoce como clases modestas, es decir, sectores de la población con un nivel de renta igual o inferior a la media del votante socialista y, por tanto, desde el punto social no situado necesariámente, sino coyunturalmente, a la derecha del Partido Socialista ».

Los cuadros están preparados

Constata después Felipe González la inexistencia de una estrategia de poder en el PSOE, y dice que «disponemos de cuadros suficientes para preparar la estrategia de ocupación del aparato del Estado a nivel ejecutivo», y «tenemos suficientes medios para elaborar un programa razonable», pero «la organización como colectivo no está en condiciones, no ya de difundir y apoyar ese programa de gobierno, sino tan siquiera de asumirlo como suyo propio. Y en ello radica el principal problema del Partido Socialista para afrontar esta coyuntura histórica». «La realización de un programa con objetivos de tanta trascendencia -pero limitados si se abstrae de la realidad y trata de subsumirse en las aspiraciones de nuestra acumulación ideológica- puede plantear graves problemas de disociación entre la base militante socialista y el Gobierno socialista.» Constata que los primeros síntomas de esta disociación ya han aparecido; por ejemplo, los acuerdos de la Moncloa señalaban unas directrices de política económica que no satisfacían a la mayor parte del partido, y «conviene decir con claridad que un programa semejante, con algunas variantes de protección del empleo y de política del sector público, habría de ser de forma casi inexorable el que los socialistas realizaran». Otro ejemplo puede ser la batalla constitucional, que la dirección considera un éxito, «pero casi totalmente incomprendida por la base militante del partido». Otro ejemplo, «tal vez el más lacerante por su significación, puede constituirlo nuestra proposición de ley del paro, mediante la cual conseguimos derrotar al Gobierno en el Congreso ante el problema más grave por el que atraviesa el país, debemos decir con sinceridad que la base militante del partido no ha concedido la menor importancia a este hecho, probablemente por considerar, como en los supuestos anteriores, que poco o nada tenía que ver con sus planteamientos ideológicos, y sin duda nosotros, como responsables, tampoco transmitimos su importancia».

«No hay que hacer un excesivo esfuerzo de imaginación para comprender que el máximo peligro que habría de afrontar un Gobierno socialista -probablemente hostigado por la derecha económica, por todos los sectores reaccionarios del país y por algunos sectores de los poderes fácticos- sería el de la incomprensión e incluso la hostilidad en algunos casos de la propia base militante del partido y la UGT.»

Consecuentemente con el análisis anterior, Felipe González establece que «la primera y más urgente tarea que se impone es la de comprometer a la base socialista en esa misión del partido».

Constitución y elecciones

Desarrolla después las resoluciones del comité federal del PSOE, de 1 y 2 de julio pasado, y estima que el resultado final de la Constitución será perfectamente asumible y defendible por los socialistas en el momento actual y en una alternativa de poder. El documento analiza extensamente puntos ya conocidos de la estrategia socialista para después del referéndum, que se centra en la celebración de elecciones generales; de ellas emergerá el primer Gobierno constitucional del país, que «se tratará de un Gobierno con posibilidades de gobernar, sólo o en coalición, sin tener que apoyar se permanentemente en otros para realizar un programa del que, en términos democráticos, será el único responsable». Asimismo dice que «la consecución de este objetivo global no significa el abandono de la exigencia de elecciones locales, sino que impone su celebración antes o al mismo tiempo que las elecciones generales».

El informe de Felipe González termina con un capítulo dedicado a la necesidad de que el partido se movilice en torno a los objetivos previstos y afirma que «toda la base militante del partido está obligada a defender y explicar la Constitución», entre otras cosas.

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