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Reportaje:

Viva la Gente: "No somos de la CIA"

Juan Cruz

Viva la gente, la organización de jóvenes que van por el mundo repartiendo sonrisas occidentales, está en Madrid y va a actuar mañana, 30 de abril, en el Palacio de los Deportes de la capital española. El 1 de mayo, sustituyendo de algún modo a aquellas concentraciones optimistas que organizaba el régimen anterior para que el pueblo olvidara la otra significación de la fiesta del Trabajo, volverá al mismo escenario. El 2 de mayo se producirá su última actuación.

En realidad, los noventa componentes del Viva la gente que se hallan estos días en España son una ínfima parte de los casi quinientos miembros de este grupo, que forman jóvenes de doce nacionalidades. Se dividen en cinco unidades, una de las cuales prepara precisamente en estos días un viaje a la República Popular China. Es la tercera vez que Viva la gente viaja a un país socialista. Antes, esta organización, a la que se acusa con frecuencia de pertenecer a entidades secretas norteamericanas, entre ellas la CIA, viajó a Polonia y Yugoslavia. «No fue fácil nuestra actuación en esos países, porque un cordón de policías nos separó del público, pero siempre se produjo una buena comunicación.»«No somos de la CIA», dicen los dos sonrientes jóvenes que han venido a Madrid a preparar la estancia de sus compañeros. «Tenemos documentos que prueban cómo se financia nuestra organización. »

Viva la gente, según sus propios representantes, tampoco pertenece a ningún grupo político o religioso. «Somos apolíticos», aseguran Roberto Carranza, mexicano, y Martina Sitcoske, una joven norteamericana de origen lituano, los dos miembros del grupo que hablaron para EL PAÍS. «Sabemos que ser apolíticos es una forma de politización. Lo que queremos decir es que entre nuestros propósitos no está el de mezclarnos en actividades o declaraciones de carácter político.»

En 1968, una fecha clave en la historia de los movimientos juveniles de todo el mundo, nació Viva la gente. Su fundador, Blanton Belk, que tiene hoy algo más de cuarenta años, y del que Roberto y Martina saben poco, lo creó para «demostrar que los jóvenes tienen buenos sentimientos y son generosos», resume Martina. «Belk tenía muchos ideales y mucha fe, y estaba convencido de que la juventud era sana». ¿Quieren decir ustedes que la otra juventud, la del mayo del 68, por ejemplo, no era sana? «No. Lo que decimos es que si plantearon algunos problemas sería por algo.» Viva la gente, dicen hoy sus representantes, nació también para dar un nuevo giro a la vida, «para hacer más suaves, menos difíciles, los problemas cotidianos».

El mensaje de Viva la gente parece que ha calado en algunos jóvenes españoles, que ya se han entrevistado con responsables de la organización para sumarse a cualquiera de los cinco grupos que funcionan actualmente. En Las Palmas de Gran Canaria, una de las ciudades españolas donde ha actuado Viva la gente, fueron setenta los jóvenes que se quisieron inscribir.

Los exámenes de los candidatos son simples, dicen Roberto Carranza y Marina Sitcoske. Tienen que haber cursado todo el bachillerato, por lo menos; sus ideas acerca de la vida deben ser similares a las almibaradas tesis fundacionales de Viva la gente, y sus edades han de estar comprendidas entre los diecisiete y los veinticuatro años. Una vez en el grupo, su permanencia suele limitarse en un año. Cuando son estudiantes -la mayoría lo son aún-, los centros docentes norteamericanos les hacen concesiones especiales para que no pierdan la secuencia normal de sus estudios.

Dicen que viven del fondo común que van formando con las recaudaciones que obtienen. Las recaudaciones se producen a su favor cuando no hay un financiador que financie sus actuaciones. En Madrid no tienen patrocinador. Todo corre de su cuenta. También los alojamientos tienen que procurárselos ellos, en cualquier caso. Antes de que el grupo llegue a las ciudades que visita, una avanzadilla prepara el terreno y se pone en contacto con familias particulares que aceptan a los componentes de Viva la gente. Ellos dicen que luego se afirman unos lazos de amistad que duran mucho tiempo. La popularidad de Viva la gente es tan grande, aseguran, que «a veces nos sobran familias». En Gran Canaria, los políticos también se dieron cuenta de la indicada popularidad. El gobernador civil, el presidente del Cabildo Insular y el alcalde de la capital acogieron en sus domicilios a estos trotamundos de la sonrisa.

¿Y de qué hablan ustedes cuando no son felices? Martina se sorprende. Se ríe y está varios minutos en silencio. Como las letras de las canciones de Viva la gente -«Dale a los niños su infancia/ déjalos juguetear/ no hagas de sus campos de juegos/ un campo de batalla»-, la respuesta es abstracta: «Nosotros no queremos perder el tiempo. Nuestra obsesión es ayudar a la gente a ser feliz. » ¿Y no les preocupa, por ejemplo, la tristeza de los jóvenes estadounidenses que aún no han recibido la amnistía de la pena que les impuso el Gobierno por negarse a convertir el Vietnam en un campo de batalla? «Nos preocupa la tristeza de todos. Esos problemas los discutimos entre nosotros, pero ya decimos que nuestra actividad es apolítica.» En 1980, Viva la gente parece que va a cruzar el telón de acero. La visita a la Unión Soviética se prepara con cuidado. «Es muy importante este viaje», dice Martina, «porque gracias a él podemos llevar nuestra alegría y nuestra comprensión a los habitantes de este país».

La sonrisa no los deja. Parece una máscara que se confunde con esas letras con las que pretenden ponerle música a la crisis. «Viva la gente/ la hay donde quiera que vas».

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