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San Isidro77: novena corrida de feria

Unos segundos inolvidables de Juan Moura

Plaza de Las Ventas. Novena corrida de feria (domingo). Toros de García Romero hermanos, serios y con cuajo, mansurrones, tres ofrecieron serios problemas, cuarto y quinto con sentido; les pegaron fuerte en varas.Tinín. Pitos. Bronca. El Calatraveño. Bronca en los dos. El Puno. Ovación y saludos. Vuelta al ruedo.

Y dos toros de rejones, de Torrestrella, muy bravo el primero, reservó el otro. Alvaro Domecq. Aplausos y saludos. Juan Moura. Aviso y ovación con salida al tercio.

Lleno total. Presidió el señor Mínguez, mal en los cambios de tercio: algunos toros se quedaron sin picar. Se guardó un minuto de silencio en memoria de banderillero Parrita, fallecido en accidente de tráfico.

Público muy duro e intransigente el del domingo en Las Ventas, meridianamente distinto de ese otro, entregadito, que va a ver a las figuras, y todo le parece bien, todo lo justifica.

El del domingo en Las Ventas no justificaba nada, ni la modesta condición profesional de los matadores, ni las dificultades del toro «¡Toro-toro!» -se ha escuchado muchas veces en la feria, al grito de la afición. Estaba en la plaza el domingo. Toro-toro, con cuajo, hon dura y seriedad, y además con sen tido. Alguno hubo que no tenía un pase, como el quinto, y la gente se ensañaba con El Calatraveño quien, ejemplo clásico de la vergüenza torera, no tuvo ocasión de pasarse por delante a la fiera, ni una vez; aquel valor espartano re conocido por todos, no le alcanzó más que para tirar líneas, a la defensiva. Al segundo, que se quedó sin picar porque el inefable presidente -de nuevo, el señor Mínguez al aparato- cambió precipitadamente el tercio, consiguió aguantarle sus violentas oleadas para dos tandas de derechazos, pero la pelea la ganó el astado, que se hizo el amo. Afligido El Calatraveño con un toro de genio y trapío: ¡Quién lo diría!

Despegadito toreó Tinín al primero de la tarde, que tenía faena; despegadito, frío y sin ánimo para hacer buena esa orejita que le regalaron el primer día de la feria. Y ya en este plan, visto el cuajo y el sentido del cuarto, ni intentó meterle en la muleta; antes bien, la utilizó para cortarle el viaje y demostrar que iba mal.

Más animoso, el Puno toreó de capa, aprovechó las aceptables embestidas de sus enemigos para instrumentar series al natural y por derechazos, con sus complementos de molinetes, de pechos y manoletinas. No hubo calidad, pero ahí quedó el ánimo del espada en tarde de acritudes, tanto en el tendido como en la arena. Y no es que contara con mayores facilidades que los demás, pues si el sexto resultó perfectamente toreable -aunque no había que descuidarse, pues se revolvía con casta- el tercero, asimismo insuficientemente picado, era distraído por el derecho y pegaba tornillazos por el izquierdo y, sin embargo, se fajó con ambos, aguantó cuanto había que aguantar.

Ya se ha dicho de la seriedad de los toros. Añadamos que la tónica fue la mansedumbre y el feo estilo, y que en varas les pegaron trasero, lo cual, lejos de atemperar, propiciaba el peligroso cabeceo. Hubo un toro bravo -sólo uno- en la plaza, y ese fue el primero de rejones. Torrestrella, jabonero claro, codicioso, crecido en cada farpa, banderilla y rejón, siempre presentando pelea en los medios, Alvaro Domecq estuvo con él tan lucido como acelerado, aunque hay que señalar que reunió al estribo con más frecuencia que otras veces.

Quedado, reservón, era, por contra, el otro torrestrella, pero se midió con él ese cabaleiro increíble, Juan Moura, maestro en la especialidad pese a su juventud. Demasiado confiado, el toro alcanzó varias veces los caballos, pero su toreo de temple, el conocimiento de las suertes y las querencias, y sobre todo los quiebros, levantaron clamores. Hubo un momento culminante en la tarde: Moura midió los terrenos del toro y quedó frente a él. Caballo y res, inmóviles como estatuas. En esto que eljinete inicia el galope y frena de súbito. El reservón toro, ante este cite imprevisto, sale de su inmovilidad y acomete. Moura espera, quiebra, reúne al estribo y clava en lo alto. Todo, en cuestión de segundos. Ni que decir de la ovación y del delirio. Si hubiese un premio para lo mejor que se ha visto en la feria, sin distinción de suertes ni de modalidades, la opción sería para Moura, técnica, emoción y belleza reun Idos en unos segundos inolvidables.

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