La victoria en verso
El escritor argentino Martín Caparrós y el mexicano Juan Villoro mantienen una correspondencia durante todo el torneo y constatan que el balón sabe también mucho de amistad
Te saludo, Granjuán. Ya sabes, lo de hoy fue extraordinario. Así que, para comentártelo, elegí una vía un poco menos ordinaria. O más, quién sabe. Ya me contarás.
Aquí va, con un abrazo grande y la métrica del poema nacional, el Martín Fierro:
Aquí me pongo a cantar
un triunfo como pocos,
uno que bajo los focos
de un estadio tan lejano
consiguieron los hermanos
de esta bandita de locos.
Eran once y eran tantos,
todos con una intención:
darle a uno el corazón
que otra vuelta había perdido:
querían que el héroe herido
conquistara su ilusión.
Para eso trabajaron
como perros sin resuello:
era emotivo, era bello,
verlos correr y correr,
verlos jugar y saber
que no era solo por ellos.
Era por Él y por tantos
que esperaban la victoria
para salir de la noria
en que viven cada día.
Y si no salen saldrían
en esta noche de gloria.
Para eso Él también corría:
volvió a ser el que era antaño
como si nunca los años
por su cuerpo hayan pasado:
si parecía embrujado
tirando pases y caños.
Lo llamo Él por respeto
y porque no tiene rima.
Ni vos ni vos ni mi prima
sabrán qué rimar con Messi.
Yo tampoco, así que ni esi;
es Él o nada, y domina.
Hay tantos otros, seguro,
pero ninguno tan güeno
como ese muchacho lleno
de mejillas en los granos:
parecía más que humano,
puro gol, puro veneno.
Dicen que Araña le dicen
y a mí me suena que no;
lo que a verlo pienso yo
es que el pibe granujiento
le puede ganar al viento
y hay que llamarlo león.
Solito se hizo dos goles
y le dio a Él el primero;
Él a cambio en el tercero
le dijo tomá y hacelo;
no se le movió ni un pelo
cuando cerró el entrevero.
Y hay muchos más, por supuesto:
esa banda de parceros
son eso raro y fulero
que por ahi llaman equipo:
unos tigres, unos tipos
buscando el mismo lucero.
Es un equipo y es raro:
en general se le nota
al futbolista la rota
tentación de destacarse.
Acá piensan en juntarse
y fundirse en la pelota.
Y por fundirse fundieron
los pisaron como a ratas,
los dejaron en pelotas
con las esperanzas rotas
y pidiendo por su tata.
cantaban por todas partes.
Vamos que es arte este arte
de jugar y no jugar,
de ganar y sí ganar
y que toditos se aparten.
Eran once y varios miles
y miles los alentaban
pero ellos también gritaban:
era tan lindo escuchar
cuando fueron a corear
los cantos que les cantaban.
Fue un triunfo estrepitoso
y no pareció argentino
le faltaba en su camino
el sufrimiento habitual,
el ahogo sideral
que parecía nuestro sino.
Mire, pensé, si aprendemos
a ganar sin sufrir tanto,
sin necesidá de llanto
ni de pasarlas canutas.
Así sería, sin disputa,
la vida un amable canto.
Al final en la final
ya estamos y solo queda
para completar la rueda
del destino soberano
que Él y sus veinte hermanos
la levanten, no la cedan.
Pero de esto no hay que hablar:
por hablar, tan a menudo,
se pierden los más boludos
y no ganan los astutos.
Quiero rimar pero muto
y me quedo en el saludo.
Salud, salud, buenas noches.
Salud, salud, hasta pronto.
Que si me monto no monto
en el caballo correto
y me escapo en un soneto
como soy: un viejo tonto.
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