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Simone Biles, más grande aún cuando tropieza, reclama a Rebeca Andrade para su club

La estrella de París pierde el equilibrio en la barra, donde gana la italiana Alice d’Amato y ella es quinta, y se sale del cuadrilátero del suelo y es segunda tras la brasileña

Simone Biles, a la izquierda, y Jordan Chiles, hacen una reverencia cuando Rebeca Andrade sube a por su medalla de oro. Foto: Abbie Parr (AP) | Vídeo: EPV
Carlos Arribas

La música del suelo se apagó. La fiesta ha acabado en la Pirámide de Bercy. El pabellón aclama ¡Re-be-ca! ¡Re-be-ca! ¡Re-be-ca! Y, desde el podio, en el escalón del bronce, Jordan Chiles dirige y anima al coro, y le pide un crescendo imposible, y en el escalón de la plata Simone Biles acompasa los gritos con sus palmas, feliz como una niña celebrando a su reina, a Rebeca Andrade, la brasileña de las favelas, que asciende al primer escalón, el del oro, y puestas de acuerdo con un gesto, Chiles y Biles, a un lado y otro, se inclinan y la reverencian como a Sisi emperatriz sus cortesanas en Viena. Y no hay quien no se emocione ni entienda a la perfección el significado de lo que ocurrió el último día de la gimnasia, un lunes a la hora de la comida, junto al Sena en París. Tres gimnasta negras en lo más alto.

“Fue muy bonito por su parte”, dice Andrade, la medalla de oro al cuello, y se parte de risa. “Son las mejores del mundo. Lo que han hecho significa mucho para mí. Me siento honrada. Siempre nos apoyamos mutuamente. ¡Y hemos demostrado el black power! Ha sido estupendo. Ya fuimos tres negras en los Mundiales, y ahora poder hacerlo en los Juegos Olímpicos significa que hacemos realidad nuestro poder. Nos aplaudirán o tendrán que tragárselo. Me quiero a mí misma, me encanta mi color de piel, pero no me centro en eso. Rebeca va más allá de su color. Lo mismo ocurre con Simone y Jordan”.

Simone Biles, que llegaba a la final de los dos últimos aparatos, barra de equilibrio y suelo, con tres medallas de oro colgadas al cuello, y favorita para sumar al menos otro oro más, se cayó de la barra de equilibrio, y en su cuarta interpretación en ocho días de su danza liberadora sobre el tapiz de las cuatro diagonales —triple doble mortal, completo frontal hasta doble doble, doble con medio giro y doble— se manifiesta con tal energía y velocidad que el cuadrilátero de 12x12, 144 metros cuadrados, y la diagonal son poco menos de 17 metros se le queda pequeño y pisa fuera al aterrizar en dos.

“…Ready for it?” (preparada?) pregunta Taylor Swift en la canción que marca el ritmo de Biles, y la propia cantante, en X, confiesa que ella ha visto la actuación muchas veces y sigue sin estar preparada, pero que Biles, sí, ella está preparada, seguro. Está tan preparada para llenar el escenario con sus gargantilla y leotardos brillantes y con sus 10.000 cristalitos de Swarovski y sin su pena ya a cuestas como para agarrar un micrófono y, tras ganar la competición por equipos, proclamar que el nombre que debe recibir el grupo que lidera es FAAFO, acrónimo de Fuck around and find out, versión macarra y agresiva de quien con fuego juega acaba quemándose. Atacadnos y ya veréis lo que os pasa. Cuando le sugieren que eso es slang de barrio, exagerado para el público de la gimnasia, tantas familias con niños y abuelitas, da un paso atrás y acepta conciliadora la propuesta de su entrenadora, la francesa Cécile Landi. “Somos ya tan mayores [son los terceros juegos de Biles, de 27 años, y sus compañeras están en sus segundos] que somos las GG, las Golden Girls”, dice, en referencia a la serie televisiva Las chicas de oro.

La adrenalina y el deseo de Biles, tan ready que se pasa, se penalizan con 0,6 puntos (0,3 por cada dos pies en el margen) y dan la victoria por 33 milésimas, un tercio de punto, a Andrade, segunda en el concurso general, segunda en el salto, tercera con su Brasil por equipos, y ya oro en Tokio en salto. El segundo oro olímpico le permite la entrada a la brasileña, de 25 años, y en sus terceros Juegos, en el club de las Chicas de oro, que Biles no limita a las nacidas en el imperio.

Al paraíso del suelo y el festival, que solo dejó de hielo a la rumana Ana Barbosu, quien se creía tercera y de bronce antes de que una reclamación de Estados Unidos lograra aumentar la puntuación de Chiles, gimnasta y bailarina tan expresiva, una décima, lo suficiente par ser tercera, se llegó, siguiendo la ruta de Dante pasando por infierno.

Silencio de gimnasia masculina en el gran salón de la pirámide de Bercy. Sobriedad que impresiona y cohíbe a las gimnastas festivas, musicales. Toca el corredor del infierno, como lo describe la divulgadora Cristina Martínez, y lo confirman las caras pálidas de las gimnastas que ven temblar, caerse una y otra vez, y una y otra vez levantarse, a las competidoras obligadas a pasar 80 segundos haciendo el gamba, cabriolas, mortales de espaldas, giros de cosacos bailando el casatchoc sobrias, volteretas sin manos… sobre un tablón de 10 centímetros de ancho a más de un metro de altura sobre la plataforma y en el que ya andar sin caerse es complicado para los humanos

Es el corredor sin retorno para Simone Biles, una de las cuatro que pierden el equilibrio y caen al suelo. El tropezón del héroe, el error tonto, suele desencadenar el inicio de las peripecias desastrosas de las tragedias de Shakespeare. Con Biles no. Biles, la tragedia ya la ha dejado atrás. Su resurrección tras Tokio, emancipación y vindicación forman parte de su epopeya. Y la épica es siempre más emocionante, más sentida, cuando la protagoniza una persona capaz de llegar más allá de sí misma enfrentada a las mayores dificultades pero que también tropieza en el bordillo de una acera como cualquiera que no superheroínas de película de plástico y efectos especiales, y errores sin consecuencias.

La caída de Biles, que terminó quinta, y de tres más corona inesperadamente con dos medallas a Italia. Oro para la sólida Alice d’Amato, genovesa de 21 años con experiencia en Tokio, y bronce para la romana Manila Esposito, debutante olímpica a los 18 años y campeona de Europa que compite en la Liga Iberdrola con el club Xelska de Palma de Mallorca. Ambas entrenan en Brescia, en el CAR del que ha salido también la plata de Italia por equipos, a las órdenes de Enrico Caselli. La plata fue para la china Yaqin Zhou, la primera en saltar al corredor ardiente, y se pasea por él, pies descalzos, sin pinkies como otras, de puntillas, delicada y fuerte, grácil, como un cisne en el agua, como si ese fuera su único hábitat. Falsa impresión de delicadeza que solo se quiebra cuando un desequilibrio le obliga a poner una mano en la barra para no caer, y fue una lástima. Le sobró poesía, o sentimiento, le faltó el sentido práctico de las italianas, que uniendo lo útil a lo bello, las que mejor entendieron mejor el sentido del equilibrio entre el riesgo y el beneficio en una final en la que con solo no caerse la medalla caía seguro. O casi seguro. Rebeca Andrade, la última en actuar (lo hizo después de Biles) había contemplado tal cantidad de tragedias en las siete anteriores que falló sus conexiones y no cayó, pero fue cuarta. No sabía quizás, pero sospechaba, que solo una hora después, subiría a lo más alto reverenciada por Simone Biles, la más grande, y más grande aún después de las caídas.

Y Jordan Chiles, la impetuosa, la consejera que le compró a Biles el diamante con la cabra y planeó la escena del podio, lo resume todo con una frase: “Rebeca es un icono y una leyenda por sí misma. Nuestra reverencia reconoce lo que todo el mundo debería hacer cuando gana alguien que ha puesto tanto trabajo y dedicación en la tarea”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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