Carapaz: “Es lo mejor que me ha podido pasar en toda mi vida”
El campeón olímpico de ciclismo ha crecido conociendo el valor de su medalla por la importancia que tiene en Ecuador la figura de Jefferson Pérez, oro en Atlanta 96
De uno de los podios más cargados de peso que se recuerdan –Tadej Pogacar, el ganador del Tour, a la derecha; Wout van Aert, el ciclista total, a la izquierdar–, el del centro, el más bajito, y le cuelga del cuello la medalla más brillante, es Richard Carapaz, que, hace 25, era un niño de tres años cuando Jefferson Pérez, un ecuatoriano con los tobillos de goma, tan elásticos, ganó los 20 kilómetros marcha de los Juegos de Atlanta. Desde aquel día, Jefferson, de Cuenca, en la Sierra, es un dios en Ecuador, y con esa imagen ha crecido el corredor nacido en Tulcán en 1993. De él se acuerda Carapaz, campeón olímpico de ciclismo y el hombre más feliz del mundo aun cuando dice: “Esto es lo mejor que me ha podido pasar en toda mi vida. Este oro no tiene ninguna comparación con mi victoria en el Giro”.
Carapaz piensa en él, en el reconocimiento oficial que por fin tendrá pleno, y piensa en el ciclismo, el deporte, dice, “con más seguidores en su país”. “Y con esta medalla será increíble”, dice el ciclista que corrió en el Movistar hasta hace dos años, y se fue después de ganar el Giro para ser uno de los líderes del Ineos todopoderoso. Y sonríe como él solo sabe sonreír, con los ojos y con la boca, y los pliegues de su cara que no cubre la mascarilla lo delatan.
En la mesa de la conferencia de prensa, los mismos, tres, en el mismo orden. Cara larga de Van Aert cuando dice: “Estoy mucho más contento con esta plata que con mi segundo puesto en Imola [Mundial, octubre pasado, ganó Julian Alaphilippe]. Ha ganado el más fuerte y yo logré aguantar en el grupo y ganar el sprint. Es algo muy importante, una medalla para mi país”. Cara larguísima de Tadej Pogacar, dios en el Tour, bronce en los Juegos, cuando dice: “Lo he dado todo y estoy superfeliz, súper, superfeliz. Una medalla de bronce olímpica es algo que no se puede describir”.
Sí que puede el esloveno describir el lamento que emitió cuando, poco después de lanzar un ataque en lo más duro del durísimo circuito, a las cinco horas y media de carrera, a los 200 kilómetros casi, a 38 de la meta, se dio cuenta de que lo que creía unas piernas magníficas le habían engañado. “Lo lamenté nada más hacerlo y lo seguí lamentando después, cuando atacó Carapaz”, dice el esloveno. “Fue un gran error por mi parte”.
Con el ataque mal medido, Pogacar acabó con la frescura de Van Aert, a quien le costó recuperarse, y abrió la puerta al ataque de Carapaz, que, simplemente, esperaba su momento en lo que él llama “un día muy loco, una carrera muy dura”. “He visto el momento y he atacado”, dice Carapaz, un ciclista con instinto de killer y dinamita en las piernas, y de ataques largos, y el del Fuji fue a 25 kilómetros de la meta. “Me ha venido muy bien que mi compañero fuera McNulty, pues nos pusimos de acuerdo y él tiraba muy fuerte en el llano. Cuando abrimos 20s ya sabíamos los dos que estaban ya las medallas en juego. Después, he vuelto a esperar un repecho para irme solo”.
Y cuando se va, McNulty, por delante, y los dos grandes favoritos que se han quemado kilómetros antes, solo le pueden mirar alejarse.
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