La foto de Nabila: de las montañas de Pakistán a San Mamés
La niña levanta ligeramente el mentón y mira a cámara con unos ojos llenos de confianza que transmiten orgullo y determinación: aquí estoy

La imagen nos muestra a una niña de unos 12 o 13 años. Está de pie, en el interior de una habitación decorada con telas y alfombras de colores. Viste con la equipación de un equipo de fútbol: camiseta verde y pantalones negros que le llegan por debajo de las rodillas. El brazo derecho sostiene un balón amarillo, el izquierdo forma en jarra, con la mano reposando sobre la cintura. Levanta ligeramente el mentón y mira a cámara con unos ojos llenos de confianza que transmiten orgullo y determinación. Pareciera como si la pequeña estuviera diciendo: aquí estoy, este es mi lugar, esta soy yo.
La niña se llama Nabila y vive en el montañoso y agreste norte de Pakistán. Es la capitana de un equipo de fútbol de niñas, el Baba-Ghundi Chipurson, que disputa la Liga Gilgit-Baltistan Girls Football League, un campeonato creado por mujeres en 2018 con el objetivo de generar un espacio seguro donde las pequeñas puedan practicar deporte y desafiar de paso las restricciones sociales que afectan a las mujeres en el espacio público. La instantánea es de la fotógrafa y directora de cine Anna Huix, autora del cortometraje Girls Move Mountains, que recoge la historia de esa Liga.

Contemplé por primera vez la fotografía de Nabila al visitar la página web de Anna Huix tras ver el documental como parte de mi trabajo como responsable del festival de cine y fútbol Thinking Football Film Festival. Recuerdo que me quedé largo tiempo pegado a la pantalla, impactado por lo que transmitía aquella imagen, observando el gesto de la chica, reconociendo en ella una mirada que había visto otras veces antes en niños y niñas de todas las procedencias y edades, también en mis propios hijos. En Michel Gabriel, por ejemplo, ese pequeño retratado por Henri Cartier-Bresson en la Rue Mouffetard portando una botella de vino en cada brazo, hinchado de orgullo al estar cumpliendo diligentemente con la tarea encomendada. En tantos niños, que al salir a la plaza o el parque con un balón en la mano, se sienten libres y confiados, se saben parte de un grupo, son capaces de aislarse del mundo y soñar. Qué objeto mágico, la pelota. Bien usada permite a los niños combatir cualquier miedo, cualquier monstruo. Por eso, en cualquier circunstancia, social o personal, encontramos niños pendientes del bote de un balón que les permite construir, al menos por unos momentos, su propio mundo, con sus reglas y leyes.
Quizá, quien mejor ha mostrado el poder del juego para enfrentar aquello que más nos aterra haya sido Stephen King en It, con las sensaciones que transmite cuando Bill Denbrough, el protagonista de la novela, monta en su bicicleta, Silver. Y rodando libre sobre ella, encuentra la fuerza para plantar cara a la criatura que les acecha a él y sus amigos.
Propuse al equipo del festival que la fotografía de Nabila ilustrara el cartel de la edición de este año. Argumenté que la imagen de la niña encarna el fútbol que queremos reivindicar en la muestra de cine: el fútbol como una herramienta sin igual para cambiar el mundo a mejor, el poder del fútbol como motor de transformación y justicia, la capacidad del balón para generar en torno de sí comunidad, personas unidas, equipos en el mejor sentido de la palabra. La propuesta salió adelante.
Hace unos días, mi compañera Leire me envió una fotografía del exterior de San Mamés en la que se veía a Nabila comandando la pantalla exterior que da a la calle Licenciado Poza. Su orgullosa y segura imagen, reproducida a tamaño gigante, dominaba el estadio y la explanada… y la ciudad. Su mirada seguía transmitiendo lo mismo: aquí estoy, este es mi lugar, esta soy yo. Pero esta vez en una escala mayor. Viendo la imagen en San Mamés pensé que nunca un mensaje fue más adecuado, en estos tiempos en los que el racismo y el machismo, esos monstruos, vuelven a emerger con fuerza. Que el balón nos ayude a enfrentarlos, me dije. Después me sonreí al darme cuenta del milagro: la fotografía de una niña de las montañas de Pakistán había llegado hasta un estadio icónico, a siete mil kilómetros de su hogar, para recordarnos el derecho de todas las niñas a jugar y ser libres. Ese milagro encarna, también y de otra manera, el poder del fútbol.
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