Desenfreno madridista con la Decimoquinta
Miles de aficionados blancos se echan a la calle para festejar la consecución de una nueva Copa de Europa, para despedir a Toni Kroos y para ovacionar al capitán Nacho y al goleador Carvajal
“No sé de qué equipo sería Jesús, pero seguro que se alegraría por esta copa”, dijo el arzobispo de Madrid, monseñor Cobo, ante la atenta mirada de la expedición blanca. Así arrancaba una jornada de celebraciones que prometía emociones fuertes y palabras a la altura de una gesta deportiva difícilmente comparable. A Nacho, el capitán y portador de la 15ª Copa de Europa en la historia del club, sexta en 10 años, se le escapó entonces una sonrisa, como si no tuviese ninguna duda sobre los colores del hijo de Dios, que bien podrían ser los mismos que los del padre. Y es que pocos mejor que el todavía capitán (no hay noticias sobre su futuro inmediato) para certificar cierta presencia divina en algunas de las victorias imposibles del equipo.
Los niños presentes en la basílica aprovecharon el final del discurso arzobispal para llamar la atención de sus héroes. “¡Modric, Modric!”, gritaba uno con cara de pillo mientras uno de los sacerdotes lo llamaba al orden con gestos de árbitro mandón. “¡Luka, Luka!”, gritó entonces el amonestado, como si por pura confianza pudiera salvarse esta vez de la reprimenda, consciente de que no es nada fácil expulsar a un madridista por doble amarilla y menos en la catedral de la Almudena. La copa subió entonces a los cielos del altar mayor, bajó de nuevo a la tierra, posaron todos para la foto de familia (divinos y mortales) y la expedición partió camino de la segunda parada en este Tour Champions que comenzaba a hacer las delicias de una afición repartida en mareas por diferentes puntos de la capital.
Por si alguien tenía alguna duda, madridistas hay para llenar plazas y calles por todo el mundo, cientos de miles repartidos estratégicamente por la ciudad en función de sus propias expectativas. En la Puerta del Sol no cabía ni un alma más, algunos guardando sitio desde primera hora de la mañana para no perderse el paseíllo de sus ídolos. “¡Campeones, campeones!” era el grito de guerra cuando las cámaras de las distintas televisiones los animaban a venirse arriba para el típico plano de recurso. Niños y no tan niños aguantaron estoicos el asedio de un sol que reclamó la autoría de su propia plaza y recibió a la expedición blanca rindiendo honores.
Llegaron los dos autobuses escoltados por agentes a caballo de la Policía Nacional (uno de ellos, el padre del goleador Carvajal) que escogió para la ocasión los equinos más blancos que uno pueda imaginar. En la Real Casa de Correos los esperaba la presidenta Isabel Díaz Ayuso, también de blanco, presta para felicitar a los campeones y recibir la preceptiva camiseta conmemorativa, una más en una colección personal que debe ir por la media centena, entre unas celebraciones y otras. También le hizo entrega Florentino Pérez de una mini Copa de Europa muy coqueta, de esas que lo mismo soportan claveles que sirven para llenarla de caramelos y ponerla a la entrada del despacho.
“¿Otra vez somos campeones de Europa, ¿no? Parece fácil”, dijo Nacho en el arranque de los discursos, desatando la euforia de los presentes, que no dudaron en interrumpirlo cada vez que el capitán dejaba brotar su emoción. “El Real Madrid volvió a conquistar el corazón de millones de personas que sueñan con este escudo en todo el mundo”, apuntaló Florentino Pérez ese espíritu global de un equipo que es Madrid en todas partes. “Estáis construyendo una etapa legendaria y nos estáis dando alegrías que nunca olvidaremos”. Todo explotó con la salida al balcón de la copa y los futbolistas: qué emoción ser niño otra vez sin importar, en ningún caso, la edad.
En el Ayuntamiento los esperaba el alcalde Martínez-Almeida, colchonero confeso, pero recientemente casado con una madridista, Teresa Urquijo, no menos confesa que él y que termina siendo la depositaria de todas esas camisetas que Florentino Pérez le va regalando en cada visita. “Hoy has venido con una camisa blanca”, bromeó Nacho con el regidor madrileño. Fuera, en los alrededores de Cibeles, el magma blanco empezaba a prender con la ayuda inestimable de un pinchadiscos y las ganas intactas de fiesta.
El madridismo se ha acostumbrado a celebrar sus grandes victorias a dos velocidades. Se vio el sábado sobre el campo, tras el segundo gol, con Toni Kroos levantando los brazos sin apurar el paso (qué mejor despedida para el rey del metrónomo) mientras Rudiger, Carvajal o Valverde pasaban a su lado como aviones. En las calles sucede un poco lo mismo: algunos aficionados se conforman con la contención emocionada y otros necesitan exteriorizar su alegría como chiquillos con algún tipo de hiperactividad, en este caso emocional: su Madrid, otra vez el Madrid, les pone la sangre a hervir y ya cada uno va haciendo su propio caldo.
“Yo ya necesito la decimosexta, nena”, le dice una chica a otra mientras esperan la llegada del equipo entre la marabunta de Cibeles. A eso viene Kylian Mbappé, única ausencia en unas celebraciones que todavía no son suyas, pero casi. Y se celebró de lo lindo con un Carlo Ancelotti al mando de las operaciones para demostrar, una vez más, que nada es casual, tampoco el desenfreno.
Primero llegó el obligado cambio de vestimenta. Las chaquetas ceremoniosas dejaron sitio a las camisetas con el número quince a la espalda, las gafas de sol, las gorras, las bufandas, las banderas atadas por la cintura, el puro de Ancelotti... La liturgia figurativa del Madrid en las celebraciones también lleva alimentando su propia leyenda desde que Nacho era cabo. Hoy, convertido en flamante capitán, le plantó un beso a la diosa Cibeles que bien podría ser el último, lo que tampoco quiere decir nada, pues último es solo una palabra.
De vuelta al autobús, y ya de camino al Santiago Bernabéu, la noche también quiso unirse a la celebración con esa atmósfera tan particular que confiere a las ciudades en fiesta. Las farolas, los neones y las pantallas de los teléfonos móviles aportaron un punto extra de brillo a una celebración que había comenzado a media tarde en el punto de destino y bajo un sol de justicia, para terminar no se sabe cuándo y ya veremos dónde. Por algo decía Juan Gómez, Juanito, aquello tan legendario de que “noventa minuti en el Bernabéu son molto longo”: precisamente por esto.
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