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PAISAJES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las más fuertes del mundo

La mayoría de las veces los grandes cambios llegan de manera difícil, controvertida y hasta con divisiones internas

Irene Paredes y Alexia Putellas durante la rueda de prensa del jueves.
Irene Paredes y Alexia Putellas durante la rueda de prensa del jueves.Björn Larsson Rosvall (AP)
Andoni Zubizarreta

Se le atribuye a Otto von Bismarck aquello de que España es “la Nación más fuerte del mundo porque siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido”. Acababa Bismarck su razonamiento diciendo que el día que dejen de intentarlo volverán a la vanguardia del mundo.

En algo de eso pensaba estos días en los que la selección femenina de España acapara titulares, ruedas de prensa, periodistas con sus cámaras y micrófonos y todo lo que uno pensaría que arrastra una selección campeona del mundo —pongamos Argentina en hombres—, solo que justo en el sentido contrario, justo en el borde del abismo, justo en el límite de la tensión, el miedo y, también, la determinación. La cuestión es que todo ello no va ligado a nada que se desarrolle dentro del terreno de juego, no estamos hablando de que llega el partido del año, del siglo, del milenio, porque ese ya lo ganaron hace un mes; hablamos de ese partido, mucho más complejo, difícil, oscuro, que están librando las jugadoras españolas en los despachos, pasillos y salas de reuniones.

Toda esta situación ha sacado de mi memoria algunos pasajes de mi carrera que tienen poco que ver con la portería y el césped, y mucho con esos terrenos más pantanosos en los que nos movíamos a principios de los ochenta del siglo pasado y en los que junto con nuestro sindicato AFE buscábamos dignificar las condiciones laborales del futbolista e integrarnos en la condición de trabajadores para poder acceder a derechos que hoy nos parecen evidentes, como el paro, la Seguridad Social y el derecho a la jubilación. Porque también hay que recordarles a los futbolistas que esos derechos no vienen del limbo y han existido siempre, sino que fueron objetivos alcanzados por las generaciones anteriores a ellos y que supusieron muchos momentos de tensión, presiones y miedos. Las caras de las jugadoras llegando a la última concentración en Oliva me han recordado a las nuestras entrando en el CSD para encerrarnos como última medida de presión para conseguir lo que entonces considerábamos justo y entonces había quien creía que era un privilegio.

Lo que aquella experiencia enseñó a un joven portero que empezaba su carrera y que se veía tumbado con su saco de dormir junto a leyendas del fútbol es que a veces las cosas avanzan de forma fluida, consensuada, casi redonda, pero la mayoría de las veces los grandes cambios llegan de manera tensa, difícil, controvertida y hasta con tensas divisiones internas entre quienes manteníamos las mismas demandas pero distintas estrategias para alcanzarlas.

Son esos tiempos siempre complicados cuando se negocia, se habla, se discute, se discrepa, se intenta tender puentes que lleven al mejor resultado y, a la vez, hay que preparar un partido, una eliminatoria, una clasificación, hay que ponerse en pantalón corto en ese terreno donde tu única trinchera es el juego, el fútbol, la pelota y tus compañeros. No es el lugar de los comunicados ni las declaraciones, sino ese sitio en el que siempre has querido estar, esa situación en la que de pequeño soñabas con jugar, solo que tus neuronas han andado hasta hace escasos minutos centradas en otras cuestiones lejanas y alejadas de esa pelota que, como diría Maradona, nunca se mancha.

La cuestión es que esta lucha (uf, qué palabra tan ochentera) en la que están involucradas nuestras jugadoras no es solo la de sus derechos, sus demandas y sus exigencias, sino que trasciende por mucho al fútbol. Trasciende a nuestras fronteras y a nuestra selección, tanto que imagino un recibimiento caluroso del público sueco cuando hoy en Gotemburgo las nuestras salgan al campo porque entienden que lo que ellas buscan no son privilegios, sino derechos; no españoles, sino universales.

Y esa lucha, ese dolor, esa implicación, esa tensión de todas y cada una de ellas, las que están y las que se han quedado en casa, son los que, como decía Von Bismarck, nos llevan a la vanguardia del mundo.

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