Selección española: cuatro finales de la Eurocopa, cuatro partidos para el recuerdo
Tres títulos conquistó España hasta este domingo y solo uno se le escapó. Del “Franco, Franco” al “respect” de Casillas, este es un breve recorrido por las cuatro finales anteriores que ha disputado la selección
España ha conquistado su cuarta Eurocopa en Berlín. Todo empezó hace 60 años, con el gol imposible de Marcelino. Ahí echó a andar el maravilloso cuento de hadas de la selección en su torneo fetiche, la Eurocopa, que ha ganado más veces que nadie.
1964. El inverosímil cabezazo de Marcelino que hizo a Franco feliz
21 de junio. “¡¡¡¡Franco, Franco, Franco!!!”. La muchedumbre, 120.000 personas o más, se dijo entonces, grita enfebrecida por la aparición del dictador, sombrero en mano, y su señora, en el palco del Santiago Bernabéu. España disputa la final de la segunda edición de la Eurocopa ante la URSS. Pero para llegar ahí hay que remontarse seis años atrás, a 1958, cuando la Federación decidió inscribir a la selección, que como es obvio por entonces no era la Roja, en la primera Copa de Europa de Naciones, pese a la opinión en contra del Ministerio de Asuntos Exteriores, que no autorizaba enfrentamiento alguno entre un equipo nacional y uno soviético. Confiaban los federativos en que la fortuna en el sorteo evitara ese cruce. Y fortuna hubo, pues en octavos el rival a batir, y batido, fue Polonia. Los federativos rezaron para que en cuartos la suerte volviera a sonreírles. Ni caso les hizo el altísimo. Tocó la URSS.
La Federación llegó a un acuerdo con su homóloga rusa tras arduas discusiones. La ida se disputaría el 29 de mayo en Moscú y la vuelta el 9 de junio en Madrid. En el equipo español, entrenado por el célebre y locuaz Helenio Herrera, había futbolistas de la talla de Di Stéfano, Peiró, Suárez o Gento. En la capital rusa se agotaron las entradas para el choque de ida. Pero no convenció el asunto al ministro de la Presidencia, a la sazón, Luis Carrero Blanco, que se opuso a que españoles de bien como eran aquellos futbolistas viajaran a Rusia. Y hasta ahí llegó el devenir de España en la primera Copa de Europa de Naciones.
Cuatro años después, sin embargo, la diplomacia deportiva española logró que la fase definitiva del torneo, que englobaba semifinales y final, se disputara en Madrid, un signo de aperturismo que el régimen vio con buenos ojos como una forma de lavar la inmunda imagen de España en el extranjero. Así que en las eliminatorias previas España derrotó a Rumania y las dos Irlandas, y en la semifinal, disputada ya en Madrid, cayó Hungría (3-1). Y el día que comenzaba el verano de aquel 1964, la URSS apareció por el Bernabéu. Pánico había entre las autoridades a que ganara, hecho probable dado que era la favorita y la vigente campeona, lo que provocaría que Franco, que bastante tenía ya con que la bandera con la hoz y el martillo, y roja por los cuatro costados, ondeara en lo alto del Bernabéu, se viera obligado a saludar cortésmente al capitán bolchevique.
España, entrenada por José Villalonga, tenía un equipo joven, hasta el punto de que el mayor del once inicial era, a sus 29 años, Luis Suárez. A los seis minutos Pereda marcó el primer gol y al instante empató Khusainov en una acción en la que Iribar, el benjamín del equipo (21 años) no vivió su momento más feliz. Faltaban seis minutos para el final cuando un centro de Pereda lo cabeceó Marcelino no se sabe cómo, lanzándose a ras del suelo, haciendo un escorzo imposible que sorprendió al mítico Lev Yashin, ganador un año antes del Balón de Oro, único portero en conseguirlo hasta hoy.
Durante años se dijo que el centro lo puso Amancio, una falsedad instigada por el No-Do. Ocurrió que el camarógrafo no pudo grabar el envío de Pereda y captó por los pelos el cabezazo de Marcelino. Así que el montador echó mano de una inocente jugada anterior, en la que Amancio centraba en una acción sin consecuencia alguna, y pegó la toma justo antes de que Marcelino se inventara aquel remate inverosímil. Durante mucho tiempo aquel falso centro de Amancio y el remate de Marcelino formaron el gol más importante de la historia patria, el que dio el primer gran título a la selección, celebrado en las gradas por 120.000 entusiastas aficionados, o más, se dijo entonces, que jalearon a los jugadores tanto o más que a Franco, que allí seguía, en el palco, tocado con su sombrero y convencido de haber parado, de nuevo, a quienes la prensa más leal al Régimen había calificado de “diablos rojos”.
1984. El día que se supo que Arconada era un ser humano
27 de junio. España disputa la final de la Euro ante Francia en París. Corre el minuto 57, no hay goles y las mejores ocasiones han sido del equipo español, dirigido por Miguel Muñoz. Sobre todo, un cabezazo de Santillana que sacó un defensor bajo palos y que, quizá, rebasó la línea de gol, algo por entonces indemostrable dada la carencia de tecnología, como indemostrable lo sería hoy en la Liga española 40 años después. Fue en aquel minuto 57 cuando el árbitro, un checo de apellido Christov, consideró que un leve forcejeo al borde del área entre Salva, defensa español, y un delantero francés era digno de sanción. Y pitó falta. Michel Platini, capitán y megaestrella gala, además de consumado especialista en estos lances, coloca el balón con mimo. Y dispara abajo, sin demasiada potencia, al palo izquierdo de Luis Miguel Arconada, hasta entonces héroe del torneo. El portero español se estira y detiene el disparo. O eso parece a la vista de todos, incluidos sus compañeros, que abandonan el lugar y corren hacia el otro campo. Pero el balón no está en las manos de Arconada. En su caída, el portero lo ha golpeado con el costado y ha salido escupido hacia la portería, como si de una pelota de waterpolo chocando con el agua se tratara.
Es el fin de una historia que había comenzado el 21 de diciembre del año anterior, fecha en la que echaba a andar el invierno y en la que tuvo lugar el prodigio más grande que recuerda el fútbol español. Una derrota ante la Holanda de Gullit en la fase de clasificación dejaba a España segunda de grupo y, por consiguiente, sin billete para París. Solo había una manera de evitar la caída a los infiernos: derrotar a Malta en el último partido por 11 goles de diferencia. La fe escaseaba entre el aficionado. Y escaseó aún más cuando Señor falló un penalti a los dos minutos. Marcó pronto el primero Santillana pero al rato un inocente tiro desde su casa de un jugador maltés rebotó en el culo de Maceda y sorprendió a Buyo que disputaba su primer y último partido oficial con la selección. El resto es conocido. España ganó 12-1, con el decisivo gol de Señor, y el verano siguiente se presentó en la fase final de Francia.
Nada hacía presagiar en aquel momento que el equipo llegaría tan lejos. Empató con Rumania en el primer partido, con Portugal en el segundo y eliminado estaba cuando se cumplía el minuto 89 del tercero. Fue entonces cuando Maceda logró otro de esos goles a los que la historia reserva un hueco, que sirvió para derrotar a la todopoderosa Alemania. En semifinales esperaba Dinamarca, un equipazo por entonces, al que se eliminó por penaltis tras una portentosa exhibición de Arconada. En la final, España se presentó sin Goicoechea, lesionado, y sin los sancionados Maceda y Gordillo, este por haber visto dos tarjetas amarillas, una en el partido ante Dinamarca y, la otra, seis meses antes en la goleada ante Malta. Cosas de la UEFA. Pero estábamos en el minuto 57 de la final, cuando Christov pitó falta, Platini colocó el balón con mimo y Arconada se lanzó a detener su disparo, que entró por un agujero cuya existencia él, y el resto de la humanidad, desconocían. Luego llegó un segundo gol, de Bellone, ya en el minuto noventa y muchos. Tal fue la indignación que se despertó en España que al día siguiente el titular de Marca en su portada, a cinco columnas y con una foto del árbitro en plan “Se busca”, rezaba, quizá algo categórico, así: “Atraco en París”.
2008. Xavi inventa y Fernando Torres ejecuta a Alemania
29 de junio de 2008. Entrenamiento de España previo a la final contra Alemania. El seleccionador, Luis Aragonés, reúne a sus jugadores en el centro del campo y les habla así: “Del subcampeón no se acuerda nadie. Hemos venido aquí a ganar la Copa de Europa… Que si tal, que si hacemos fiesta… Hacemos fiesta si les ganamos. Y como somos mejores les vamos a ganar… A ellos se les ha lesionado Wallace y tal. Peor. El que salga correrá más. ¡Vámonos!”.
Los jugadores se desperdigan y comienzan las risas.
-¿Quién se ha lesionado?, pregunta uno.
-William Wallace, le responden.
-¿Quién?
-Ballack.
-¿Ballack o Wallace?
-Como venga con la espada Wallace nos va a matar
-William Wallace se ha lesionado, el de Braveheart.
Veinticuatro horas después, España y Alemania saltan al césped del Prater de Viena. El que encabeza la fila alemana es Michael Ballack, capitán y estrella de su equipo, que no estaba lesionado, y al que algunos jugadores españoles miran de reojo mientras aguantan la risa al evocar el episodio del día anterior. Pero Ballack (o Wallace) pasó inadvertido. No así Fernando Torres, autor del gol del triunfo en el minuto 33. Desde Marcelino, ningún futbolista español había conseguido un gol de tamaña trascendencia.
España tocó el cielo en aquella final de Viena tras un periplo infernal. Todo empezó en septiembre de 2006, en la fase de clasificación. La selección cae en Belfast ante Irlanda del Norte (3-2). Y para el siguiente partido, ante Suecia, Luis Aragonés prescinde de Raúl, el capitán, que acumula 102 partidos con la Roja: “En el fútbol no existen las revoluciones. Sé que me juego bastante, pero creo que para este partido es lo mejor”. Raúl, elegante ante las cámaras, no se sabe detrás, responde: “Apoyaré con toda mi alma a la selección desde mi casa”. Pero el terremoto no ha hecho más que empezar. España, sin Raúl, pierde contra Suecia (2-0). Las portadas de los diarios deportivos son un clamor. “¡Luis, dimisión!”, claman al unísono. Pero el equipo, sin mucha gloria, comienza a enderezar el rumbo en la fase de clasificación. Aun así, el incendio por la ausencia de Raúl no se apaga. Incluso un año después de que Luis le borrara de su memoria, el diario Marca reproduce en su primera página unas declaraciones del mismísimo Maradona: “Raúl es un genio, no hay debate”. Lo siguió habiendo. Días más tarde, en Las Rozas, Luis se dirige a un aficionado que le afeaba la ausencia del 7 del Madrid: “¿Tú sabes a cuántos Mundiales ha ido Raúl?”, le pregunta. “A tres”, contesta el joven balbuceando. “¿Y sabes a cuántas Eurocopas?”. El propio técnico responde: “A dos”. “Y dime las que hemos ganado”, sentencia el seleccionador para quien, por lo visto, Raúl jugaba solo.
España acude sin su 7, número que hereda David Villa, a la Eurocopa de Austria y Suiza y Luis, que ha tenido que prescindir de su mediocentro de cámara, Albelda, obligado porque Koeman le ha tenido meses sin jugar en el Valencia, da esa responsabilidad a Marcos Senna. Por delante de él alinea a los más pequeños del lugar, Xavi, Iniesta y Silva, con la ayuda puntual de Cazorla. España comienza intratable – 4-1 a Rusia, 2-1 a Suecia, 2-1 a Grecia-, pero en los cuartos, ay los cuartos, aparece Italia. El partido y la prórroga acaban 0-0. En los penaltis, Casillas detiene los lanzamientos de De Rossi y Di Natale, y Cesc, otro de los llamados “bajitos” con su 1,78, marca el penalti definitivo. El equipo ha pasado la ronda maldita. Rusia no es rival en semifinales (3-0), y un día antes de la final Luis reúne a sus jugadores para explicarles que, al parecer, Wallace (o quizá era Ballack) está lesionado, que no lo está, asunto que pasa a ser insignificante cuando Xavi se inventa un pase maravilloso a Fernando Torres, que se zafa de Lahm y bate al portero Lehamn, el mismo que hace unos días calificó a la selección española de “equipo pequeño”.
2012. La mayor goleada de la historia en la final de un gran torneo
1 de julio. El partido entra en el tiempo de prolongación y todo el pescado está vendido. España gana 4-0 a Italia en la que fue, y sigue siendo, la mayor goleada de la historia en una final de una Eurocopa o de un Mundial. Iker Casillas, capitán de la selección, se acerca a uno de los árbitros asistentes y le grita en inglés con acento de Móstoles: “¡Referee, ref, ref. Respect para ellos. Respect to Italy. 4-0, ya, ya!”, mientras entrecruza las dos manos con las palmas hacia abajo en señal de que el espectáculo debe terminar. Suena por fin el pitido final y Casillas, tras abrazar al sorprendido asistente, se dirige con parsimonia hacia la banda donde sus compañeros celebran el título. España acaba de lograr lo que jamás nadie ha logrado: encadenar Eurocopa, Mundial y Eurocopa.
Meses atrás, en el partido de vuelta de la Supercopa de España en el Camp Nou, a Jose Mourinho, entonces entrenador del Real Madrid, no se le ocurre otra cosa que meterle un dedo en el ojo a Tito Vilanova, técnico del Barça. La imagen da la vuelta al mundo y en el Bernabéu, con la anuencia de las autoridades del equipo blanco, se despliega una pancarta: “Mou, tu dedo nos señala el camino”.
La guerra entre el Madrid y el Barça, nacida años atrás con Guardiola en el banquillo culé y “el puto amo” en el madridista, llega a su cénit. Vicente del Bosque, el seleccionador, de natural comedido, no disimula su preocupación. España había sido campeona del mundo dos años antes en Sudáfrica y en el equipo conviven futbolistas de ambos equipos, con Casillas y Xavi a la cabeza. Deportivamente, la polémica parece no afectar a su gente, que disputa ocho partidos en la fase de clasificación y gana los ocho sin sufrir un rasguño. Pero la tensión es evidente. Poco después se supo que Xavi y Casillas habían hablado por teléfono para limar asperezas, lo que a Mourinho no acabó de parecerle del todo acertado, hasta el punto de castigar con el banquillo al capitán madridista.
Limadas o no las asperezas, Del Bosque decidió que a aquella Eurocopa de Polonia y Ucrania irían la mayoría de los futbolistas que habían ganado el Mundial. Tanto fue así que repitieron 19 de los 23. Y pudieron ser más si la desgracia no se ceba con dos pesos pesados como Puyol y Villa, que cayeron lesionados antes del torneo. Un torneo por el que la selección, ya bautizada como la Roja, transitó con algún que otro sobresalto. El del primer partido, por ejemplo, ante Italia, en el que De Bosque decidió jugar sin un delantero al uso, siendo Cesc lo más parecido a esa figura. Empató España (1-1) y comenzaron a sonar las alarmas y a multiplicarse las críticas al seleccionador. Los triunfos ante Irlanda (4-0) y Croacia, ya por entonces liderada por Modric (1-0), las hicieron callar. En los cuartos de final, el equipo hizo lo que nunca había hecho en un torneo oficial, ganar a Francia (2-0 con sendos goles de Xabi Alonso), y en las semifinales cayó en suerte la Portugal de Cristiano. No hubo goles en el partido y de nuevo España se veía participando en la lotería de los penaltis. Falló Xabi Alonso y Casillas vio cómo Cristiano explicaba a su compañero Moutinho por dónde debía lanzar la máxima pena. No fue, sin embargo, acertado el consejo, pues Casillas rechazó el disparo. Marcaron entonces Piqué y Sergio Ramos (a lo Panenka), y Bruno Alves, ya sin consejo del llamado CR7, estrelló la pelota en el larguero. Y como cuatro años atrás, la sentencia quedó en manos de Cesc Fábregas, que marcó y llevó a España a la final, mientras Cristiano mascullaba inconsolable: “No hay justicia”.
“Respect , respect”, gritaba Casillas desde su portería. Uno tras otro, Silva, Jordi Alba, Fernando Torres (único jugador de la historia en marcar un gol en dos finales de Eurocopa) y Mata superaron a Buffon, que agradeció así su gesto a Casillas: “No hace más que aumentar su grandeza como persona”.
Tiempo después, el 5 de septiembre de 2012, Iker Casillas y Xavi Hernández recibían en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes.
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