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Blogs / Deportes
El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza

Escalar sin cuerda, entre la libertad y la psicopatía

El solo integral no es un desempeño moderno, sino una tradición histórica que la psicología moderna contempla con estupor

El alpinista austriaco Hansjörg Auer, en solitario en la ruta del Pescado, Marmolada, 2007.
El alpinista austriaco Hansjörg Auer, en solitario en la ruta del Pescado, Marmolada, 2007.Colección Hansjorg Auer

El pasado 18 de mayo, el alemán Martin Feistl, joven talento alpinista de 27 años, escogió escalar sin compañero una pared de 270 metros. Pudo además haber decidido hacerlo autoasegurándose mediante una técnica laboriosa, pero prefirió medirse al reto en solo integral. La dificultad técnica de la ruta escogida no pasaba del 6 b, grado modesto, especialmente para alguien acostumbrado a dificultades mucho mayores. En algún momento, cayó, y habiendo prescindido de la cuerda, murió al estrellarse contra el suelo. Apenas unos días después, Alex Honnold batió el récord de velocidad en solitario a la vía Salathé de El Capitán, en el valle californiano de Yosemite. La noticia fue, en este caso, que el artista del solo integral había escalado sin compañero pero con cuerda, autoasegurándose a medida que ascendía. “Lo de autoasegurarse es un rollo, algo tedioso… pero lo tuve que hacer porque mis compañeros me fallaron y me quedé solo”, explicó el atleta de The North Face poco después de invertir 11 horas y 18 minutos en la ruta, 9 horas menos que el récord anterior. Días atrás, en su regreso al valle que le ha hecho mundialmente famoso, Honnold había completado un par de ascensiones en solo integral, mientras iniciados y nóveles siguen preguntándose qué lleva a una persona a prescindir de la cuerda para escalar en solo integral. ¿Valentía? ¿Desprecio de la vida? ¿Pulsión suicida? ¿Confianza desmedida? El solo integral, sin embargo, no es una tendencia moderna. Viene de lejos.

En los orígenes de la escalada y el alpinismo, cualquiera que escalase, ya fuese con o sin cuerda, lo hacía prácticamente en solo integral: al no existir pitones de roca, ni medidas de autoprotección, cualquier caída podía acabar en la muerte del líder de la cordada y de sus acompañantes. A efectos prácticos, la cuerda servía únicamente para ayudar al segundo a subir y bajar. La vida del líder de la cordada dependía siempre de que nunca resbalase y cayese. La necesidad de explorar podía explicar la asunción de semejantes riesgos. En 1924 el austriaco Paul Preuss contaba apenas 24 años cuando se reveló como un escalador superdotado con una propuesta filosófica rupturista: escalar con cuerda era más peligroso que hacerlo sin ella. Tres años más tarde, encontraron su cuerpo en la base de la cara norte del Mandlkogel, una cima oscura de caliza dudosa.

Antes de morir, Preuss realizó ascensiones sin cuerda alucinantes y puso de los nervios a todos los escaladores que en aquella época confundían escalar con ascender. Estos últimos usaban la cuerda y los pitones de roca para agarrarse a ellos y alcanzar cierta ilusión de seguridad. Pero a principios del siglo XX los pitones eran de mala calidad, la roca de los Dolomitas siempre resulta sospechosamente endeble y las cuerdas se rompían con una facilidad pavorosa. Numerosas cordadas perecieron entonces. Hubo que esperar hasta los años 50 para ver la llegada de los arneses y las cuerdas de nailon, mucho más fiables que las de cáñamo. Ahora sí, caerse no significaba matarse. Pero Preuss había logrado sembrar una semilla de autenticidad que mereció el respeto de muchos e inspiró a otros como el mismísimo Reinhold Messner.

Muchos escaladores, profesionales o no, señalan que hoy en día no tiene sentido escalar sin cuerda, y recuerdan que los preceptos de Preuss fueron delirios. El austriaco defendía que un escalador debía medirse a retos que pudiese escalar y desescalar, prescindiendo de la cuerda. Pero la roca se quiebra, los agarres se humedecen y resbalan… y cuando esto sucede, el escalador lo pierde todo. “Me he caído tantas veces en lugares donde jamás hubiera creído posible caerme, que tengo claro que jamás escalaré sin cuerda”, asegura Adam Ondra, el escalador más fuerte del presente siglo. Aun así, la historia ofrece numerosos ejemplos de alucinantes ascensiones sin cuerda… y, también, dramas terribles.

Adi Mayr (1961), Adolf Derungs (1962) y Dieter Machard (1963) se mataron intentando firmar la primera en solitario a la norte del Eiger. Porque el ejercicio solitario concede prestigio. Es la sublimación de la escalada, la libertad absoluta, la ligereza, la velocidad, la sencillez, la comunión con un medio que atrae y repele. Supone ser salvaje en un espacio salvaje. Pero el solo integral no está al alcance de casi nadie, de ahí que ante cada ascensión sin cuerda la comunidad escaladora se pregunte qué tipo de psicología mueve a hombres y mujeres a prescindir de un seguro de vida como la cuerda.

Josep Font, psicólogo del CAR de Sant Cugat, resopla y se pregunta, asimismo, qué tienen en la cabeza los que eligen el solo integral. “Para este tipo de persona, el reto no es deportivo, sino enfrentarse al miedo y superarlo. El objetivo de Marc Márquez es ganar carreras aunque para eso tenga que afrontar el miedo a sufrir un accidente. En cambio, el escalador de solo integral no tiene un reto deportivo, sino psicológico, que es enfrentarse al miedo y lograr escalar sin que le pase nada. El reto es la superación de la misma situación de peligro. En 1979, el psicólogo estadounidense Marvin Zuckerman, investigador de la personalidad, estableció que existe una serie de personas que pueden ser definidas como buscadoras de sensaciones: persiguen experiencias nuevas y emocionantes incluso si implican riesgos. Los que escalan sin cuerda, necesitan una fuerte estimulación respecto al peligro, es decir, que les pone colocarse en situaciones terroríficas”.

Históricamente, los asiduos del solo integral escogen retos que se sitúan varios peldaños por debajo de sus capacidades, decisión que les permite escalar con un amplio margen de seguridad. Después, resulta crítica la elección del tipo de roca. “En las fisuras de granito donde se escala con la técnica de empotramiento de manos, dedos, y pies en las fisuras de la roca, veo imposible caerme”, suele explicar Alex Honnold para justificar sus retos en El Capitán. Pero Honnold ha realizado ascensiones escalofriantes sobre minúsculas presas de roca caliza, donde sus dedos se aferran a presas de unos pocos milímetros y la punta de sus pies de gato buscan presión y adherencia sobre diminutos relieves en la roca. Hasta que el documental oscarizado Free Solo recogió la escalada de Honnold en la ruta Freerider al Capitán, con dificultades de hasta 7 c+ (es decir, muy difícil, con movimientos aleatorios), el austriaco Hansjorg Aüer ostentaba el oficioso récord de ascensión sin cuerda más descabellada, técnica y expuesta. Aüer escaló en 2007 la vía Attraverso il Pesce (7b+) de la pared de la Marmolada, Dolomitas, ruta extremadamente técnica, exigente y de agarres extraordinariamente pequeños. El austriaco, que había reconocido con cuerda la vía, cayó varias veces en la sección clave… lo que no le impidió asumir el reto sin cuerda. Aüer falleció en una avalancha en 2019.

En 2022, el italiano de 25 años Jonas Hainz, hijo del célebre alpinista Christopher Hainz, se mató al caer en el Monte Magro. Escalaba sin cuerda. Apenas unos meses antes había completado un solo alucinante al escalar la vía Moulin Rouge (7b/+, 400 m, Dolomitas), abierta por su padre en 2002. Con todo, la mayoría de los grandes ases del solo integral no fallecen durante una de sus performances. Dean Potter el hombre que escalaba sin cuerda y a ratos con un pequeño paracaídas en su espalda, perdió la vida tras un fallido salto con wingsuit. Dan Osman murió tras un salto al vacío con cuerda cuando esta se partió. Kurt Albert se mató en una vía ferrata… pero John Bachar, el as del solo integral que inspiró a Honnold, murió en 2009 cuando cayó en una de sus rutinas, en una vía de escasa dificultad. En Europa, la escalada sin cuerda se percibe entre la comunidad escaladora como un ejercicio difícilmente comprensible y justificable. Sin embargo, Estados Unidos ofrece una gran tradición de solitarios y su comunidad respeta la decisión de prescindir de la cuerda.

Si la mayoría de los solos se dan sin luz ni taquígrafos, el desempeño de los documentales ha extraído de su relativo anonimato una práctica que engancha a todo tipo de espectador: las escenas de Free Solo quedarán para siempre en la retina, tanto como las carreras desbocadas de Ueli Steck en la cara norte del Eiger. El asunto no atañe únicamente a los varones: la estadounidense Steph Davis o la francesa Catherine Destivelle muestran en su currículo episodios sobrecogedores de ascensiones en solo integral. “Puede sonar fuerte, pero en última instancia entre los que escalan sin cuerda existe cierto desvío psicopático de la personalidad. Se trata de personas poco sensibles tanto al premio como al castigo aunque puedan ser personas muy inteligentes. Saben que pueden perderlo todo, pero no les afecta mucho”, recuerda Josep Font.

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