A toda mecha hacia el mundial de la consagración
El baloncesto en silla de ruedas femenino, a pesar de las muchísimas dificultades, está en pleno crecimiento: la selección compitió en Tokio, ganó el bronce en el último campeonato de Europa y prepara ya el mundial, que se celebrará en junio en Dubái
El eco violento de las sillas de ruedas entrechocando —dos jugadoras que, defendiendo, impiden el corte a canasta de la atacante— retumba por todo el pabellón de Daganzo (Madrid). Un estruendo que hace al espectador tomar consciencia de dónde se encuentra: está ante la ganadora del bronce del último europeo, ante las integrantes de un equipo que derrocha energía y en cada lance va a por todas, aunque la mayoría tengan que compatibilizar obligaciones laborales y entrenamientos. Un equipo en crecimiento, que disputó en Tokio por primera vez unos Juegos Paralímpicos por méritos deportivos (habían participado como anfitrionas en Barcelona 92), y al que en junio le espera una piedra de toque definitiva: el mundial en Dubái, que ya están preparando.
“Queremos soñar”, dicen las jugadoras. ¿Qué significa soñar?: “Mejorar la séptima plaza del campeonato del mundo de 2018″, dicen primero con timidez; “Podríamos ser quintas”, se atreven luego; para por fin sincerarse y expresar sus deseos: “¡Queremos medalla!”. Y no es precisamente una fanfarronada: la selección española de baloncesto en silla de ruedas femenina, una disciplina con apenas una treintena de federadas (solo dos de ellas profesionales con dedicación exclusiva), ha incorporado jugadoras jóvenes, ha dado un salto y ha logrado lo que parecía imposible: competir de tú a tú con las mejores del planeta.
Con el ocho a la espalda, la joven base Beatriz Zudaire (Pamplona, 2000) reparte asistencias mirando a la grada, se desenvuelve con esa clase de soltura fruto del talento innato; si ve vía abierta, acaba velocísimos contraataques con sus bandejas. Su compañera de equipo en este cinco contra cinco del entrenamiento matutino, la ala-pívot Isa López, percute con sus tiros desde cerca del aro. Franck Belen, segundo entrenador, detiene un instante el entrenamiento para corregir las posiciones en defensa: “Si ellas dos saltan, ¿dónde te debes colocar tú? Hay que impedir el avance de la que lleva la pelota y, a la vez, cerrar bien los espacios”.
La selección española, que hace apenas un lustro, antes del patrocinio de Endesa, apenas podía juntarse durante un par de jornadas antes de competir en los campeonatos internacionales por falta de medios, ahora realiza tres o cuatro concentraciones anuales. Un avance clave, más aún cuando se presentan veranos como el de 2023: tras el mundial de junio de Dubái, campeonato de Europa en agosto.
Agurtzane Egiluz, de 25 años, jugadora alavesa del Fundación Vital Zuzenak de División de Honor —equipo con cuatro mujeres en sus filas, una anomalía en una disciplina mayoritariamente masculina—, descansa en la banda, esperando su turno para incorporarse al partidillo. Sufrió una lesión medular a los 14, el autobús de la ikastola le pasó por encima de la pelvis y el sacro. Los cuatro años posteriores al accidente los dedicó a deportes con intención rehabilitadora, la natación, sobre todo; pero en Vitoria se le abrió luego una posibilidad: el baloncesto, disciplina a la que jugaba a pie de niña y que ya lleva siete años practicando en silla. “Las tres semanas en la villa olímpica, a pesar de haber estado marcadas por la covid, que impidió que nos acompañara la familia, fueron muy especiales. Las 12 jugadoras y el cuerpo técnico habíamos invertido mucho esfuerzo y tiempo en aquello, estuvimos muy unidos. ¡Era la primera vez para todos!”, cuenta Egiluz.
Las defensoras vuelven a la carga y, esta vez, el empellón, además del estrépito metálico de las sillas, provoca la caída de la atacante. Marta Vargas, mánager del cuerpo técnico de la selección, salta a la pista para asistirla. Se relajan un segundo, se echan una mano, comentan la jugada y se ríen. Después la práctica continúa. Porque como declaró el seleccionador Adrián Yañez, “esta es una concentración necesaria para hacer una puesta a punto de cara a junio y mantener el ritmo competitivo”.
Sara Revuelta (Madrid, 1997), escolta del combinado nacional desde 2013 y licenciada en Física, debe marcharse media hora antes para llegar puntual a las clases del máster de Meteorología y Cambio Climático que cursa. Atiende a unas preguntas antes de poner rumbo a la ducha, cuando ya se había descalzado, gesto que deshace en cuanto la apunta la cámara: “Tengo mucha más pinta de jugona con las zapatillas que en calcetines, ¿no crees?”. Pasó un suspiro, entre que Revuelta, hoy en las filas del CD Ilunion, se decantó por el básquet y fue llamada a la selección; no tuvo tiempo “ni de soñarlo”, cuenta, y, al principio, eso supuso un añadido de presión: se vio de pronto convocada para un Eurobasket, con miedo a no dar la talla. “Pero lo bonito de este deporte es justamente que juegas en equipo y que el día que no estás bien, tu compañera te apoya. Eso y que me gusta desempeñar la labor que me corresponde, hacer bloqueos y favorecer que mis grandes anoten”. Justo eso que ensayan con Belen esa mañana de miércoles. Por la tarde tienen un segundo entrenamiento, para el que deben trasladarse a Tres Cantos, Madrid, a unos 40 km de este pabellón.
Dice Revuelta que conseguir la clasificación a unos Juegos ha sido, para algunas compañeras, el fruto al trabajo de 20 años. “Al despertar el primer día en la Villa Olímpica de Tokio, al pasear por el comedor y ver a otros deportistas y hacerte la foto con los aros, pensé: ‘realmente ha merecido la pena todo este sacrificio”.
Isa López (México, 1993) es la segunda jugadora de la selección que logra competir en una liga extranjera; en su caso, en el club de Porto Potenza Picena, de la liga italiana. Llegó hace casi una década a Valladolid. Su marido, también baloncestista, había fichado por el Fundación Grupo Norte. López se dirigió al técnico de su esposo: “Permíteme entrenar a mí también. No quiero nada gratis. Si me ves con nivel para competir, entonces fíchame”. Tardó una temporada, pero consiguió convencerlo, y su crecimiento ha sido continuo desde entonces.
“A mí el básquet en silla me abrió los ojos. Con cada cirugía yo solo pensaba en alejarme de la discapacidad. Error. El deporte hizo que me enamorara de mi mundo. Aunque al principio me resultó frustrante. Solo tengo dos manos y me decían: bota, mueve la silla, bota otra vez y defiende. ‘Sí, claro, y aplaudo mientras’. Pero con constancia puedes llegar muy lejos”, cuenta López con elocuencia brillante.
La puerta de la selección la abrió para ella en 2017 Sonia Ruiz, presidenta del UCAM Murcia BSR y jugadora aún en activo del combinado nacional: “Le debo todo, mi trayectoria aquí en España, mis ganas de pertenecer a este grupo que trabaja tan fuerte”, sonríe la ala-pívot que, asegura, “el motor está prendido, la máquina está engrasada. Pero un mundial es una competencia durísima, y todos querrán los metales. Tenemos que seguir entrenando tan duro como en esta concentración”.
Un potencial sin techo
Hace casi un lustro, Endesa decidió apostar por prestar apoyo a la selección femenina de baloncesto en silla de ruedas, tal como ya hace con todos los niveles del baloncesto nacional. Y la realidad de hoy es absolutamente distinta a la que vivían hasta 2018: hay un salto cualitativo, que explica Enrique Álvarez, presidente de la Federación Española de Deportes de Personas con Discapacidad Física (FEDDF): “Ha habido una apuesta firme de las instituciones para que todos los clubes puedan acoger en sus plantillas cada vez a más mujeres y, al mismo tiempo, un aumento significativo en la partida presupuestaria.
En el pasado, se juntaban una vez al año a duras penas. Este año van a entrar en el programa Team Elite España del Consejo Superior de Deportes (CSD), lo que nos va a permitir que perciban unas pequeñas dietas mientras representan a su país, cosa que hasta ahora no sucedía”. De la mano de la ligera mejoría económica y de la gestión deportiva, se ha consumado la llegada de los éxitos, una convergencia virtuosa en la que Álvarez confía para el porvenir: “Se han incorporado jugadoras muy jóvenes. Queremos que tengan los recursos y herramientas para que puedan exprimir un potencial que, como vislumbrábamos, es altísimo”.
Los siguientes pasos
Y es que, como detalla la escolta Sara Revuelta, sin los éxitos deportivos, también lo mundano se complica sobremanera. Da un ejemplo: “Solo gracias al bronce de diciembre de 2021 en el campeonato de Europa la ley nos considera deportistas de alto rendimiento; debes quedar tercera o superior en torneos europeos o del quinto puesto para arriba, en mundiales. De lo contrario, un profesor no estaría obligado a cambiarme la fecha de un examen, dependo de su buena voluntad”, explica Revuelta. Ella probó suerte en EE UU. Recibió una beca deportiva para compaginar sus estudios de Física y su carrera baloncestística en la Universidad de Alabama. Allí, dice, sí contemplaba el plan esa compatibilidad. “Pero no me gustó el ambiente, preferí volver y estar cerca de los míos, aunque fuera más complicado tener a la vez una buena carrera deportiva y un futuro laboral”. Ella es estudiante pero sus compañeras y los técnicos, dice, lo tienen aún más difícil: “¿Qué empresa te va a permitir marcharte cada año dos meses con la selección sin problemas?”, se pregunta con más desconsuelo que retórica. El mundial que ya preparan, pues, se antoja una fecha clave para un deporte que, en esta categoría más que en ninguna, demuestra ser un dechado de valores que va mucho más allá de lo que dicta el parqué.