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Oblique Seville devuelve a Jamaica el fuego de la velocidad

El velocista de Kingston se proclama campeón del mundo de los 100m en Tokio (9,77s) 10 años después del último oro mundial de Usain Bolt, mientras que la estadounidense Melissa Jefferson se impone entre las mujeres

Oblique Seville, en primer plano, supera a Kishane Thompson en la línea.
Carlos Arribas

A las 21.25 Dios bajó a la pista. A las 22.25, su rayo regresó a Jamaica.

Usain Bolt. Más que Zeus enfurecido, un Buda de geometrías curvas y sonrisa. Camiseta negra por fuera del pantalón cobijando una redondez cervecera bajo los pectorales, una capa de blandura sedimentada a los 39 años donde antes reinaban chocolatinas de acero. El humano más rápido por los siglos de los siglos (9,58s los 100m; 19,19s los 200m) coloniza las pantallas. Lanza su relámpago con energía juvenil, lanza su relámpago con energía hacia el cielo, deja fríos a los niños y melancólicos a los viejos.

Bendice a los mortales que como él viven y sueñan para convertirse en rayos y se retira a las gradas, preparado para divertirse con sus esfuerzos, aunque antes tiene 29 minutos para compadecerse del sufrimiento de los fondistas condenados a dar 25 vueltas a la pista, a 30 grados en la noche envueltos en una atmósfera que se mastica, tan espesa es la humedad, en la final de los 10.000m, tan lenta como cálida es la noche, que da la victoria (28m 55,77s) Jimmy Gressier, un francés con mirada iluminada y sprint de fuego que consigue lo que Zatopek le negó siempre al gran Alain Mimoun en los Juegos Olímpicos.

Gressier se impone en los 10.000m por delante de Kejelcha.

El 10.000, la prueba más lenta, es el prólogo ideal para que la electricidad de tormenta seca en el aire de Tokio se concentre en el estadio, se transforme en velocidad, para que se condense y alargue el suspense. Y, después, un pequeño aperitivo para ir abriendo el hambre: la final de los 100m femeninos, la de la despedida de Shelly Ann Fraser Pryce (sexta, 11,03s), que se cuenta con la victoria de la tímida y mínima norteamericana Melissa Jefferson con unos 10,61 atómicos, cuarta marca de la historia, a 12 centésimas del récord mundial imposible de Florence Griffith en el siglo pasado y récord de los campeonatos. “En lugar de presionarme y agobiarme, abracé la presión”, dijo la velocista de 24 años, que solo contaba en su historial con dos oros con el relevo estadounidense y un bronce en París. “Todo ha sido como un abrir y cerrar de ojos. El resto de la carrera fue como un abrir y cerrar de ojos. Salí fuerte y cuando crucé la línea fue como ¡Oh guau, gané! Nunca me he sentido más feliz”.

Jefferson, a la derecha, supera a Clayton, a la izquierda, y a Alfred.

A Jefferson, entrenada en Florida por el turbulento y oscuro Dennis Mitchell como la tempestuosa Sha’Carri Richardson (10,94s, quinta), la acosó hasta el final la nueva sangre jamaicana de Tina, la mayor de las gemelas Clayton (10,71s a los 21 años: el futuro ya), de la escuela de Stephen Francis, como Shelly Ann Fraser. Ambas superaron a la soberbia campeona olímpica Julien Alfred, la reina de Santa Lucía, quien pese a sufrir un tirón en el isquio bajó de los 11s (10,84s). “No sé si podré correr los 200m”, anunció Alfred, favorita máxima en la distancia de la que fue subcampeona olímpica en París tras la estadounidense Gabby Thomas.

La mirada de Bolt sagrado ya no es severa ni iracunda por las debilidades humanas, sino dulce, alentadora y amable hacia aquellos que, como él, saben que la eternidad, la luz, se mide en milésimas de segundos de sudor y ansia. Y la buscan. Ama a Jamaica y ama a los suyos. Les envía su soplo y sus gritos, la adrenalina que antes se convertía en velocidad, la testosterona, y ahora le incita a gritar, a comerse la gorra de Puma. Ama a Oblique Seville, a quien ha construido, como a él, el entrenador Glen Mills en un gueto de Kingston. Pesas en el gimnasio. Técnica en la hierba. Competiciones desde los 15 años. No es el rayo aún. Acaba de cumplir los 24 años pero posee la persistencia de los fondistas y la velocidad de los elegidos. Él, finalmente, puede con todo Estados Unidos. Devuelve el fuego a la isla de la velocidad nacida de los esclavos en el Caribe de plantaciones de caña del imperio británico. Lo consigue con 9,77s, la mejor marca de su vida, la décima mejor de la historia, remontando con su zancada fluida, velocidad progresiva, frecuencia tremenda, a Kishane Thompson (9,82s), el otro fenómeno actual de la isla, su contra imagen, ancho de hombros, potentísimo, fuerza. Con las virtudes del uno y del otro combinadas, se forjaría otro Bolt, espécimen único. “Es una sensación tremenda competir delante de Usain, aquí, en Tokio. Su entrenador es mi entrenador y sé que ambos están muy orgullosos de mí. La última vez que Jamaica ganó la medalla de oro en los 100 metros lisos masculinos con Usain yo tenía 15 años. Me siento realmente increíble y emocionado de que el oro vuelva a casa, a Jamaica. He demostrado delante de él que soy un campeón y estoy muy orgulloso de ello”, proclama Seville, quien, sin el sentido escénico del espectáculo de Bolt, solo se liberó tras la victoria rasgándose la camiseta. “Pero aun así, me entró el pánico en la semifinal, en la que me tocó sufrir. No sabía qué me estaba pasando. Acabar fuerte en los últimos 30 o 40 metros era algo que me había costado toda la temporada, simplemente no lo conseguía. Lo he perfeccionado por fin. Estaba seguro de que si lo conseguía en la final, ganaría, de que si hacía un buen final, los demás no me alcanzarían”.

Diez años después del último triunfo jamaicano en un Mundial, el tercer Mundial de Bolt, y nueve después del tercer y último oro olímpico del dios de la velocidad, un desierto de victorias estadounidenses —Gatlin, Coleman, Kerley (tres sancionados por dopaje) y Lyles—se convierte en un oasis jamaicano.

Lyles es el mejor de los estadounidenses derrotados, tercero (9,89s): la progresión que siempre triunfaba después de su mala salida habitual (192 milésimas su tiempo de reacción; +0,3, nada, el viento) choca con los jamaicanos por fin inspirados. Kung Fu Kenny Bednarek (9,92s), cuarto por su mala salida.

La amenaza africana, los torbellinos de las series, el sudafricano Gift Leotlela (9,95s) y el nigeriano Kayinsola Ajayi (10,00s), quinto y sexto, se deshizo brutalmente de golpe con la salida nula de Letsile Tebogo, el campeón de Botsuana que había derrotado a Lyles en la final de los 200m de los Juegos de París. Tebogo dejó libre la calle ocho, a la derecha de Seville, que quizás agradeció la libertad y limpieza que le regalaban el hueco para borrar de su cabeza la tristeza que le regalaron las tres última grandes finales disputadas. De la nada al todo: cuarto en los Mundiales de 2022 y 2023, octavo en la final olímpica de París. A Thompson, de 24 años también y pupilo de Stephen Francis, como Asafa Powell, tan feroz de mirada como simpático de alma, le tocó repetir la amargura de la plata: una mala salida le hizo perder por cinco milésimas ante Lyles en los Juegos de París, la inspiración final de Seville le privó del oro en Tokio.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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