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Aun sin la ayuda de Van der Poel, Jasper Philipsen gana la 11ª etapa del Tour de Francia

El ciclista belga se lleva la etapa al sprint y suma su cuarta victoria en la carrera tras una jornada de transición antes de los Alpes franceses

Jasper Philipsen celebra su cuarto triunfo en este Tour de Francia.
Jasper Philipsen celebra su cuarto triunfo en este Tour de Francia.Associated Press/LaPresse Thibault Camus (APS)
Carlos Arribas

Ascendiendo entre bosques de rectos robles la cuesta de la Cruz Blanca, a orillas del querido Cher, el Tour pasa rozando el pueblo de Nassigny, uno de la media docena de lugares que reclaman para sí el título de centro geográfico del Hexágono. Daniel Oss, el hijo del pizzaiolo de Pergine Valsugana, le esprinta a Andrey Amador, hijo de ingeniera rusa y trabajador costarricense. Su fuga es un espejismo en tanta llanura. Ha sonado el timbre del final de recreo. Los alumnos macarrillas, aires rebeldes pero buenazos en realidad, han vuelto al redil del aburrimiento y la rutina, y la afición lo lamenta. Una etapa más de llano. Otro día de castigo para Mathieu van der Poel y Wout van Aert, la pareja tan amada.

El nieto de Poulidor, condenado a la oscuridad, alegando un catarrillo, renuncia incluso a integrarse en los raíles del tren de su Alpecin para abrirle paso en la recta de Moulins, curvas y baches a orillas del Allier, a su compañero de verde Jasper Philipsen, intocable, quien, pese a una ausencia que todos pensaban matadora sabe perfectamente culebrear entre todos peligrosamente, encontrar su hueco, y, superando a Groenewegen a 70 a la hora, imponerse en un cuarto sprint triunfante. Y Van Aert, el belga taciturno, condenado al silencio, a cerrar filas en el ejército de Jonas Vingegaard, a aguantar empujones de todos en un sprint imposible, que termina noveno. Su escapada juvenil sin sentido la víspera descendiendo hacia Pello Bilbao iluminado por el hermoso páramo de Cézallier que parece las tierras donde vagan las vacas de Ávila, estepas graníticas a 1.000 metros sobre el mar tan lejano, donde la gravedad pesa tan poco como en un mar lunar, no fue más que un día de novillos alumbrado por el calor, un permiso sin día siguiente.

El Tour es un animal con un sistema digestivo monstruoso que todo lo asimila, un alambique industrial que destila impurezas, y a los dos niños revoltosos les ha integrado como integró al ya prejubilado Peter Sagan, padre ideológico e irreverente de ambos fenómenos, en la salida de la etapa, una figura anónima y redonda entre los autobuses en la plaza de Jaude, centro de Clermont Ferrand, el punto exacto desde el que el hermano de Blaise Pascal empezó a ascender a pie el Puy de Dôme con un barómetro de Torricelli en las manos para probar, como intuía el matemático, que cuanto más ascendía menos pesaba el aire sobre su cabeza. Después los fisiólogos entendieron que por eso en altura cuesta más respirar y para no quedarse sin oxígeno que mueva los músculos y despierte el cerebro el cuerpo fabrica más glóbulos rojos. Tanto conocimiento, y la ciencia que lo explota, lo agradecen los ciclistas, incapaces estos años de pasarse más de un mes sin subir al Teide o a Sierra Nevada para rellenar su sangre de hemoglobina, y correr más en el corazón de la Francia profunda, tan cerca pasaron de Vichy también, que los adora y los maltrata.

Entre los autobuses de los equipos que han invadido su pueblo pasea, anónimo, desconocido para los ciclistas y sus clanes, tan ciclocéntricos todos, una vida entera que gira alrededor de dos ruedas, el campeón olímpico Renaud Lavillenie, hijo del aire ligero, velocidad y fuerza con su pértiga en un cuerpo escueto, el más ilustre ciudadano de Clermont Ferrand. Saltó 6,16m y batió el récord imbatible de Bubka, alguien informa a las gentes del ciclismo, que, indiferentes, responden, ¿y quién es Bubka?, preguntan.

En la llanura el Tour pesa más y Tadej Pogacar se aburre también. Tanto se ha aclimatado al calor, tan bien se mueve este año bajo la canícula, que hasta parece que lamenta la lluvia, que refresca al pelotón nervioso en la comarcal de Gipcy, gotas gruesas de tormenta agitadas y aceleradas por el viento que les golpean de lado, como si prefiriera la lluvia privada proporcionada por su UAE que le refrigeraba, con calculada frecuencia, durante los días del calor insoportable.

Pogacar, el hombre de las etapas frías, ama el calor, de repente, gracias quizás a una aclimatación acelerada por el azar, que nunca deja cabos sueltos. Para ahorrar impuestos vive en Mónaco, y allí en su carísimo apartamento de 50 metros cuadrados, pasó varias semanas recuperándose de la fractura de muñeca que sufrió el 23 de abril. Anquetil, que tenía un château, hacía rodillo en la bodega frescas bóvedas de ladrillo y piedra; Pogacar lo hizo un par de semanas en la minúscula y sobrecaldeada cocina de su apartamento, sesiones de tres horas en las que sudaba tanto que llegaba a perder 4-5 kilos. Ya aclimatado, durante los días de gran calor, dos gregarios se encargan regularmente de bajar al coche a por bidones de agua fría con los que le regaban piernas, cabeza y cuerpo, y en la meta, antes de comenzar a hacer rodillo desengrasante, donde organiza para las cámaras de los móviles actuaciones casi de TikTok gracioso, y subir al podio para recibir su maillot blanco, se sumerge unos segundos en una bañera de hielos instalada en una furgoneta del equipo. Y hace descender su core temperatura –la del interior del cuerpo–, él, y la mayoría del pelotón, al alimentarse. Las bebidas isotónicas y de carbohidratos, y las de sales, individualizadas ya que gracias a los parches que miden el sudor se sabe el sodio que pierde cada corredor, las consumen en forma de granizados elaborados por la noche con una máquina de slushies, y los geles congelados parecen polos de flash golosina, del congelador los sacan congelados y así los mantienen en neveras eléctricas en los coches. “Al consumir granizados y polos, el frío baja por el esófago y llega al sistema digestivo·, explica Íñigo San Millán, el entrenador del esloveno. “Y así se baja la temperatura corporal, cuyo aumento, como la fiebre, es tan malo para el rendimiento”.

Tras el Tour perdido los UAE analizaron los cientos de detalles que les podían haber separado del Jumbo. Vingegaard siempre afirmó que rendía mejor con el calor. Pogacar ya le iguala. Un factor diferencial menos en tiempos de cambio climático.

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Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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