No es el nuevo Neymar, es el fantástico Vinicius
Se ha impuesto a críticas y prejuicios, a un ambiente que de ninguna manera favorecía su despegue y a la brutal exigencia de un club que no espera a casi nadie, pero le ha esperado a él
Si alguien pensaba que Vinicius era flor de un año excepcional, clausurado con el gol de la victoria en la final de la Copa de Europa, su actuación en Balaídos confirmó su salto a la categoría definitiva de figura del fútbol. No se puede jugar mejor, ni con más confianza y voracidad, el eslabón final de su complicado proceso de aprendizaje, definido por su voluntad de rebatir los prejuicios que se instalaron desde su ingreso en el Real Madrid.
Llegó en el verano de 2018, recién cumplidos los 18 años, con una temible etiqueta: el nuevo Neymar. Durante décadas, los prodigios brasileños tuvieron que sobrevivir al sello de nuevo Pelé que inevitablemente se le otorgaba. En la inmensa mayoría de los casos, las expectativas no se correspondían con la realidad. Cuando merecían su temprana fama, lo más frecuente era el desperdicio de talento, víctimas de los traidores oropeles del fútbol.
Vinicius apareció como un trueno en el fútbol brasileño. Debutó con 16 años en el Flamengo y dos años después se estrenó en el Real Madrid, que años atrás había perdido al Neymar original —pasó con nota una prueba, pero el contrato no llegó a materializarse— y no estaba dispuesto a cometer el mismo error.
En el mundillo del fútbol, siempre proclive a comparaciones y fantasías, no resultó difícil identificar a Vinicius con las mismas cualidades que Neymar. Misma precocidad, parecida posición, idéntica promesa de revolución. Ya no era necesaria la referencia al lejano Pelé: Neymar sirve de sobra en estos tiempos.
Desde su primer partido en el Real Madrid, Vinicius se encontró con dos agudos problemas. Al altísimo grado de expectativas que despertó su fichaje, se incorporó esa especie de morbosa voluntad que el fútbol se reserva para sospechar de los talentos no confirmados.
A diferencia de Neymar, que nació aprendido, las numerosas cualidades de Vinicius se encontraban en estado silvestre. Durante los tres primeros años de su carrera, el Bernabéu, que ha visto década tras década a los mejores del mundo, no se tomó en serio a Vinicius. Su ineficacia se consideraba congénita; sus aciertos, casuales. La opinión mayoritaria estaba clara: no tenía gol, le faltaba criterio y no empalmaba en el juego colectivo, presidido por la sabiduría de un amplio elenco de veteranos.
Los pronósticos estuvieron en su contra hasta el pasado año. No le faltaron adhesiones, pero prevalecían las sospechas. Zidane animó al pesimismo. En el mejor de los casos, le consideró un recurso menor, circunstancial. Ha pasado un año y parece que ha transcurrido un siglo desde entonces.
Es muy difícil reparar en una consagración más rápida, radical y merecida que la de Vinicius, autor de una crecida que ha deparado al Real Madrid y al fútbol uno de los jugadores más excitantes del panorama mundial. Lo más extraordinario de su caso es que ha aflorado un futbolista superior al que se esperaba.
Sí, el vértigo y la explosión están ahí. Nunca dejó de ser intrépido, a pesar de las críticas, y algo prometedor se adivinaba en su primaria habilidad. Vinicius apuntaba maneras de excelente delantero, pero resultaba difícil pensar en el rotundo futbolista que es ahora: imparable en la carrera, habilidoso y versátil en los regates, juicioso en sus decisiones, perfecto societario de Benzema, fácil goleador y dueño de una energía solo comparable con su apetito por triunfar.
Nunca desfalleció. Se ha impuesto a críticas y prejuicios, a un ambiente que de ninguna manera favorecía su despegue y a la brutal exigencia de un club que no espera a casi nadie, pero le ha esperado a él. El resultado es un futbolista impresionante. Qué más da si es el nuevo Neymar o no, porque ya es el fantástico Vinicius.
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