Una milésima, un campeón: Asier Martínez gana el oro de 110 metros vallas en el Europeo de Múnich
El navarro se impone con su mejor marca personal, 13,14s, y vence con la diferencia más pequeña de la historia
El inquieto chaval, 22 años, metro noventa, un tallo de hierro, que no para en el hotel las horas previas, de aquí para allá por el vestíbulo, que hasta unos segundos antes de que le convocaran ha paseado, saltado, se ha sentado, se ha levantado, llegado el momento, es una estatua de hielo en la línea de salida. Serio. Inmóvil. Asier Martínez está en su mundo. Ajeno al ruido, a los mil detalles que a otros distraen como distrae el vuelo de una mosca a quien se aburre en las horas de estudio. Asier Martínez está ante los tacos de salida de la carrera más importante de su vida, de la final que puede ganar, que piensa ganar. Solo piensa en dos cosas, en reaccionar perfectamente al disparo de salida, en cruzar el primero la línea electrónica de la llegada, 110 metros más allá, 10 vallas más lejos, poco más de 13s que quizás cambien su vida. Que, si no tanto, darán un sentido a años de trabajo. Luego correrá. Determinado. Feroz. Tranquilo. La mirada baja. No alocado. Metódico y veloz. Y fuerte. Su pie rebotará sobre el tartán como los de un bailarín alado en el parqué de un escenario. Su pie rozará la valla, 106,72 centímetros. La pasará cada nueve metros, tres pasos. No la saltará. No perderá tiempo. Podría pensar que todos son como él, incluso más que él, más fuertes, más veloces, más técnicos, pero no lo hace. Nadie será como él. A todos les pudo en el Mundial de Eugene, hace nada, en el que quedó tercero y solo le ganaron gigantes del otro lado del charco, el coloso Grant Holloway, de 12,81s nada menos, y otro estadounidense, Trey Cunningham
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— Teledeporte (@teledeporte) August 17, 2022
🇪🇸 En ESPAÑA solo sabemos ganar las medallas con SUSPENSE
🥇 Asier Martínez (@ASIERMARTINEZ17) se cuelga la medalla de ORO en 110 M vallas con un tiempo de 13.14
👏🏼 Enrique Llopis finalizó séptimo con 14.81
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Domina el escenario en la calle cuatro. El francés Pascal Martinot Lagarde, a su derecha, qué hombros, qué rapado de cabeza a lo mongol, y la coleta en la coronilla, el ogro de casi 31 años, el campeón saliente que acostumbraba a amargarle, ni otro francés (la prueba es la del orgullo galo, la más valorada), a su izquierda, en la tres, otro francés, Just Kwaou Mathey, un espagueti, siempre un francés a su vera, campeón de Europa sub 23 como él; más allá, en la siete, el niño prodigio Sasha Zhoya, 20 años recién cumplidos, que prefiere ser francés a ser australiano y se entrena con otro histórico, Ladji Doucouré, y se ha teñido de platino y es también hiperactivo y despistado fuera de la pista, y se ríe cuando dice que no hace más que perder los cascos sin cables de su iPhone, pues siempre se entrena con ellos en los oídos, pero sobre las vallas es mortal. Ni el inglés Andrew Pozzi, de 30 años, hombre de 60m, en la uno. <NO>Tampoco Enrique Llopis, en la seis, otro tallo del año 2000 que aún no ha cumplido los 22 y se pasea con él y habla incansable con él a todas horas en las horas interminables de la concentración, otro culo inquieto que ha salido de la escuela de Gandía, de las manos de Toni Puig.
Ganará. Gritará. El público, noche cálida, bochorno, las gradas abiertas del estadio, exclamarán ohs de admiración. En la pista olímpica de Rod Milburn, uno de los grandes de las vallas, se repite el milagro de la belleza del gesto que trasciende, la lucha que emociona. Son las 22.22 pasadas.
Gana. Gana por una milésima. La menor distancia de la historia. 13,137s, la mejor marca de su vida, la mejor marca europea del año. Martinot Lagarde le ha acompañado toda la carrera. Todas las vallas. Corazón con corazón. Uno hiere el tartán, el otro le acaricia y bota, y se lanza más decidido. Alarga el cuello. Adelanta el pecho. Una milésima. La distancia entre todo y nada. Asier Martínez es campeón de Europa. Dos pasos más adelante que Carlos Sala, tres décimas de segundo más rápido, que fue medalla de bronce en 1986. Tercero es el francés amigo, Kwaou Mathey, 13,33s. El otro amigo, el amiguísimo Llopis, termina séptimo, agotado, y adelanta tras la última valla a Zhoya, que tropieza y cae con estrépito.
Los 110 metros con vallas. La prueba de velocidad en la que grandes europeos, Guy Drut, hace casi 50 años, Colin Jackson, el galés que bajó de 13s, hace 30, le plantaron cara a los norteamericanos, atletas salvajes que, como decía Renaldo Nehemiah, el primer vallista que bajó de los 13s, y luego jugó a fútbol americano, salían sin contar los pasos, como murciélagos huyendo del infierno ardiente, y llegaba tan rápido, tan de repente, a la primera valla que para no llevársela por delante tenía que saltarla, más que pasarla, y luego se abandonaba a un ritmo temerario, y terminaba como un zombi. Jackson le sumó elegancia felina a la ferocidad yanqui; los cubanos, Casañas, Dayron Robles, fuerza y ritmo; el chino Liu Xiang, disciplina, y en Navarra, la escuela francesa del técnico François Beoringyan, Swan, cisne, de joven, y su firma en los grafitis en la banlieu de París, se junta con la cabeza de Asier Martínez, y de la mezcla sale la poesía del método. Velocidad y control. Técnica. Asier Martínez. A todos les podrá decir: he corrido así por vosotros.
Dos horas antes, en las semifinales, se ha sentido tan bien, ha dominado tan claramente, que, pasada la décima valla, se ha permitido enderezar el cuello, que lleva siempre inclinado hacia el suelo, como un halcón que controla cada movimiento en la tierra, cada susurro, y lo ha girado y ha mirado a su derecha, y ha sonreído, como solo Bolt se atrevía a hacer, al francés que llegaba detrás, segundo, qué tal, amigo, ya estamos en la final. Y relajándose así corre en 13,25s, rápido como sin querer. Como los veteranos de 30 años. Y dicen los que saben que en cada carrera que corre desde que saltó a la élite para quedarse, el estudiante de Políticas de Zizur madura lo que otros lo hacen en un año. Y su amigo Enrique Llopis, el chaval alicantino tan grande, que creció con él, contra él, en las vallas, le imita en la tercera, semifinal, que gana con soltura y en la que se estrella el polaco Damian Czykier, un rival veterano y duro, que había quedado cuarto en Eugene. Después, como el ciclista apajarado, se queda sin fuerzas, casi se desvanece. Debe comer algo rápido. Se recupera. Dos españoles en la final europea, lo nunca visto. Un año antes, los dos fueron oro y bronce en el Europeo sub 23. Ya han crecido. Son mayores. Grandes. Son Moracho y Sala muchos años más tarde, y mucho más. Y un campeón
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