El equipo Deceuninck, una máquina de ganar en la Vuelta al País Vasco
El danés Honoré, escapado con su compañero Cerny, se impone en la meta de Ondarroa y McNulty sigue líder en la Itzulia
Ya no hay bidones para los niños, lo prohíbe la UCI, que se ha convertido en una máquina de prohibir; que si el tamaño de los calcetines, que si las posturas en el descenso, que si los bidones ahora. Cuando se empieza a prohibir se le coge gusto, parece. Y como en las regulaciones de la pandemia, las prohibiciones se asumen sin rechistar. Hasta el público lo hace. Se caen dos ciclistas en Munitibar, Barrenetxea y Marczynsky, poco más que chapa y pintura, y el samaritano que les ayuda, recoge del suelo los bidones que han saltado de las bicicletas, y quiere devolvérselos. Ni le miran, claro, calientes como van, ofuscados, por el trompazo. Serán para su nieto, o para el sobrino preferido, que no pueden pescarlos porque la UCI prohíbe lanzarlos salvo en los lugares indicados, que suelen ser poco indicados para los niños.
Son cosas del ciclismo de ahora, que no pasaban cuando corría Robic, que llevaba bidones de plomo para bajar las cuestas y pesaban diez kilos. Ahora es todo aligerar el peso, o limitar los esfuerzos, salvo que quien corra sea un ciclista del Deceuninck, que no anda mirando esas cosas. “Lo tomamos como si fuera una carrera de un día”, dice Mikkel Honoré, danés y ganador en Ondarroa, que llega de la mano de su compañero Josef Cerny, ambos escapados desde el kilómetro 10 de la 5ª etapa de la Itzulia, primero en compañía de otros, después solos ellos dos, tras dejar tirado a su último acompañante, el desdichado Bernard en una tachuela de Mutriku, a cinco kilómetros de la llegada.
Dos chicos del equipo que más gana, 15 victorias esta temporada, pedaleando como lobos de principio a fin de la etapa, en un día en el que sabían que nadie de entre los principales se iba a mover, porque McNulty, Pogacar o Roglic han pedido cita para el Santuario de Arrate. Ni cuando el pelotón aceleró en los kilómetros finales, pudo reducir las diferencias con Honoré y Cerny. Tampoco lo consiguieron Fraile y Aranburu, pareja en el Astana, que en el descenso de Urkaregi se adelantaron al pelotón y cogieron medio minuto de diferencia con el grupo. No recortaron nada con los fugados, que seguían a lo suyo. Cuando comenzó la fuga parecían tener cierta ventaja al ser dos del mismo equipo en un grupo heterogéneo; cuando acabó, en la meta de Ondarroa, habían ganado a pulso la victoria después de destrozar por el camino a sus acompañantes. Sólo aflojaron al final, cuando la pancarta estaba a la vista y festejaban su éxito subidos a la bicicleta. Por el qué dirán, aceleró el pelotón para disputar la cuarta plaza –tercero había sido Bernard–, y se la llevó Impey, el mejor esprinter de la carrera, que no ha tenido ni una sola ocasión de ganar.
Roglic entró séptimo; Pogacar décimo, los dos eslovenos vigilándose hasta en una llegada masiva, a la espera del desenlace en Arrate, 112 kilómetros con siete puertos de montaña, tres de ellos de primera; Usartza, el último, a dos kilómetros del Santuario donde sonarán las campanas en honor del ganador. De momento, McNulty lleva ventaja, pero Roglic y Pogacar están ahí, al acecho.
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