Noche del copón para la Real
El equipo donostiarra logra, 34 años después, su tercer título de Copa tras imponerse con merecimiento a un Athletic sin chispa con un gol de penalti de Oyarzabal
La Copa más interminable de la historia resultó apoteósica para la Real Sociedad. La espera de un año bien que le mereció la pena. Un tercer título copero 34 años después. Una oda a la felicidad de todo el realismo, que se impuso con todo merecimiento a su vecino con un penalti para la leyenda de la entidad anotado por Oyarzabal en el segundo periodo.
Un trofeo que dará cháchara y cháchara de generación en generación txuri urdin. Para su desgracia, para la de todos, la Real tuvo que entronizarse en un nido vacío. Esta vez, el fútbol, ese motor de emociones, quedó limitado al mando a distancia. Y pocos depósitos hay más sentimentales que las finales coperas. La Real Sociedad, el fútbol, tiene una fiesta pendiente. San Sebastián ya tiene otro día grande. Al Athletic, demasiado pedestre en esta final, la Copa, su trofeo fetiche, se le resiste desde hace 37 años.
El fútbol premió a la Real, más estilosa y mejor articulada. Dos vecinos, pero desde lo futbolístico un cambio de agujas. Al Athletic le va más el combate, el fútbol directo. No disimula: el medio campo, por el eje, es un apeadero. Para la Real es su principal sustento. Tanto precisan los de Imanol Alguacil a Silva como los de Marcelino García Toral a Raúl García. Dos vectores opuestos.
De entrada se impuso la banda sonora del navarro. Él dirigía las operaciones para encriptar a la zaga blanquiazul, sometida a un campo de minas en una habitación cerrada. Los centrales de la Real trasteaban con la pelota colgados del tendal de su área sin dar hilo a Silva o Merino, los más ilustrados para vertebrar el juego. Hasta que Zubimendi interpretó que se precisaba su socorro. Dio auxilio a Zubeldia y Le Normand y la Real se acercó a su ideario. O sea, las teclas de Silva y Merino. Lo que supuso que se activaran Portu e Isak —con aire de delantero grúa, pero con piernas de jamaicano—. Con ellos dio un estirón la Real Sociedad. Tuvo que recular el Athletic, durante un tramo sostenido por el andamiaje de sus centrales, impecables Yeray e Iñigo Martínez en el primer tramo. No en el segundo. Sobre todo, Martínez, que comienza a tener repercusión universal por su poca medida cuando le ronda un penalti en contra.
No había mucho tajo para los porteros, sobre todo para Unai, pero el encuentro, de mucho hormigón, un tratamiento de choque continuo en ambos bandos, no admitía rebajas de servicio. Cada equipo iba a tirones, por momentos, sin pisadas relevantes de Muniain y Oyarzabal, enjaulados en un duelo abrasivo, de bravía infinita. Tan enchironados se veían todos que hasta la tregua del descanso solo hubo un fusilero. E inesperado. Iñigo Martínez se fue de excursión hacia la meta de Remiro y largó un zapatazo con su bota de palo, la derecha. Remiro voló sobre La Cartuja para desviar el balón por encima del travesaño con un manotazo.
No perdió protagonismo Iñigo Martínez. Esta vez en su corral. Justo al madrugar el segundo acto, el central rojiblanco se lanzó en tromba para bloquear un centro de Oyarzabal. El cuerpo del centinela del Athletic estaba fuera del área. ¿El brazo de apoyo posterior? Un millón de vares y algunos sesudos de la NASA hubieran sido necesarios para resolver el enigma. El VAR disponible negó el posible penalti.
El culebrón de Iñigo Martínez tuvo recorrido. Portu, un polvorilla, abrió gas tras un gran pase de Merino, y el zaguero le atropelló. Penalti y expulsión. Sí, pero no. No, pero sí. Con el defensa ya fuera del campo por la condena se inició una eterna sesión de VAR. Desde la sala de máquinas hicieron dudar el árbitro, que fue al monitor a rebobinar y rebobinar. Rectificó: solo amarilla. Un resoplido con eco hasta en San Mamés. Un Athletic vencido por el penalti certero de Oyarzabal, pero con once reclutas para el intento de remontada.
En el segundo periodo, antes y después del bingo realista, el partido, pendular hasta el intermedio, fue mucho mejor glosado por los de Imanol. Se apropió la Real de la pelota —se rebajó Silva, pero creció Merino— y todo le resultó más familiar. Cuando el grupo de Marcelino quiso flirtear con la pelota, la menina ya no obedeció.
El Athletic, sin el chasis colectivo, tampoco dio con alguien que hiciera de sonajero, con algún solista. No tenía horizontes Williams, ni chapoteaba Muniain. Con 1-0 en contra, la portería de Remiro le resultó un borroso espejismo. Ni con Villalibre, el Toquero rojiblanco de estos tiempos. Sin enmiendas el Athletic, siempre incomodados sus chicos frente a un rival que tuvo el balón como flotador. Un adversario que nunca reculó, ni cuando acariciaba el título y el encuentro se perpetuó con ocho minutos de tiempo añadido tras tanto parlamento de VAR. Era y fue la noche de la Real. Una noche del copón para el club donostiarra. Al Athletic le quedará un partido de vuelta con el destino el día 17, en la final actualizada de este curso frente al Barça. De momento, y para siempre, en La Cartuja se glorificó su vecino. Ganó el mejor.
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