El rey desnudo
Como sucedió con el caso Figo, el Barça no se ha recuperado del golpazo de Lisboa y el burofax de Messi. La dramática situación actual exigirá una catarsis como la que representó Laporta
Una crisis se vuelve abismal cuando se convierte en una hidra de mil cabezas. Es el palmario caso del Barça. Durante los últimos años, la directiva consideró que los problemas del equipo eran coyunturales, sin riesgo estructural para el club. El ex presidente Bartomeu expresó este punto de vista hace bien poco, agarrado a la optimista visión de los dirigentes que confunden un tsunami con una tormenta en un vaso de agua.
“La única crisis del Barça es deportiva”, afirmó después de la noche trágica de Lisboa. No se sabe si Bartomeu cometió un error de juicio o simplemente disfrazó la realidad. Aquello ocurrió en agosto. En octubre, Bartomeu y la directiva abandonaron el club, abrumador baño de realidad para unos dirigentes acosados por toda clase de angustias deportivas, económicas y sociales. El burofax de Messi terminó por prender esa mecha, de consecuencias incalculables.
No era una crisis estrictamente deportiva, desde luego. Su profundo calado se adivinaba desde el shock que produjo el fichaje de Neymar por el París Saint Germain. Había una lógica sucesoria entre Messi y el delantero brasileño, pero se quebró en el verano de 2016, con un efecto devastador. Como sucedió con el caso Figo, el club no se ha recuperado del golpazo. Entonces se necesitó una catarsis, representada por la victoria de Joan Laporta en las elecciones de 2003. Algo parecido exigirá la dramática situación actual.
Con la economía del club en el suelo, el equipo a la deriva y el frustrante vacío que la pandemia ha provocado en el estadio, el Barça transmite una sensación fantasmagórica. No le ayuda la escasa autoridad de la junta gestora que conducirá la institución hasta las elecciones del 24 de enero. Su precario papel se observa en el caso Messi. El argentino queda libre el próximo enero para elegir equipo. Es un pésimo calendario para las dos partes. Los gestores no tienen capacidad alguna de influencia en Messi, obligado a tomar su decisión en medio de la tormenta electoral que se avecina.
El Barça camina como un rey desnudo y desorientado. El desastre viene de lejos. En los últimos cinco años, ha gastado mil millones en jugadores que han fracasado o en el mejor de los casos han dicho muy poco. Todibo, Yerry Mina, Murillo, Umtiti, Digne, Junior Firpo, André Gomes, Arthur, Arda Turan, Malcom, Alcácer, Semedo, Coutinho, Dembélé, De Jong y Griezmann fueron elegidos para propulsar un nuevo Barça, heredero de una asombrosa edición. La mayoría de esos jugadores ya están barridos de la memoria del barcelonismo.
Que el daño era estructural era tan evidente como el fracaso de los gestores. La resistencia a aceptar la realidad, ha agudizado el desplome. Tampoco ayuda la obsesión con Messi, transformado en el único referente del Barça, para lo bueno y ahora para lo malo. Se ha llegado a un punto donde Messi parece más que el club y el Barça menos que Messi. Siempre es traumática la gestión de los últimos años de los grandes monstruos del fútbol, pero Messi ya no es el principal problema del Barça.
Lo que cuenta es el futuro de la institución y el equipo. Los gruesos problemas del Barça exceden a Messi. Ha terminado la hora de hacer un equipo en función de un jugador que cumplirá 34 años en 2021. Ha acabado también la referencia constante al pasado, por extraordinario que fuera. No es tiempo de nostalgia y parálisis. El Barça requiere un impulso urgente, creatividad, visión de futuro, eficacia y soluciones quirúrgicas. Sólo cuenta el futuro. Para los candidatos a la presidencia, regodearse en las críticas al pasado será apetitoso y fácil, pero desde esa posición no resolverán una crisis abismal.
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