No confundamos fútbol y atletismo
Se aprende a jugar jugando, y eso se logra en una cancha, no en un gimnasio
La falta de gente
¿Soy yo o es el fútbol? No sé a quién responsabilizar de esta indiferencia hacia la pasión que me acompañó siempre. Como la emoción es contagiosa, estoy convencido de que esta inapetencia futbolística se debe a la ya larga ausencia de aficionados. Hay razones más que justificadas para esas gradas vacías, pero siento como si algo se hubiera roto entre el fútbol y la gente. De pronto, todos hemos entendido que en las multitudes de los estadios hay conocimiento, furia, locura, y que ese envoltorio no solo conviene, sino que resulta imprescindible para que el fútbol cobre vida. Ahora todo está sereno, con la calma de los enfermos crónicos. Asoma por la tele un garabato fino de Neymar o un brochazo gordo y espectacular de Adama Traoré, y lo apreciamos como quien ve un buen cuadro. Pero un estadio no es un museo y temo que hasta que no vuelvan los gritos no volverá mi entusiasmo.
La falta de gol
Todo lo que hay que pedirle a una selección en transición, España lo tiene: un propósito (para no manosear la palabra estilo), orden, entusiasmo, ambición… Luego hay un par de cracks como Ramos y Busquets, y algún jugador de trayectoria indiscutible como Navas, los tres sobrevivientes de tiempos gloriosos. Finalmente, España cuenta con un puñado de jóvenes brillantes que aún necesitan roce internacional para saber hasta dónde los puede llevar ese proceso de maduración. El resultado es un buen equipo que adolece de un grave problema: ser inofensivo siendo ofensivo. Tirar golpes que no duelen agranda al rival hasta la falta de respeto. Además, esa dificultad para traducir en gol tanto volumen de juego y aproximaciones peligrosas atenta contra la tranquilidad, la confianza y el optimismo, aportes anímicos imprescindibles para dar el salto definitivo de competitividad: el que convierte en gran equipo a un buen equipo.
Adama y Arribas
Toca saltar de la obsesión táctica a la física. A Adama Traoré, que es una excepción, nos lo presentan como una tendencia. Ocurre en España, el país que hizo bandera de la técnica y el criterio colectivo. Para jugar al fútbol solo hace falta saber jugar al fútbol, y eso se logra en una cancha, no en un gimnasio. Se aprende a jugar jugando. Y luego se complementa al jugador táctica y físicamente. Últimamente vengo hablando de Arribas, un joven canterano del Madrid, astuto, que decide siempre bien, que se muestra relajado donde los demás se ponen nerviosos y que acelera o frena según lo pida la jugada. Es un peso ligero ¿Y qué? ¿No lo eran Raúl, Iniesta y Cazorla? Arribas será jugador porque sabe. Elegir jugadores por el biotipo fue, durante mucho tiempo, la aberración favorita de muchas canteras. Disfrutemos con Adama, pero no empecemos otra vez a confundir el fútbol con el atletismo.
Si fuera tan fácil…
En semana de selecciones, bastó con concentrar la mirada en jugadores de gran estampa para encontrarnos con ejemplos rotundos, como los de Lukaku o Haaland (tampoco hay tantos), que imponen su físico para ganar la posición y luego, que es cuando empieza el verdadero problema, saben qué hacer con la pelota. Si solo se tratara de ganar la carrera, Usain Bolt no hubiera tenido rivales, pero como entenderse con la pelota y con el juego tiene otra complejidad, probó a ser futbolista en medio de un revuelo mediático y lo dejó en medio de la mayor indiferencia. Para entender que el fútbol es una cuestión de talentos complementarios, lo más gráfico nos lo dejó la selección de Noruega: Odegaard inventando espacios con pases medidos, y Haaland atacándolos con la voracidad de siempre. ¿A quién le convino más la sociedad? A Noruega.
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