La corona de Sergio Ramos
Desde su misma puesta en escena, cuerpo tarzanesco, tatuajes que nos van contando su vida, quiere anunciarnos su aspiración última: ser rey
Le debemos una a Luis Enrique
La covid que no cesa y Messi encima de un burofax encendieron las luces de alarma en la Liga. Pero el seleccionador miró en el cajón de abajo del fútbol español y le mostró al mundo un puñado de jugadores brillantes que fortalecen la leyenda de la Liga como cantera inagotable. Los debutantes, como si hubieran nacido con la camiseta de España puesta, jugaron con desfachatez. El talento los eligió y la pasión les abrió paso, pero la confianza con la que aprovecharon la oportunidad se la deben a Luis Enrique. El equipo los acogió con un funcionamiento armónico y la decisión con la que hicieron las cosas dejó claro que el entrenador les había dado permiso para equivocarse. El resultado fue deslumbrante. Todos eran jugadores conocidos, pero es la selección la que consagra, y esto es oro puro para el fútbol español. Alguien debiera decir: Gracias, Luis Enrique.
A la cima no se llega solo
Como la celebridad, por efecto de las redes, tiene más prisa que nunca, Ansu Fati subió a la cima en cuatro días. Ahí hay poco aire, de modo que necesitará ayuda. Hoy un crack mundial es una multinacional que necesita la cabeza despejada para jugar al fútbol, puesto que ese es el producto que vende la multinacional. Y desde un partido hasta el siguiente, la multinacional necesita un CEO para salir a vender el producto, comunicar mensajes y evitar pasos en falso fruto de calentones. Como se acaba de demostrar, exactamente lo que a Messi le faltó en su memorable recorrido futbolístico de 15 años en la élite. Ansu (aunque se gradúe de fenómeno) no será Leo (que es un genio), pero ese espejo de aumento le puede venir bien para aterrizar en el exclusivo planeta de los jugadores elegidos. Habrá un momento en que mirará hacia atrás y verá una multitud ofreciéndole espejitos de colores. Si elige bien la compañía, la cima será más acogedora.
Saudade de descontrol
A Inodoro Pereira, gaucho de viñeta del Negro Fontanarrosa, le preguntaban: “¿Qué tal?”. Y él contestaba: “Mal, pero acostumbrao”. La Liga ya está aquí, con un fútbol mutilado por la ausencia de aficionados, como al final de la última temporada, pero con la ventaja de que estamos acostumbraos. Sabemos que, por la profesionalidad de los jugadores, el fútbol desnudo es auténtico y honesto. Solo que la ausencia de aficionados ejerce una triste no influencia y eso pesa, para mal, en el desarrollo del partido. El hincha está para ponerle acento al fútbol, para exagerarlo. Atenúa el poder de los entrenadores no solo porque apaga sus gritos de generales en maniobra, sino porque la pasión que baja de las gradas lleva a los jugadores hasta una excitación que les desata y, en muchas ocasiones, lleva al juego hacia un descontrol que lo hace más atractivo.
Los récords como costumbre
Sergio Ramos, con esa propensión a llevar a las estadísticas las virtudes heroicas que le caracterizan, ya es el defensa que más goles (23) ha marcado en la historia del fútbol mundial. La última víctima fue Daniel Passarella, jugador de clase y duro líder caciquil de los setenta y ochenta que un día me dijo que él pegaba por placer y no por necesidad. Passarella había alcanzado la cifra de 22 goles con casi 100 partidos menos. Da igual. Como la ambición de Sergio no tiene fin, si hubiera necesitado 100 partidos más para alcanzarlo, los jugaba y ya está. Desde su misma puesta en escena, cuerpo tarzanesco, tatuajes que nos van contando su vida y una corona en la cabeza (se la vi durante el festejo de la última Champions en el Bernabéu y me marcó), Ramos quiere anunciarnos su aspiración última: ser rey. ¿O penúltima?
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