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Aquí manda Djokovic

El número uno se impone en un duelo plagado de giros a Bautista (4-6, 6-4 y 7-6(0) y se cita con Raonic (7-6(5) y 6-3 a Tsitsipas) en la final del torneo de Cincinnati. Osaka-Azarenka, el cruce femenino

Djokovic devuelve de revés durante el partido contra Bautista en la Louis Armstrong de Nueva York.
Djokovic devuelve de revés durante el partido contra Bautista en la Louis Armstrong de Nueva York.Robert Deutsch (Reuters)
Alejandro Ciriza

El juego al gato y al ratón se resolvió como suele resolverse tenísticamente hablando: venció Novak Djokovic por 4-6, 6-4 y 7-6(0) a Roberto Bautista y alcanzó la final del torneo de Cincinnati que se disputa en la burbuja de Nueva York, donde la nueva realidad revela el mismo panorama de siempre. Djokovic es inmenso, y pese a que el español le tuteó durante buena parte del duelo, suele salirse con la suya el de Belgrado, que resume su temporada de una forma simple y rotunda: 22 intervenciones, 22 triunfos. Hoy (19.00, Movistar Deportes) se medirá por el título al renacido Milos Raonic (7-6(5) y 6-3 a Stefanos Tsitsipas), inclinado las 10 veces que se han cruzado ambos.

Fue y vino como el Guadiana el serbio, como siempre un enigma. Aspavientos y malas caras, atención médica porque el cuello le ha hecho diabluras a lo largo de toda la semana, pero aun así, todo el rato ahí, todo el rato encima, compitiendo de una u otra manera. Djokovic es Djokovic. Nada nuevo, ni tampoco en el caso de Bautista, el hombre de hielo que pelotea como una máquina programada y no cede ni a tiros, sin bajar prácticamente el pistón. Cada vez que lo tiene enfrente, a Nole le sale urticaria. Le doblegó dos veces el curso pasado (Doha y Miami, y en Shanghái en 2016) y le plantea siempre un ejercicio de paciencia que suele terminar sacándole de sus casillas.

Cada vez que chocan, los intercambios se traducen en una delicia. Intensidad, constantes cambios de alturas y alternancia de golpes, a cada cual más profundo y meditado, según la circunstancia. Pisó firme Bautista en el primer parcial y firmó el primer break, porque fue hilando fino y a Nole le costó coger el pulso. 11 errores no forzados cometió en los cuatro primeros juegos, lo que no impidió que replicase de inmediato; sin embargo, la cabezonería y el buen hacer del castellonense le permitieron dar un segundo golpe y después de ese nudo con tres roturas consecutivas encauzó con temple el set.

Pintaba mal la historia para Djokovic, dolorido del cuello y agarrotado en el servicio. Pero si hay alguien que sabe manejar los tiempos del partido es él, el Maquiavelo de la raqueta. Ritmo arriba, ritmo abajo. Acelera cuando le conviene y pisa el freno si al otro le da por intentar llevar la iniciativa. Dominó Bautista en varias fases e hizo una exhibición de piernas, poderoso en las carreras y clarividente para sellar el punto cada vez que el rival le tiraba una de esas dejadas cortadas; mosqueado, también, porque el juez de silla ordenó el cierre del techo cuando todavía no había comenzado a llover en Nueva York y cuando el duelo estaba parejo a más no poder, el factor indoor revitalizó a Nole para equilibrar el marcador.

Comenzó a pesar el desgaste físico y emocional del pulso, de rallie en rallie, dirimido cada punto en una partida de ajedrez. El kilometraje del ir y venir (al final fueron tres horas exactas de reloj) le hizo perder lucidez a Bautista y el rey del circuito, necesitado de acción, comenzó a revolotear por la Louis Armstrong y a abrir ángulos con su revés arquitectónico. Abrió brecha –compensó la rotura para 2-1 del español con dos respuestas, para 2-2 y 4-2– y se situó a un juego de la victoria, pero repentinamente desconectó y su adversario entró con todo: del 2-5 al 6-5 favorable a Bautista. Sin embargo, solo fue una ilusión. Nole le abrasó en la muerte súbita.

Osaka accede a la pista de Nueva York con una camiseta reivindicativa. / M. STOCKMAN (GETTY)
Osaka accede a la pista de Nueva York con una camiseta reivindicativa. / M. STOCKMAN (GETTY)

Previamente, Naomi Osaka dejó la imagen del día al acceder a la pista con una camiseta reivindicativa: puño cerrado sobre un fondo negro, y el internacionalizado lema de Black Lives Matter. La japonesa, de 22 años, había sido la protagonista dos días antes con su renuncia a disputar la semifinal contra Elise Mertens, plante que no llegó materializar porque los estamentos y el torneo decidieron unificar la protesta y se suspendió la jornada. Agradecido el respaldo, Osaka abordó finalmente a la belga y se impuso (6-2 y 7-6(5) para acceder a la final.

Trata la nipona de reencontrar el buen rumbo después de un despegue explosivo, enlazando los triunfos en Nueva York (2018) y el Open de Australia (2019), y un descenso igual de pronunciado. Desde hace tiempo Osaka no es noticia, o al menos no por su rendimiento en la pista, lo que no impide su tremendo impacto económico; según la revista Forbes, la tenista es la deportista que más ingresa del planeta (34,2 millones durante el último año) y de la mano del técnico Wim Fissette intenta disparar de nuevo su juego.

En la final (17.00, Movistar Deportes) se enfrentará a Victoria Azarenka, que remueve el pasado en busca de sus mejores herramientas y reaparece en el primer plano (4-6, 6-4 y 6-1 a Johanna Konta) cuando hace no mucho se plateaba colgar la raqueta. A sus 31 años, la bielorrusa está empeñada en regresar a la zona noble del circuito después de un larguísimo periodo a la sombra. Después de tocar el cielo –alcanzó el número uno y conquistó el Open de Australia en dos ocasiones (2012 y 2013)–, entró en barrena por las lesiones y hace dos años volvió a las pistas tras ser madre. No gana un título desde 2016 (Miami), pero la calidad no caduca.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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