La Bundesliga retrata la realidad del hincha
Si algo transmite el regreso del fútbol en Alemania es que el aficionado manda cada vez menos, pero hace paisaje
La Bundesliga regresó del confinamiento sin gente en las gradas, vacío muy comentado. Sin hinchas en los estadios, el fútbol transmite menos. Lo deja semidesnudo, con aspecto convaleciente, expuesto nada más que a la destreza de los jugadores, tristes por la ausencia del retorno afectivo desde las gradas. Se trata de una relación primaria, básicamente emocional, definida universalmente por una palabra: sentimiento. Sin duda, representa el valor más sagrado del vínculo entre el hincha y su equipo. Se puede hablar, por tanto, de un agudo frío sentimental en la reanudación de la Bundesliga, donde se escenifica el contradictorio papel de los aficionados.
Ningún campeonato es tan sensible a la ausencia de público como la Bundesliga. Es el fútbol con más afluencia de espectadores en el mundo. Sus magníficos estadios suelen estar reventados de gente, detalle significativo en un campeonato bastante menos referencial que la Premier League o LaLiga española. La Bundesliga todavía mantiene un cierto aire doméstico, popular, sin pretensiones excesivas, moderado en su desempeño económico. Sin embargo, la gente acude en masa a los estadios. Lo hace porque su implicación con el destino de sus equipos es mayor que en cualquier otra parte del mundo.
El peso de los hinchas en el fútbol alemán no admite comparación en Europa. Desde 1998, la mayoría de los equipos se rigen por la regla 50+1, que impide a las grandes corporaciones o fortunas adueñarse de los clubes. Los socios no sólo tienen voz y voto, tienen mucho poder. La razón principal de los llenazos en los estadios es simple: las entradas son baratas o muy baratas. Los hinchas cuidan de los hinchas. Los hinchas están profundamente implicados en la gestión de los clubes. No son simples consumidores futbolísticos, ni mucho menos.
Parece que han pasado mil años desde el cierre temporal de la Bundesliga, pero sólo han transcurrido nueve semanas hasta la reanudación. Hace dos meses, el agrio debate en el fútbol alemán era el rechazo de los aficionados a la conversión del fútbol en un instrumento exclusivo de ricos y poderosos. No querían que se les arrebatara el poder que detentan en los clubes, y ninguna amenaza les parecía mayor que Dietmar Hopp, multimillonario dueño del Hoffenheim, presidente de la compañía de software SAP y de la farmacéutica Curevac, ahora enfrascada en la creación de un prototipo de vacuna contra la covid-19.
Dietmar Hopp pretende erigirse en el capitán de un modelo que elimine la ley de reparto societario en los clubes y los deje en manos de los grandes potentados. Por supuesto que Hopp y sus numerosos aliados en la Bundesliga pretenden llenar los estadios como hasta ahora, pero con una diferencia: los aficionados serán meros consumidores del producto fútbol. No tendrán nada que decir sobre el destino de sus clubes. A cambio, se les convencerá de lo gratificante que es mantener el apasionado vínculo con sus equipos. El valor económico del sentimiento en el fútbol es incalculable.
Más que nunca se necesita al hincha en los estadios, pero cada vez se le aleja más de los lugares de decisión. Ha perdido poder y se ha convertido en un apéndice visual del fútbol, cuyo centro de gravedad se ha trasladado del espectador en el estadio al telespectador en el salón de su casa. Al entusiasmado hincha de bufanda y bocadillo se le cataloga de esencial, y lo es, pero por motivos atmosféricos y coreográficos. Se necesita su ruido y su colorido. Fuera de eso, se le cuida poco, se le exige mucho y se le añora cuando los campos están vacíos. Si algo transmite el regreso de la Bundesliga es que el hincha manda cada vez menos, pero hace paisaje. Un paisaje indispensable, por lo que parece.
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